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VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

Nerea y la literatura

25/04/2018 - 

Así, a primera vista, podría parecer aventurado. Pero lo que pasó la semana pasada en el Ayuntamiento de Alicante, visto desde fuera, se asemeja mucho a la lectura de Lolita, la novela de Vladimir Nabokov. En ningún momento te encuentras cómodo, pero no puedes apartar tu atención del relato. También aquí ha habido un objeto del deseo, el trono de los Siete Barrios. Y tensiones sin resolver, gritos y lágrimas. De cadáveres, todavía no se ha constatado ningún certificado de defunción, pero cierto hedor entre carroña y azufre sí que se percibe bajo la puerta de según qué despachos. En todo lo demás, las similitudes se diluyen. Nerea Belmonte está muy lejos de ser una nínfula, no hay nadie que sepa contarlo todo como lo haría Nabokov y, sobre todo, el 99,99% de nosotros carece de la pulsión enfermiza de Humbert Humbert.

Es cierto que Winston Churchill ganó un Nobel, más por carisma que por pluma, aunque hay que reconocerle que sabía corregir sus textos después de escribirlos. Algún representante público más habrá que sepa planear sobre páginas en blanco con soltura y habilidad. Pero en general, y en el ejercicio de su profesión, los políticos son tan chuscos hilando argumentos que, a lo sumo, pueden destilar un par de ripios con gracia. Salvo excepciones, no redactan más que clichés que ya nacieron antes de Homero y que siempre tienen como protagonista al poder, la codicia y el mercadeo de favores. La vida política es al poder lo que las telenovelas al amor. Aunque con la trascendente diferencia de que el popurrí de los gobiernos nos afecta directamente, mientras que los culebrones solo facilitan la siesta. Como las actas parlamentarias, con esa gramática legislativa que espanta a las fieras y el ritmo lento de los listines de teléfono. Ni Cela supo darle mordiente a la Constitución.

La subtrama tránsfuga de la cosa, al menos, no deja indiferente a nadie, pero eso no quiere decir que, de partida, vaya a pasar al catálogo de clásicos contemporáneos. Nerea Belmonte, nada más empezar la legislatura, llevó el libro de Matemáticas a la clase de Lengua. Y lo dejó sobre el pupitre para consultar en Facebook el estado de sus amigos. Así no hay quien arranque una buena novela. Y menos, si al final tenía pensado ser la guardiana entre el centeno que abraza con cinismo todo aquello que dice odiar. Sin embargo, los secundarios del cambio de Gobierno local sí estuvieron a la altura, como en las películas de John  Ford. La izquierda se lanzaba a un drama shakespeariano que aún no ha acabado y que reserva el papel principal a un personaje que jamás pisa el escenario. La derecha observaba la lucha de molinos y gigantes con la esperanza de conquistar la ínsula Barataria. Y Sepulcre exhibía su plumaje de cortejo en plena rebelión en la granja. Pieza por pieza, la trama alicantina es fascinante. En conjunto, no pasa de redacción de Bachillerato. Un cinco pelado que no compensa los suspensos en Filosofía Elemental y Labores del Hogar. Ni nuestra indefensión.

@Faroimpostor

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