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ICONOS DE LA CARRETERA 

Pasión estética en la gasolinera

5/01/2022 - 

VALÈNCIA. Materia orgánica procedente del zooplancton depositada bajo capas y capas de sedimentos. Las primeras calles de Bagdad, ya pavimentadas con alquitrán en el siglo VIII. Las rudimentarias explotaciones petrolíferas localizadas en mitad de los Cárpatos, en la tierra habitada por dacios y getas en la Antigua Roma. Las orillas del Pinarus, afluente del Éufrates, teñidas de viscoso crudo, petroleo, oro negro. Principal fuente de energía no renovable, móvil de guerras, de crímenes, de catástrofes medioambientales, de terremotos económicos y crisis internacionales. 

“¿Cómo iba yo a entretenerte? / ¿cómo iba yo a protegerte? / ¿cómo podría quererte / sin petróleo? / sin petróleo… / ¡petróleo, petróleo!”. Las Víctimas Civiles le cantaron y gritaron al crudo en el disco 40 años de éxitos del posfranquismo español en un tema que habla “del deseo voraz, de la rapiña, de la competitividad feroz en pos del secreto mejor guardado de todo Occidente: la materia de la que están hecha nuestros dueños, el oro ambrosía en líquido efectivo, el sexo axial y absoluto”. La letra compuesta por el poeta y cantante Héctor Arnau le habla a la dependencia del líquido bituminoso que es la materia prima para la generación múltiples derivados: plásticos, detergentes, pinturas, barnices, disolventes, fertilizantes, insecticidas, cauchos, poliésteres, lubricantes, ceras, parafinas, alquitranes, breas…

Y gasolina. 

Lo que insufla de energía tu automóvil, salvo que tengas un Tesla u otro coche eléctrico. Lo que sube y provoca un encarecimiento en cadena, el efecto dominó que repercute en el precio final del producto más básico. Lo que llena los depósitos de las gasolineras. Entonces tenemos que hablar del googie

El googie son dólares a go-gó   

Estados Unidos. Fin de la Segunda Guerra Mundial. Capitalismo, libertad, consumo, jóvenes sonrientes hambrientos de futuro, vehículos. 

Durante el período de prosperidad que sucedió durante la posguerra (de 1945 a 1973) se desarrolló una variante de la arquitectura futurista llamada googie, también conocida como populuxe o doo-wop. Esta era una manifestación construida de la cultura del automóvil y la era espacial que emergió en el sur de California, siendo parte indisoluble del eclecticismo de Los Ángeles. Está en nuestro imaginario de diners, moteles, boleras y por supuesto, gasolineras: formas geométricas afiladas o redondeadas, uso abundante de cristal, plástico y neón, letreros exagerados, volúmenes imposibles, deseo de tecnología y modernidad a todo gas. 

El crítico de arquitectura Douglas Haskell bautizó este estilo como ‘googie’ tras conducir por Los Ángeles y toparse con Googies, una estridente cafetería ubicada en West Hollywood que suponía el paradigma de los nuevos establecimientos salpicados con motivos cósmicos y del motor. 

Foto: Mark Van Slyke

La Union 76 Gas Station, en la esquina de Crescent Drive y Little Santa Monica Boulevard, en Beverly Hills, es un icono del modernismo de mitad de siglo y uno de los grandes ejemplos de la arquitectura googie. Su diseño fue trazado en 1960 por el arquitecto Gin Wong con la idea de que fuera una sección del aeropuerto de la ciudad, pero un cambio en el planteamiento de las terminales hizo que acabara como una estación de servicio. La infraestructura evoca la estela de luces que deja un avión al despegar. 

A la Safor también llegó el googie

Oliva. El régimen franquista intenta aproximarse a la modernidad. Éxodo rural, turismo, Seat 600, aumento de la renta per cápita. Es 1962 y se está produciendo la metamorfosis de España. En la carretera nacional 332 el arquitecto Juan de Haro Piñar diseña para la empresa familiar Miguel Just e Hijos una osada estación de servicio basada en las formas del googie. La arquitecta Merxe Navarro, de Brutalment Valencià, define su estilo como “perfecta combinación de una cubierta compuesta por paraboloides hiperbólicos para el espacio de restaurante, tienda y lavadero de coches y estructuras fungiformes para la zona de repostaje”. 

El Rebollet, nombre por el que se conoce la estación, es “tiene múltiples influencias; en la época, Felix Candela y Eduardo Torroja llevan años investigando en cómo llevar al límite de rendimiento las estructuras de hormigón mediante su forma estructuralmente eficiente consiguiendo cubrir grandes espacios con la menor cantidad de material posible. Precisamente, en Gandía, Eduardo Torroja tiene dos iglesias que siguen la misma idea constructiva. Una de ellas es la Iglesia de San Nicolás, ubicada en el puerto y construida en el mismo año que esta estación de servicio. También podemos ver cercanía a la obra de Wright y sus estructuras fungiformes para los espacios de oficina de la Johnson”.

La estética de la gasolinera en los productos culturales 

Más allá de Daddy Yankee cantando que “a ella le gusta la gasolina”, el petróleo inunda la producción cultural escrita, audiovisual y sonora. Desde No es país para viejos (Joel y Ethan Coen, 2007), con Javier Bardem repartiendo estopa en una polvorienta gasolinera Texaco en mitad del desierto, al desasosiego que producen los pájaros atacando la estación de servicio de The Birds, película dirigida en 1963 por Alfred Hitchcock y basada en un siniestro relato de la escritora británica Daphne Du Maurier. David Lynch prende la erótica de la gasolina en Wild at Heart (1990) y los testosterónicos Scott Waugh y Paul Verhoeven emplean estos escenarios de carretera en Need for Speed y Robocop.

Foto: LIDIA CARO

“Con letras inspiradas en la España negra y las gasolineras, Texacco pretende ser la música ideal para volver de una reyerta en el parking de una discoteca”. Así se vende la banda compuesta por Alberto Correcto (Megaphone ou la morte/ El futuro peatón), Violeta Ausina (Mar/Orxata sound system), y David Pascual (Mr.Perfumme, escritor y músico de bandas como Jackson Milicia), Juan Clavel (Golden Peluco) y Santi Serrano (Carmina Burana) que bebe gasolina sin refinar para componer canciones como Virgen de la periferia. 

Reflexión teórica sin fundamento sobre esta pasión 

“El 25 de diciembre salí a pasear solo (aquí sin tilde). Como cada día de Navidad esperaba hallar una ilusión, una señal. Al pasar junto a una obra vi estos 6 bloques del material más noble y bonito que existe, el hormigón —el único específicamente humano—. Sentí de inmediato la llamada de su peso, después su hermosa gradación de color, finalmente la llamada de esa minimalista serie numérica, 1110kg. Otro mundo. Le hice una fotografía, pero la foto me atravesó a mí. Su extraña calidad escultural”. Este texto es el pie de foto que acompaña una imagen de seis bloques de hormigón que fotografió el escritor Agustín Fernández Mallo. Más de mil kilos que son el condensado celular de gran parte de la belleza industrial y brutalista cotidiana. 

Porque no es el hidrocarburo lo que desata esta pasión estética, sino el hormigón que edifica las infraestructuras llamadas a ser el biberón, el gotero, la teta. La cornucopia de lo que alimenta los motores de camiones, coches, motocicletas y tractores. La belleza está en el continente, no en el contenido.  “Es ese azar que en ella me despunta (pero que también me lastima, me punza)” dijo Roland Barthes sobre lo que le agita de una imagen. Los arcos, columnas y cúpulas de las gasolineras, junto a los bordillos astillados, los pilares truncados y otros elementos de las estaciones, son el punctum que seduce, casi siempre porque se basa en una nostalgia inventada —pocos lectores de este medio habrán vivido en California durante los 60’— que es muchísimo más lúbrica que esas estaciones de servicio inocuas y replicables en cualquier autovía europea. 

La exposición Laminoflexia. Láminas de Hormigón Armado en la Comunidad Valenciana, detallada  en este artículo de Carlos Aimeur, recogió de forma técnica la significancia de este material del que, siguiendo las reflexiones sobre estética industrial del filósofo Alain de Botton, deberíamos enamorarnos porque “el reto para los artistas modernos es abrir nuestros ojos a los encantos del paisaje moderno, lo que significa en su mayoría paisajes marcados por la tecnología y la industria. El primer impulso es protestar de que no puede haber nada hermoso en torres de agua, autopistas o astilleros; pero qué equivocados estaríamos si nos quedáramos varados ahí. (…) Somos tan indolentes respecto a esos lugares que tan solo encontrarnos con una fotografía de un puerto en una galería es sorprendente. Rara vez nos preguntamos de dónde provienen los bienes o cómo han llegado a nuestras vidas”. 

Y así, al atravesar los caminos de Castellar-Oliveral, en ese diseminado que es el Tremolar, con acequias, garzas y secaderos de arroz, quedamos epatados ante una gasolinera self-service de Texaco, desplazada de su habitual ecosistema del medio oeste americano. En la huerta norte, en el camino de Moncada, la gasolinera Soriano encarna la figura de la estación de servicio independiente, de surtidores manejados por un empleado que anacrónico que lleva cuarenta años manejando el mismo dispensador manual. En Pinedo, una gasolinera que redunda en el eclecticismo valenciano —azulejos, santos y gasoil. Construída en los 50—da servicio a ilustres domingueros. De Burjassot a Bètera unos arcos en estado ruinoso cubren los surtidores de lo que entra en combustión para moverlo todo*.

Porque cómo podría yo quererte sin petróleo.

*El desplazamiento a todas las gasolineras visitadas para este reportaje ha sido realizado en bicicleta.    

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