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Y así, sin más

No rendirse, el miedo y la salvación: la lucha contra el cáncer

14/10/2023 - 

ALICANTE. El mundo te romperá el corazón de todas las formas imaginables. Esto está garantizado y yo no puedo explicarlo, como tampoco la locura que llevo dentro o la que llevan los demás. La vida nunca es justa, pero debes afrontar los golpes y seguir adelante. Y cuando tengas el corazón roto tendrás que volver a construirlo y, no solo eso, tendrás que volver a confiar y esta es la parte más difícil. A pesar de todo esto, aunque la vida rompa todas tus ilusiones debes seguir soñando, porque si no lo haces ¿qué clase de vida estarás viviendo? ¿Para qué quieres una vida si no la estás aprovechando?

No se puede vivir con miedo toda la vida. La vida es así: te caes, te levantas y te vuelves a caer. Pero, si ni siquiera te mueves por temor a caerte, en realidad, ya te has rendido.

Precisamente porque en el fondo soy alguien muy optimista y muy vital, alguien que cree profundamente en la vida y que vive lo más profundamente posible, la noción de la muerte es también muy fuerte en mí. Nunca se despertó en mí el menor sentimiento religioso. Y entonces la noción de la muerte para mí no es una noción que yo pueda esconder o disimular o buscarle un consuelo con la idea de una resurrección, de una segunda vida. Para mí la muerte es un escándalo. Es el gran escándalo. Es el verdadero escándalo. Yo creo que no deberíamos morir y que la única ventaja que tienen los animales sobre nosotros es que ellos ignoran la muerte.

El animal no sabe que va a morir. El ser humano lo sabe, y reacciona de distintas maneras, histórica o personalmente. Mi reacción te la acabo de decir y por eso tienes que comprender que la muerte es un elemento muy importante y muy presente en cualquiera de las cosas que yo he escrito.

El amor era el amor en cualquier tiempo y en cualquier parte, pero tanto más denso cuanto más cerca del peligro. Como dijo Gabriel García Márquez en Cien Años de Soledad: "Nadie debería descubrir el significado de la vida antes de haber cumplido cien años". Y al final la vida es eso: el amor que pasa, la vida que pesa, la muerte que pisa.

"Cuando te diagnostican cáncer de mama no puedes tener miedo a pedir ayuda", me confesó Ana Locking completamente recuperada. Su historia con esta enfermedad comienza mucho antes de que la padeciera, cuando su madre fue diagnosticada hace ya más de veinte años. Le cambió la forma de entender la vida. “Cuando se me curó la herida, un mes después, me tocaba mi primera revisión con el oncólogo para saber qué tratamiento iba a necesitar tras la operación. Recuerdo que era un día de lluvia torrencial y tuve que ir sola al hospital porque mi pareja tenía covid. Este médico ni me miró a la cara. Cogió todos mis papeles, los leyó y me dijo que necesitaba ocho meses de quimioterapia. Me dijo que a los dos o tres días tenía que volver a entrar en quirófano para implantarme un Port-a-Cath y que por ahí me pincharían la quimioterapia. Salí de allí llorando y aterrorizada porque no vi ni una pizca de empatía, ni una mirada a los ojos. Ni un mensaje de ánimo… una máquina”.

La lucha contra el cáncer marca a diversas generaciones dentro de una misma familia. Y pocas familias se salvan del terror que genera esta palabra. Escribo esto y pienso en la mía. En los que ya no están y en los que seguimos aquí, trepando por las paredes blancas para seguir adelante. A la vez, mi mente viaja a mis conocidos que sufren esta enfermedad y, sin pensarlo, a Ayanta Barilli y su mar violeta oscuro, en el que relata de forma autobiográfica la lucha de cuatro mujeres contra el maltrato y el cáncer de mama desde 1860 hasta la actualidad. Un relato que ayuda a sanar, porque la lectura de un buen libro es un diálogo en el que el relato habla y el alma contesta.

Las enfermedades entran como un rayo, ni siquiera te avisan. No hay vuelta atrás: te has enfrentado al huracán tú, que siempre has estado en la batalla. Tu vida: una película que da la talla. “Recuerdo tu cara al salir del hospital y como me dijiste de esta salgo, quizá aunque nos haga pasarlo mal puede que hasta aprendamos algo”, dijo alguien que resuena en mi cabeza.

Creo en días internacionales, como el Día Internacional contra el Cáncer de Mama o el Día Internacional contra el Cáncer, si estos ayudan a visibilizar para dar a conocer la realidad de muchas personas. Creo en la ayuda brindada a los nuestros en situaciones difíciles y en estar dispuestos a estar cuando no podemos más. Y en los sanitarios españoles que nos atienden en cada momento, porque por cada uno que no me escuchó cinco me demostraron empatía. Creo en detecciones precoces y tratamientos a tiempo -un 65% de la población consigue curarse cuando hablamos del cáncer en general- a pesar de que este te conduzca al borde de la vida. Creo en la inversión en la ciencia y chequeos periódicos que ayuden a que todo esté bien.

Escribí este artículo para no escuchar tanto ruido a mi alrededor. Mi forma de gritar, cuando más lo necesitaba, fue escribir. Quizá ante el miedo que genera el momento del diagnóstico también surjan efecto las letras. O mientras se lucha contra el terror. Letras que hablan de todo lo que forma parte de la vida, y de la de tantas personas. De lo bueno y de lo malo, y también de lo que no sabes muy bien a cuál de los dos bandos pertenece. Hablar de esa necesidad de coger el daño y gritarlo, para que duela un poco menos, para escucharlo más bajito. Y es el grito el que me salva de estos días tan extraños, en los que vuelve ese vértigo al ataque si me callo. Y gritando intento convertir en algo bello el daño.

Cuando pisas un hospital te das cuenta de que todos pendemos de un hilo. Que las pruebas importantes se hacen en sótanos y que en las salas de espera nadie habla -quizá por el miedo a lo que vendrá-. Y que la humanización de los protocolos urge para que los y las pacientes puedan amortiguar su dolor con un poco de belleza. Y es que es verdad lo que dijo Ana María Matute. Los hospitales han visto besos más sinceros que los salones de bodas.

Es como la leyenda japonesa del hilo rojo. ¿La conocéis? Un hilo rojo invisible conecta a aquellos que llegaron a encontrarse, sin importar tiempo, lugar o circunstancias. El hilo rojo se puede estirar, contraer o enredar, pero nunca romper. Este hilo nos conecta a alguien que puede estar en Dallas o en Toronto, quizá en Castellón o Madrid. El hilo sería la suerte que nos guía a encontrar los amores, imprescindibles en estas situaciones.

La leyenda cuenta la historia de un hilo rojo e invisible, atado al dedo meñique de dos que se aman inexorablemente y más allá de todo, incluso contra su voluntad. La conexión con el dedo meñique, visto como el dedo de los vínculos y las relaciones en Oriente, enlaza con la arteria Ulnar que conecta el corazón y la mano y que de alguna manera sella con su latido el enlace amoroso con aquellos que hemos guardado en el corazón.

Y así, sin más, descubrí que llevamos por corazón un lazo que nos une recordando cada beso y cada abrazo. Y ahora sé que parte de la salvación estaba dentro de un beso y una caricia quizá una noche de despedidas en un coche. Que te duela el pecho y sea por amor es la única vía de escape paralela ante tanto dolor.

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