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la yoyoba / OPINIÓN

Nothing is forever

15/03/2019 - 

Cada vez somos menos y estamos más. La volatilidad impregna nuestra manera de entender un mundo en el que apenas importa ya quiénes somos con tal de que estemos. Las características que nos describen como las personas que “somos”, las que nos proporcionan la identidad y delatan nuestro origen, se están desvaneciendo frente al avance de una multitud de pequeñas acciones, superpuestas y correlativas en el tiempo, que nos hacen vulnerables ante las modas o ante las encuestas, si me apuras. 

Ya casi no somos. Simplemente estamos siendo, porque todo se ha vuelto circunstancial, perecedero e inestable en una lucha donde la supervivencia es el único objetivo. Solo al final, a modo de obituario, se nos podrá observar con la distancia suficiente para percibir quiénes hemos sido. Hasta entonces nos vamos construyendo como un rompecabezas donde las piezas no siempre encajan.

En castellano, el verbo ser se utiliza para explicar aquello que no cambia. De nosotros mismos, de lo que nos rodea. Un verbo cuyo uso correcto está en peligro de extinción. Creemos ser muchas cosas pero en realidad solo estamos de paso. Decía Carmen Calvo que ella no era ministra, que estaba de ministra. Y decía bien, porque aunque la política imprima carácter, mal carácter, como algunos sacramentos, nadie debería apropiarse indefinidamente de una circunstancia efímera para tatuársela en su ADN o en su carné de identidad. Como ser rey, alcalde, rubia, joven, socialista, española o pobre. Nada es para siempre. Nothing is forever, ni puñetera falta que hace. 

Ni siquiera el sexo con el que nacemos, que nos ha determinado tradicionalmente, es ya definitivo. Ni la religión ni la nacionalidad ni el oficio. La coherencia, esa actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan, no se cotiza en los mercados. Hay quienes quieren ser diputados a costa de estar como diputados por tiempo indefinido sin importar las siglas que le acompañen en el trayecto. 

Los hay que dicen ser honestos pero únicamente están honestos mientras les surge la posibilidad de hacerse ricos. Utilizamos el verbo ser que invoca una naturaleza propia del sujeto porque nos interesa permanecer en ese estado ocasional hasta que el cuerpo aguante. Yo propongo que no seamos nada. Que desautoricemos las tintas indelebles, que reivindiquemos de verdad el libre albedrío aunque en el pecado llevemos también la penitencia. De ahora en adelante, me comprometo a emplear esos dos verbos atendiendo a la persistencia y la perseverancia de mis innumerables estados. Así que diré de mí que estoy rubia, que estuve joven, que estoy valenciana, que soy andaluza, que estoy casada, soy madre o que estuve católica. 

Solo seremos aquello que no podamos cambiar de nosotros mismos por mucho que nos empeñemos. Recuerdo ahora un diálogo de la película “El secreto de sus ojos” que decía que "un tipo puede cambiar de todo. De cara, de casa, de familia, de novia, de religión, de Dios. Pero hay una cosa que no puede cambiar Benjamín. No puede cambiar de pasión." Las pasiones, y también la imbecilidad, no se pueden disimular. Se nos ve de lejos.

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