Vals para hormigas / OPINIÓN

Nada

28/06/2017 - 

Esta solía ser la semana de la nada, en la que tocaba sacudirse las cenizas de los hombros y desterrar los tapones de los oídos. Tocaba, como también ocurre este año, cerrar fuerte los ojos para ver si entre las manchas de colores encontrábamos la manera de creer en las cifras de ocupación durante las fiestas, que se proporcionan siempre sin datos que las apuntalen. Tocaba que alguien lanzara un globo sonda, un jeroglífico que apuntara la posibilidad de hacer coincidir las Hogueras con el fin de semana, aunque sin decirlo claramente, no fuera a ser que alguien se enojara. Tocaba marearse como un noruego en el Sahara, buscar un punto de fuga en el horizonte que ayudara a atravesar la nada que cae sobre esta ciudad desde el 15 de junio, aproximadamente, última fecha laborable en los despachos de poder, última fecha en la que los teléfonos fijos dan señal audible, última fecha en la que la burocracia hiberna antes de trasladarse al apartamento en la playa, con la pareja, los hijos, un salvavidas con forma de pulpo y un móvil que solo funciona dos horas al día.

Esta solía ser la semana, la primera semana, en que se podía encontrar aparcamiento en el centro en las horas centrales del día, esas en que los meteorólogos recomiendan no pasear. La semana en la que Kafka se soltaba la corbata, la de coger la rebeca para visitar el supermercado, la de planear el campamento de los niños y apuntar el horario de las piscinas municipales. La de buscar bajo los adoquines una voz, un latido, un temblor que indicara que la ciudad seguía viva, que no se había vaciado con el éxodo a la costa, que había pulso más allá del goteo de los aires acondicionados. Era una semana de trasiego en los ascensores y despedidas hasta septiembre, de sustituciones en las plantillas de los restaurantes y de escuchar en la televisión del vecino cómo se vacía Madrid en verano. Esta solía ser la semana de las persianas bajadas, los negocios a media asta y los paseos nocturnos entre el silencio de una ciudad tomada por la nada.

Y así ha sido. Solo que este año la cultura se ha empeñado en teñir la nada de sombras para que alguien pueda buscar refugio entre el bochorno y la sensación térmica que convierten la ciudad desierta en una jungla para orquídeas. La cultura, precisamente, que solía dedicarse a la noche y la intemperie y que ahora viene a alimentar la caldera y el rescoldo, para engañar a la nada con un ralentí en voz baja. Y de la nada ha surgido la vuelta de las librerías a la Feria del Libro, de la nada ha surgido la reconciliación con el sector, supongo que a pesar de los esfuerzos del presidente del gremio, José Antonio López Vizcaíno, por sacrificar la feria en el altar de la nada, con su querencia a la tinta de fotocopiadora y a remedios contra el dolor de espalda. Soplan aires nuevos entre las casetas y parece que alejan el olor a humedad y estancia cerrada que habían impuesto las huestes de Vizcaíno. Veremos.

Esta solía ser la semana de la nada. Pero también en la Lonja del Pescado se avecina un remedio contra la tiranía del abanico, la horchata en la plaza y los concursos refrescantes de todos los canales. Tal como adelantó el compañero Eduard Aguilar, ayer se inauguró la exposición que muestra la colección con la que Agustí Centelles retrató una época, una guerra, un país. La ocasión deslumbraría incluso en invierno, con sus fogonazos de arte y oportunidad en blanco y negro. Imaginen lo que será poder contar a sus descendientes que una vez atravesaron el páramo, la estepa, la antártida de silencio de las calles de la mano de Centelles. Recordar que esta ciudad palpitó una vez en verano, tras pasar fiestas. Que, por una vez, la nada sucumbió.

@Faroimpostor