Khürd (La rueda) es un documental de Nomin Lkhagvasuren, presentado en el festival de mediometrajes La Cabina, que analiza cómo el capitalismo ha dinamitado la sociedad tradicional en Mongolia y su forma de vida introduciendo dinámicas insoportables para gran parte de la población. No en vano, la cinta se centra en el testimonio de familiares de gente que se ha suicidado o lo ha intentado. Una tragedia doble, porque los que sobreviven luego tienen que pagar el hospital
VALÈNCIA. Es una paradoja cruel como pocas. Intentar suicidarte porque no tienes dinero, porque no puedes ayudar a tu familia o eres una carga para ellos, que te salga mal también eso, y luego le pasen la factura a los tuyos por la gastroscopia, los medicamentos y los días de cama en el hospital. Es uno de los cuadros que pinta el documental Khürd (La rueda) que se emitió ayer en el festival La Cabina de València. Un mediometraje que ganó el Premio del Festival Internacional de Cine Documental de Ámsterdam (IDFA).
Sobreviven recogiendo chatarras de viejas bases soviéticas abandonadas en el mejor de los casos. Otros buscan empleo hasta la extenuación y, cuando lo consiguen, son experiencias casi peor que no tener nada. Tienen que dormir en el propio trabajo, una alienación total y por muy poco dinero. Un tercio de Mongolia vive en la pobreza, un estado de carestía que deriva en alcoholismo, violencia de género y entre padres e hijos y la consecuencia inmediata de ambas: Depresión.
Un testimonio revela que los suicidios son tan habituales que la gente ya no reacciona. A nadie le importan. Una mujer cuenta que su marido era conductor en una provincia. Una noche después del trabajo estaba bebiendo con un amigo, pero el jefe le llamó para decirle que al día siguiente a primera hora tenía que volver a conducir. Dejó la botella, se interrumpió la celebración, y se fue inmediatamente a la cama. Al día siguiente, por la mañana, cuando sonó el despertador, su mujer se levantó con él y en un segundo que le dio la espalda se encontró con que se había quitado la vida. Volviendo en tren a la capital, escuchó a la gente comentar las noticias. Hay tantos suicidios que ya ni se cuentan, decía uno. El otro hablaba precisamente de su caso, se preguntaba qué sería de su mujer y de su hija, sin saber que las tenía sentadas enfrente.
La paradoja son las riquezas y el potencial que tiene el país. Se cita la frase que a menudo pronuncian los analistas extranjeros "los mongoles son mendigos sentados en un lecho de oro". La documentalista denuncia que las leyes se aprueban para beneficio de la oligarquía económica y política, jamás responden al interés de los ciudadanos o a su situación. Si alguna ley protege los derechos del pueblo, esa no se aplica. La corrupción lo invade todo.
Algo que subraya la película es que si los hombres acaban buscando chatarra entre la basura no es por culpa del alcohol, sino que es la pobreza la que les ha llevado a estar en esa situación y la única vía de escape que les queda es beber. Cuando la desigualdad abre una brecha imposible de sortear, en la que capas de la población caen al vacío y nunca llegan a tocar fondo porque no paran de caer, la culpabilidad que inocula el sistema es todavía peor que la desgracia en sí.
En 2019, se suicidaban en Mongolia casi dos personas al día, 500 al año. Una cifra desproporcionada teniendo en cuenta que el país es de tres millones de habitantes. En España, las últimas cifras arrojan unos 3.500 suicidios anuales con cuarenta y siete millones de personas de población. En Mongolia, el 90% de los suicidas no tiene antecedentes de patologías mentales. Una encuesta de 2013 ya mostraba que los trastornos derivados del estrés se habían multiplicado por diez y el alcoholismo, por cuarenta.
Hace años la autora participó en una película, Khadak -término tibetano para referirse a una prenda propia de ceremonias- de los belgas Peter Brossens y Jessica Woodworth, sobre un nómada que quiere convertirse en chamán. Una historia que tenía como telón de fondo todo el declive urbanístico, minero y postindustrial mongol como contraste con un protagonista que quiere hacerse uno con la naturaleza. La periodista trabajó junto con los autores la redacción del guión. En un momento dado, unos militares arremetían contra el chaval en intentos organizados por acabar con las formas de vida nómadas, las tradicionales de la región.
Un estudio de 2017 señalaba que el riesgo de suicidio era mayor en las áreas urbanas que en las rurales, lo que ponía de manifiesto que el abandono de las formas de vida tradicionales son las que conllevan peores consecuencias cuando llega el desarraigo a través de la pobreza. El suicidio es la salida más escalofriante, pero desgraciadamente hay muchos más problemas asociados a la pobreza. Casi un 60% de mujeres mongolas han sufrido actos de violencia y agresiones por parte de sus parejas.
Otro drama es el de los supervivientes al suicidio, que pese a su frecuencia, sigue siendo un tabú. En el documental una chica explica que después de haberlo hecho, las cicatrices siguen ahí y ya no puede vestir con manga corta, es una apestada para siempre; lo es para cualquiera que se fije en sus muñecas. Es, de nuevo, otra paradoja, cuando sobrevivir no es una buena noticia.
Se bromeaba hace años con la noche de los unfollow largos en Twitter conforme se fue recrudeciendo el procés en Cataluña. Sin embargo, lo que ocurría en las redes se estaba reproduciendo en la sociedad catalana donde muchas familias y grupos de amigos se encontraron con brechas que no se han vuelto a cerrar. Un documental estrenado en Filmin recoge testimonios enfocados a ese problema, una situación que a la política le importa bastante poco, pero cambia vidas