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vals para hormigas  / OPINIÓN

Olvidamos los veranos 

7/08/2024 - 

Antes sucedía solo una vez, la primera de todo el verano en que exclamábamos un ‘qué calor’ que nos agitaba la espalda como un perro que se sacude tras un baño. Era como si el cerebro nos hubiera borrado todos los veranos anteriores, para iniciar el nuevo con el espíritu renovado, el espíritu lánguido pero atento a los asombros que mojábamos en una horchata las tardes de agosto. Eran los tiempos en que parecía que solamente las fiestas de Elche mantenían en suspenso la desconexión total de todo el hemisferio norte. Eran los tiempos en que parecía que solamente los años bisiestos, como este, nos traían una leve agitación, una brisa de levante, con los juegos olímpicos que veíamos con el ventilador a tope en el salón del apartamento que nunca lográbamos sentir como nuestra propia casa. Ni falta que hacía, generalmente. Eran los tiempos en los que el verano, todos son el mismo, iba ocupando el espacio que reservamos a la memoria, como si solo en julio y agosto, como si solo en septiembre para los niños con gafas, fuéramos capaces de dar un salto hacia adelante en la escalera de nuestras vidas.

Pero todo eso ya no existe. Y estamos olvidando los veranos. Volvemos a disfrutar de unos juegos olímpicos que, en esta ocasión, sirven para aliviar la hiel del último año bisiesto, en el que la pandemia anuló las agendas y los calendarios y las fiestas y los deportes y hasta el propio verano, en el que apenas nos atrevimos a viajar un par de noches al Cabo de Gata por si acaso no nos dejaban volver y por si acaso no dejábamos de volver. No sé qué pasará en la niñez, en la adolescencia, en la juventud, esos momentos en que las vacaciones están llenas de exámenes vitales, asignaturas pendientes y cruces de caminos sin señales. Y que tan lejos quedan una vez que los atraviesas para anclar la nave en la orilla de enfrente. Pero para los demás, los que ya apenas divisamos los asombros entre el bosque de rutinas, julio y agosto no son más que dos meses del calendario en los que nunca dejan de pasar cosas.

Tenemos varias guerras en macabra danza, tenemos la política de proximidad empantanada por la investidura de Cataluña, tenemos la política de mar adentro empantanada por la amenaza de que Kamala Harris no pueda dejarnos subir a la plancha de madera del Titanic, como Rose a Jack en la película de James Cameron, por culpa de ese iceberg que se nos vuelve a cruzar en nuestra ruta marítima. Tenemos una epidemia de odio y bulos en Gran Bretaña, la vista de los poderosos puesta en las reservas de crudo de Venezuela, tenemos la sensación de que algo se está cociendo en algún sitio pero no sabemos de dónde nos llega el olor. Ni siquiera sabemos a qué huele. Tenemos las webs de los medios de comunicación atrapadas en el scroll.  Leo que los franceses se han olvidado de Francia y de ser franceses durante este verano de medallas, decepciones, lesiones y récords olímpicos. Es lo que deberíamos hacer todos. Es lo que nos exigíamos cada vez que pronunciábamos ‘qué calor’ un mediodía de julio, con la mente puesta en una caña de pescar, en un buen libro, en una piscina con los primos, en unas copas de fiesta, en un viaje de esos de los que nunca se vuelve del todo, en el reencuentro con esa persona soñada, en todo lo que fuera capaz de entorpecer nuestra última semana antes de las vacaciones. Pero se nos ha olvidado.

@Faroimpostor

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