No recuerdo dónde leí o quién me dijo que cualquier buen discurso o artículo que se precie debe contener un par de citas. Debe de ser por eso que cuando no se sabe cuál utilizar recurrimos a aquella tan manida de Kennedy de: “No pienses qué puede hacer tu país por ti. Piensa qué puedes hacer tú por tu país”.
Hago referencia a esta porque a veces he pensado sobre la importancia que nos atribuimos, haciéndonos creer a nosotros mismos que estamos haciendo algo por nuestro país y nos llenamos de orgullo. La cruel realidad suele ser que, en demasiadas ocasiones, no hacemos nada, ni tan siquiera por nosotros. En la mayoría de los casos si hacemos algo, seamos francos, lo hacemos por nuestro interés. Digo interés (podría decir intereses) y no por verdadero altruismo y orgullo de hacerlo, no confundamos.
¿Hacemos algo por nosotros mismos, por nuestra buena conciencia, por nuestra honestidad, por nuestra ética? Pocas veces.
Los que estamos en política, pensamos que trabajamos para los demás y nos atribuimos potestades y capacidades que en muchos casos no tenemos. Esto en el mejor de los casos es torpeza, en muchos falsedad.
¿Podemos decir con la cabeza alta que trabajamos para los demás, cuando en ocasiones pisoteamos lo que deberían ser nuestros propios principios éticos?.
Nos enrolamos en partidos que representan unos ideales, unos principios y, como organizaciones que son, unos fines, el principal de ellos gobernar o influir en el gobierno. A partir de ahí arranca el trabajo por nosotros mismos, luchar por esos principios y por esos fines, pero respetando sobre todo nuestra dignidad.
¿Puede decir que trabaja por los demás alguien que, al ver frustradas sus aspiraciones personales, se dedica a intentar destruir lo que no le sirvió y buscar otros sitios donde acomodarse?
Quien hace eso no está haciendo nada por nadie, ni tan siquiera por el mismo. Está pisoteando de manera bochornosa su dignidad al arrastrarse por un cargo.
La lealtad y la fidelidad, bien entendidas y no como rimbombantes escusas, deben ser los principios que rijan nuestra vida política. El discrepar y dejar los cargos, con todas sus consecuencias, también son lealtad y fidelidad y un síntoma de dignidad, lo contrario es pura falsedad, mercadeo y avaricia. Dice el refrán: la avaricia rompe el saco. No está de más recordarlo.
Los partidos son instrumentos para trabajar por una sociedad mejor, para hacer cosas por nuestro país. Convertir los partidos, y los puestos que gracias ellos se alcanzan en las Instituciones, en puros mecanismos de mercados de influencias, posiciones de favor y compra de votos, es otra cosa distinta y bastante mal sonante. Es medrar.
Quien se dedica a medrar en política, no es que no está haciendo nada por nadie, ni tan siquiera por si mismo. Está cavando su tumba política a más o menos corto plazo, destrozando su prestigio, su credibilidad y su imagen.
Por suerte, aunque no lo parezca, la inmensa mayoría de los que estamos en política, estemos donde estemos, tenemos un concepto más elevado de nuestra responsabilidad y por lo tanto de nuestra dignidad individual, lo que nos permite sentirnos orgullosos de nuestra labor.
Y ahí viene la segunda cita para darle empaque al artículo, esa de Bécquer sobre distinguir cuando el orgullo es simplemente orgullo o solo es dignidad.
Rafael Congost es concejal de Ciudadanos en el Ayuntamiento de La Nucía