VALÈNCIA. En una ventosa tarde de domingo, como las que nos acompañan estos días, me alertó un estrépito en el patio de luces. Se había precipitado al suelo un fino miramar que despuntaba desde una casa de hechuras palaciegas. El pequeño elemento disponía de teja azul valenciana a cuatro aguas y veleta, era, posiblemente, de finales del siglo XVIII de cuya singular imagen, al estar retranqueado, únicamente se podía disfrutar desde la parte trasera de los edificios, y no desde la calle. Nadie se preocupó por su conservación puesto que la casa principal estaba abandonada. Nadie preguntó por él porque casi nadie conocía su existencia y creo que fui de las pocas personas que escuchó el derrumbe y fue testigo de su desaparición. Se desescombró y limpió aquello y nunca más se supo. El desconocimiento produce el olvido. En la València del XIX sobresalían numerosos miramares en el centro de la ciudad y ofrecían una visión del horizonte amplia dada la escasa altura de fachada de los edificios en la actualidad sobreviven muy pocos.
Las próximas décadas van a ser críticas para el patrimonio valenciano y, por extensión, para el español. Si nadie lo remedia, el despoblamiento imparable de una parte importante parte del territorio, con casos tan significativos como la llamada “la Laponia española”, una superficie a penas poblada del tamaño de Bélgica, va a producir la inevitable ruina de numerosos edificios antiguos, religiosos en su mayoría pero también civiles, si nadie lo remedia. Recuerdo hace un par de años que junto con otro compañero llevamos a cabo la tasación de las obras de arte y muebles de un palacio renacentista impresionante en un pintoresco pueblo de la provincia de Teruel, cuyos dueños, residentes en València, que lo habían recibido en herencia, lo tenían a la venta desde hacía ya un tiempo, por no poderlo atender, sin haber obtenido resultados positivos. Que nadie piense que se pedía por él una cantidad desorbitada, nada más lejos de la realidad, sino que el problema estribaba en su emplazamiento, en una zona poco habitada de la provincia, con pocos servicios y en los gastos de mantenimiento que un edificio de ese tamaño debe demandar.
Si no se produce un cambio de mentalidad o en los usos sociales y demográficos, que no se vislumbra por ningún lado, las administraciones públicas van a mostrar paulatinamente un interés menor por la recuperación y salvación de parte del patrimonio español, y en el caso de que realmente manifiesten preocupación y alerta, van a reconocerse impotentes financieramente para abordarlo. En algunos casos, de hecho, ya se produce, seguramente va a tener que elegirse entre aquello que se mantiene o se recupera o aquello otro que definitivamente se abandona cruzando los dedos para que el implacable paso del tiempo y un entorno de fenómenos atmosféricos que se muestra cada vez más extremo demoren su trabajo. Cierto que la sociedad civil, en ocasiones, se implica a través del mecenazgo a través de fundaciones y asociacionismo, pero las pocas intervenciones se acometen en entornos “mediáticos”, con visibilidad, situados en núcleos urbanos de cierta importancia.
Además de por razones intrínsecas a la naturaleza del patrimonio sobre el que se actúa, por todo lo dicho anteriormente, las intervenciones que se llevan a cabo sobre los bienes culturales deben acometerse con la mejor praxis posible puesto que quizás, de no ser así, las consecuencias perniciosas que acontezcan con posterioridad se tornen irreversibles, o aquel bien patrimonial que en su día estaba en la lista roja no tenga la suerte de volver a a ser incluido de nuevo.
Descrita la situación anterior y la dificultad real que encierra, resulta difícilmente explicable que se haya producido ante nuestros ojos el deterioro paulatino de un emblemático bien cultural patrimonio sentimental de todos los valencianos y de una gran importancia tanto artística como identitaria. Me refiero a los frescos de Palomino de la basílica de los Desamparados como consecuencia de las humedades debido a las filtraciones de agua. La Societat Valenciana d´Historia del L´art y el Circulo por la Defensa del Patrimonio han alertado sobre una situación que es de la máxima urgencia. Debo decir que concretamente el presidente de la primera asociación, el historiador Joan Gavara ya me había advertido de esta circunstancia hacía meses, si no, años. Debo reconocer que, en su día, cuando se retiraron los andamios de la cúpula tras la costosa y larguísima restauración y quedó a la vista todo el alero del cupulín “rematado” con ladrillo a la vista y no con la tradición teja azul hasta el final (como anteriormente) me resultó una solución constructiva estéticamente extraña, pero pensé que sería un criterio histórico obtenido de fuentes documentales y que ello, que es lo más importante, no repercutiría negativamente al intradós o interior de la cúpula donde se hallan las pinturas. Pues bien, nada más lejos. De hecho, parece ser esta la causa de las filtraciones y de los daños, en algunos casos irreversibles. Si se piensa, parece bastante lógico: el agua, que ya conocemos como cae por estos lares, y que recoge la cúpula debe discurrir por las tejas y ser expulsada, escupida, en lugar de depositarse en esta losa de ladrillo, debiendo descender sin impedimento alguno hasta el alero de la cúpula para evitar precisamente cualquier encharcamiento o retención. Las tejas, ni más ni menos, cumplen esa función de forma excelente. O cumplían, puesto que la eliminación de las mismas ha conducido a esta desgraciada situación. Algo parecido sucedió con los frescos del altar mayor de la Seu, los ángeles músicos han mostrado daños causados también por filtraciones como consecuencia de la retirada de unos elementos arquitectónicos previos.
Dicho esto, es de desear que de forma inmediata se acometan los trabajos de reparación para que no vaya a más el deterioro de las pinturas tanto en ambos espacios tan próximos uno del otro. Con lo sucedido en los frescos de los Santos Juanes, también de Palomino, como consecuencia del incendio y una desgraciada solución para su restauración ya tuvimos bastante. Tampoco debería tardarse mucho en solicitar explicaciones a la dirección técnica del proyecto de restauración y estudiado el caso incluso pedir responsabilidades por no descartarse que estos daños en algunos casos irreversibles son consecuencia de una mala praxis