vals para hormigas / OPINIÓN

Oh, larga Navidad

12/12/2018 - 

Esto de la Navidad es como el cambio climático, conviene atacarlo pronto para que no acabemos fritos. Ya enfilamos la temperatura que expulsó a los dinosaurios del Edén. Aunque probablemente lo arreglemos, por mucho que los líderes de algunos países se empeñen en lo contrario. Y por mucho que sigamos considerando que vivir en una primavera en pleno puente de la Constitución es gozar de un buen clima. Lo de la Navidad parece que tiene menos apaño. Una vez convertida en exaltación extrema del mercado global, también cada vez más dilatada en el tiempo, tanto como nuestros antiguos veranillos de San Martín, hemos conseguido que las fiestas en las que más se celebran la fraternidad y las uniones familiares, cuñados aparte, den pie a las quejas de todos los implicados. La fe ha dado paso a la discusión de una derrama en una reunión de vecinos. La cosa promete.

La llegada de las fiestas decembrinas se decora en estos momentos con un bloc de hojas de reclamaciones. Por la longitud del Black Friday, última incorporación al reparto del pesebre, en forma de pastorcillo dedicado al trueque. Por el descenso de ventas en las tiendas físicas, un común denominador desde que asesinaron la clase media y desde que Jeff Bezos reemplazó al Niño Jesús, que obliga a la prórroga sine die de los periodos de rebajas. por la iluminación de las calles, una especie de Estrella de Oriente que guía a los ciudadanos hacia las calles con mejor oferta comercial. Por la inauguración del Belén municipal, demasiado temprana. Por el carácter de la inauguración, demasiado religiosa (por favor, no me obliguen a comentar esto). Por la cotización en papel moneda del mullido regazo de Santa Claus. Por dejar de poner precio a la ilusión de los más pequeños. Y por no poder denunciar ante la Policía la saturación de villancicos en todos los centros comerciales y supermercados. Habría que consultar el capítulo de torturas de la Convención de Ginebra. El tamborilero es puro napalm. La Virgen se está peinando en una mazmorra de la Inquisición. Tengo que dejar de leer a Juan Carlos de Manuel.

Todo esto, en la capital de una provincia cuyo segundo activo económico, después del turismo, es la Navidad. O así. Imaginen. Y tampoco conviene quejarse, porque hay quien no va a poder disfrutar de nada a causa de alguna pérdida reciente. Y otros que no van a tener ni para polvorones. Ni mucho menos, pasarse en el desprecio, no vaya a ser que nos pase como a la profesora de Estados Unidos que contó a sus alumnos de seis años un presunto secreto sobre Santa Claus -no sé cuál podrá ser, yo conservo la inocencia intacta cada Nochebuena- y la han puesto de patitas en la calle. Las Navidades son un síntoma más del virus pandémico de la crispación. Dejemos que cada uno las viva a su manera. Eso sí, acotemos un tanto el arranque de los festejos, de los precios del langostino y del envío de buenos deseos. Si no, no queda más remedio que ponerse a escribir una columna sobre la Navidad cuando aún quedan más de diez días. No sé qué va a ser de este pequeño vals en las próximas semanas. Le preguntaré a Juan Carlos. Él sabrá.

@Faroimpostor