Me sorprende cuando suenan tambores de guerra y se aprecia cierto pasotismo, e incluso de falta de preocupación, por parte de dirigentes políticos, medios de comunicación y sociedad en general. Si esa falta de debate público se debe a cierto optimismo social y confianza, considerando que al final es una simple exhibición de músculo para obtener ventaja diplomática en la resolución del conflicto, perfecto.
De lo contrario, si pensamos que el problema está muy lejos de nosotros, en Ucrania, a más de 3.600 km de Madrid, me preocupa más, porque podríamos estar a las puertas de una reacción tardía, versión 2.0 de la pandemia, que apareció en Wuhan y, como que estaba muy lejos, solo nos preocupó cuando ya la teníamos extendida en la mitad de Europa.
Las guerras y los conflictos se sabe cómo empiezan pero es difícil saber cómo acaban. Lo que sí es seguro es que una guerra no sale gratis. Una guerra se cobra vidas humanas, en primer término, de militares y civiles. En segundo lugar, las guerras tienen un coste importante para las economías, detraen recursos de aquello que proporciona bienestar a la ciudadanía y cohesión social para el esfuerzo de guerra.
Las guerras, aunque acaben con vencedores y vencidos, con armisticio o con acuerdo de paz, conllevan heridas más profundas que tardan generaciones en cicatrizar. Es más fácil reconstruir un edificio destruido por un misil que recomponer todos y cada uno de los traumas individuales y colectivos que genera una guerra.
Conforme a la información que recibimos, las peticiones y demandas de Rusia y Occidente parecen claras. Los primeros quieren un espacio vital de seguridad e influencia, y todo pasa porque Ucrania vuelva a la esfera de la influencia rusa y se alejen las pretensiones de este país de adherirse a la OTAN. Por parte de Occidente, fundamentalmente de EEUU y la OTAN, no se quiere dejar de tener influencia sobre Ucrania, donde se dispone de recursos que interesan a Europa y, además, se apela a la libertad de cada país de elegir sus aliados. Por otro lado, la escalada bélica ha atrincherado miles de tropas en las fronteras de Ucrania, tanto de unos como de otros.
La diplomacia es siempre una vía para la solución de los conflictos antes, durante y después de una guerra. Lo deseable es que sea antes para evitar costes mayores. Como tengo la misma información que el común de los mortales, imagino que la solución de que cada parte retire sus tropas y renuncie a su programa geoestratégico de máximos sería una solución factible, pero ya me imagino que no es tan fácil. Se está llegando tan lejos que solo es posible una retirada pactada y al unísono, de lo contrario quien primero mueva ficha hacia la casilla de salida perderá y tendrá consecuencias políticas internas.
Otro problema añadido. En el conflicto de los misiles de Cuba de los años 60, la salida diplomática para evitar una guerra nuclear residió en un pacto secreto entre los presidentes de EEUU y la URSS (Rusia). La historia ya sabemos cómo acabó. Kennedi (EEUU) asesinado y Kruschev destituido por el Politburó. Y no solo eso, la Guerra Fría se incrementó en otros países con conflictos regionales, como el caso de Vietnam. Ganaron los halcones de la guerra.
Desconozco si estamos en una situación parecida donde Biden y Putin ven peligrar su situación de partida, llegados el caso. De lo que sí estoy convencido es de que cualquier decisión que tomen no les saldrá gratis y que cualquier éxito en este conflicto no será total, será puntual y de corta duración. Y tornará como un bumerán en su contra.
Quien haya estado leyendo hasta aquí se preguntará ¿y qué pinta un alcalde hablando de estas cosas cuando los Ayuntamientos no tienen competencias en relaciones internacionales? De nuevo, la respuesta fácil es nada, la difícil es más compleja, ya que igual sí tenemos algo que decir. Todas las guerras y sus consecuencias acaban afectando a todos los ciudadanos y ciudadanas del mundo globalizado y la respuesta más inmediata, como en cualquier crisis o emergencia, corresponde a las administraciones más próximas. ¿O qué hemos hecho hasta ahora en cada una de las emergencias climáticas o sanitarias? ¿Es que una guerra va a ser diferente?
Los alcaldes y alcaldesas tenemos también un objeto, además de administrar unos recursos, y no es otro que liderar y entrelazar lazos de confianza con la ciudadanía y el propio Estado. En la guerra y cualquier debate público, en un estado compuesto por distintas clases de administraciones territoriales, todo punto de vista es útil.
Ahora deberíamos dedicarnos a movilizar a la sociedad para evitar una guerra ya que, aunque esté a miles de kilómetros, los ecos de una bomba resonarán en cada una de nuestras casas tarde o temprano. En el mejor de los casos, no llegarán las bombas pero sí el coste económico y la desconfianza política en la democracia, que hasta ahora ha demostrado ser el mejor sistema para la resolución de conflictos internos y externos.
Si con este artículo al menos logro que la gente empiece a interesarse por lo que está pasando y que podamos decirles a los dirigentes políticos con competencias en la materia que hagan todo lo posible por evitarla, será un pequeño paso para que en todo momento impere la cordura. Un paso atrás no es siempre definitivo, a veces sirve para dar dos pasos hacia delante.
Casi 20 años después es necesario recordar que es un error normalizar la guerra como algo inevitable. No a la Guerra, en ningún caso.
José Manuel Penalva es el alcalde de Crevillent.