vals para hormigas / OPINIÓN

Palabras de políticos

21/02/2018 - 

La secuencia es la siguiente. Un político de Alicante se cita con alguien que le pasa unos papeles timbrados, oficiales y, presuntamente, comprometidos. De esos que son casi imposibles de conseguir cuando eres ciudadano de a pie. Pero que tan necesarios son para el ejercicio interesado del periodismo. Al acabar de perpetrar su plan, siempre es un plan contra alguien, a menudo del propio partido para eliminar obstáculos, nuestro protagonista cuenta una anécdota. Que un día concertó una cita con una empresa del Ibex 35. Que no le dejaron ni cruzar la puerta. Y que apeló al consabido "no sé si sabe usted con quién está hablando, pero le aseguro que no estoy acostumbrado a que me traten así". Que es lo que pasa cuando alguien trata a los políticos -este, en concreto, no ha pasado de funcionario sin mando en plaza- como los meros ciudadanos que son.

Hace poco, escribí por aquí que quizá sería conveniente formalizar por ley las escuelas para padres. Tampoco sería ningún disparate regular la formación de políticos en el desempeño tanto de su profesión, en general, como de su propio cargo, en particular. Quizá así aprenderían que no son nada más que representantes de una parte de la sociedad y que se deben a la sociedad por entero. Que su cargo nunca será vitalicio. Y que no defienden intereses propios, sino comunes. Probablemente, quien no sabía con quién estaba hablando -repito que tampoco era para tanto- era una de las personas que le votó. Y aunque no fuera así, también trabaja para él.

Lo que ocurre es que no hay manera de que aprendan que durante el ejercicio de su cargo, no son dueños ni de sus palabras. Ni que decir tiene de sus poltronas y de los caudales públicos. Cuando Mariano Rajoy asegura que el nefasto himno de Marta Sánchez representa a una mayoría de españoles, lo más seguro es que no acierte. Nuestro jefe de Gobierno siempre olvida que también es el presidente de quienes no quieren que la Marcha Real tenga letra. De quienes no quieren que se adorne con los desesperantes ripios de la ex de Olé Olé. Incluso de los que silban el himno en cuanto lo escuchan. De todos, hasta de la inmensa mayoría que no le votó.

Puede que sorprenda, pero el auténtico maestro del dominio del lenguaje político es Donald Trump, porque lo tiene flamante, sin estrenar. En su cuenta de Twitter siempre habla desde el individualismo, desde el yo. Y luego son sus asesores quienes le deben corregir la gramática y la sintaxis desde los despachos anexos de la Casa Blanca. Trump no quiere representar a nadie salvo a sí mismo. Es lo que le desautoriza, pero también lo que buscan sus votantes, ya que no habla como un político. Por ejemplo, esta semana, Enric Nomdedéu, secretario autonómico de Empleo, escribió en Twitter que dar el mando del PPCV a Eva Ortiz, secretaria general de la formación popular, sería como poner a un "chimpancé con ballesta". Una frase hecha. Como decir que alguien irrumpe atropelladamente en un lugar como elefante en cacharrería. La maquinaria del PP pretendió dotar de literalidad a lo que no es más que una metáfora. Y casi toda la prensa -gente de letras- ha servido de altavoz, alimentando sin rubor el despropósito lingüístico. Son sus códigos. Sus claves cifradas. Su propio lenguaje. De ahí que haya tantos conflictos con las lenguas y tanta dejadez frente a la educación. Los políticos son los primeros que entienden que el lenguaje funciona hasta desfigurado, retorcido o disfrazado de verdad.

@Faroimpostor

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