VALÈNCIA. Con tan solo tres películas, Jordan Peele se ha convertido en uno de los directores más importantes (y originales, y audaces) de la industria gracias a su explosiva capacidad para construir potentes metáforas en torno al mundo en el que vivimos desde la perspectiva reivindicativa de la identidad afroamericana en las que también hay espacio para el sentido del espectáculo hollywoodense. La crítica social unida a la fantasía. Es algo que se pone especialmente de manifiesto a través de su última obra, la inclasificable Nop, una mezcla entre western, cine de invasiones alienígenas y sátira punzante en torno a la cultura del espectáculo, en la que encontramos caballos, ovnis y monos actores asesinos. Terror, ciencia ficción, entretenimiento marciano y reflexión intelectualizada. Un cóctel tan fascinante como en ocasiones, un tanto confuso.
Si Déjame salir y Nosotros, hablaban del racismo y de la lucha de clases, Nop se encarga de abordar la manera en la que consumimos las imágenes y su capacidad para quedarse clavadas en el imaginario colectivo creando una serie de arquetipos. Por eso parte de la secuencia ‘Caballo en movimiento’, de Eadweard Muybridge, una cronofotografía que constituyó uno de los cimientos del cine y en la que aparece un jockey negro. El director echa la vista atrás a los orígenes de su medio de expresión para señalar que la explotación de su colectivo estaba ya presente desde el principio. Una idea un tanto enrevesada que opera sobre todo a un nivel conceptual, como muchas (quizás demasiadas) de las ideas que se diseminan a lo largo de una narración en la que se fusiona el sentido lúdico con la alegoría, a veces, muy cogida por los pelos. Pero el caso es que Peele utiliza a ese jockey negro para convertirlo en el antepasado de sus protagonistas, OJ (Daniel Kaluuya) y Emerarld (Keke Palmer), dos hermanos que se han hecho cargo de la empresa familiar dedicada a la doma de caballos para participar en las películas y que por tanto son los destinatarios de todo ese legado simbólico.
Él es trabajador y taciturno, reflexivo. Ella es vital y energética, visceral. Viven en una granja perdida tras la muerte de su padre en extrañas circunstancias. Será el primer aviso de que algo raro está pasando, algo que proviene del cielo. El director quería crear esa especie de sensación de angustia en espacios abiertos, que el cielo se convirtiera en algo amenazador. Y es que, entre las nubes, ocultándose entre ellas, hay un platillo volante depredador que está esperando succionar a sus víctimas. La amenaza se irá cociendo poco a poco, de manera que Peele dilata los supuestos secretos que esconde su relato a través de la tensión atmosférica, muy bien medida. Por el camino los protagonistas se convertirán en detectives del horizonte y reclutarán a un joven experto en tecnología, Angel (Brandon Perea), y fan de los extraterrestres. Más tarde, al equipo de investigación se unirá Antlers Holst (el mítico Michael Wincott), un solitario director de fotografía obsesionado en captar momentos inexplicables y únicos. Porque como se dice en la película, aquello que no se registra, no existe. A través de él, Peele introducirá los elementos de rodaje más elementales para reivindicar el oficio en su vertiente más pura y artesanal. También encontraremos personajes algo arbitrarios, pero fundamentales para Peele para la construcción del relato, como Ricky ‘Jupe’ Park (Steven Yeun), una ex estrella infantil marcada por un trauma que sucedió frente a los focos y que solo sirve en realidad para introducir un flashback destinado a convertirse en una de las set pièces más memorables de la filmografía de Peele, el rodaje en directo de una sitcom protagonizada por un chimpancé, Gorky, que terminará asesinando a toda su familia ficticia cuando se cree amenazado. De nuevo, otro elemento utilizado para recalcar el mensaje en torno a la naturaleza despiadada de la industria y del sueño americano.
Uno de los problemas de Nop es que todos estos elementos no terminan de encajar del todo bien. Son ideas brillantes de manera aislada, pero que al unirse desprenden una sensación un tanto arbitraria, como si el director se esforzara en conectarlas a través de un discurso demasiado peregrino y teórico.
Por eso, lo que realmente funciona en Nop son las escenas independientes y seguramente así será recordada. La escena del mono, la escena del ovni engullendo a cientos de personas y haciendo la digestión (un momento de horror cósmico de primer nivel) o la persecución puro Oeste de la criatura a OJ montado en su caballo. Las imágenes del cielo y las llanuras, y alguna otra imagen aislada que funciona de forma genuina o que remite a clásicos de diversos géneros, desde Encuentros en la primera fase de Steven Spielberg a Señales de M. Night Shyamalan (ambas muy obvias), pasando por La puerta del cielo o Hasta que llegó su hora. Todo muy metacinematográfico.
Seguramente para muchos se convertirá en una película de culto, y es cierto que está llena de ideas y de riesgo, pero todo resulta demasiado forzado. Jordan Peele es un director inteligente, pero en este caso ofrece una película una tanto vacía y, en el fondo, pretenciosa.