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ANÁLISIS AP

Muerte por sanchismo

29/05/2023 - 

VALÈNCIA. La del domingo ha sido una derrota sin paliativos de la izquierda en la Comunitat Valenciana. Una derrota, además, menos ajustada de lo que pronosticaban las encuestas, a causa de la desaparición de Unidas Podemos de las Cortes Valencianas. Es cierto que los resultados de 2019 fueron excepcionales, pero cuatro años después es mucho lo que han perdido las formaciones de izquierda. Han perdido, de entrada, la clave de arco del poder: la Generalitat Valenciana. Han perdido el ayuntamiento de València, y también el de Castellón, así como el de Elche. Posiblemente la izquierda pierda la diputación de Castellón y tal vez la de Valencia. El PP vuelve, ocho años después, y vuelve con fuerza: controlará la Generalitat, las tres capitales de provincia, y quizás las tres diputaciones provinciales. Es una gran victoria para la derecha valenciana, que retoma el favor de los valencianos.

La Comunitat Valenciana se veía como la clave de la lectura nacional de estas elecciones. Si el PP la reconquistaba, sería el preludio de una probable victoria de Alberto Núñez Feijóo en las Elecciones Generales. Si el Botànic lograba resistir, le daría aire a Pedro Sánchez y a la coalición gobernante. Pero el golpe ha sido mayor de lo esperado para la izquierda en el conjunto de España, difuminando en cierto sentido la debacle de la izquierda valenciana. La noche electoral muestra unos resultados que nos recuerdan elecciones municipales y autonómicas que prefiguraron el cambio de gobierno en España: las de 1995 y 2011. Pero incluso entonces el PSOE logró mantener Andalucía (cuyas elecciones se votaban con las Generales), y en 1995 también la alcaldía de Barcelona, la segunda ciudad del país.

Ahora, en cambio, el PSOE ha perdido la Comunitat Valenciana, que era la comunidad autónoma más importante que le quedaba, porque perdió Andalucía hace un año. Pero también ha perdido Baleares, Aragón, La Rioja, Canarias, y probablemente Extremadura, así como su participación en el gobierno de Cantabria, que pasará también al PP. Sólo le quedará al PSOE Castilla - La Mancha, Asturias y Navarra, que globalmente tienen algo menos de cuatro millones de habitantes (en torno al 8% de la población española). En términos municipales, el PSOE ha perdido Sevilla, ha perdido València (donde gobernaba en coalición con Compromís), Valladolid, y muchas otras capitales de provincia. No parece que vaya a recuperar la alcaldía de Barcelona. La principal capital de provincia gobernada por el PSOE será Las Palmas de Gran Canaria.

Como ya he indicado, los resultados de 2019 fueron excelentes para la izquierda, y en particular para el PSOE. Pero esto no es una mera "corrección". Esto es una debacle en toda regla, que prefigura la más que probable llegada de Núñez Feijóo a la Moncloa, como también sucedió en 2011 con Mariano Rajoy. Los votantes han escogido a sus representantes en ayuntamientos y comunidades autónomas; pero también han tenido en cuenta la política nacional. Y más conforme mayor dimensión tuviera el organismo que había que elegir, es decir: más en las elecciones autonómicas y en las municipales en las ciudades más grandes. Y esa política nacional ha jugado por completo en contra de los intereses de la izquierda.

Foto: MARGA FERRER

Personalmente, dudo que los fenómenos de campaña hayan tenido una gran importancia en la movilización del voto. Es decir, no creo que lo que ha sucedido sea voto de castigo por Bildu o por los escándalos de compra de votos (que, además, también afectaban al PP). Este voto de castigo lleva labrándose mucho tiempo, y se cimenta en los errores, la bisoñez, las insensateces, el descontrol y la arrogancia del gobierno de coalición. Es un voto de castigo doble contra el gobierno: de los votantes conservadores, que se han movilizado contra él, y de sus propios votantes, que no lo han hecho y se han ido a la abstención.

No quiero decir con esto que el Botànic sea inocente de lo que ha sucedido en estas elecciones. Es una derrota clara, en la que también entran sus limitaciones de gestión, la abrupta salida de la vicepresidenta Mónica Oltra (que ha debilitado a Compromís), la sensación de que era un gobierno conformista. Mi sensación es que el Botànic no cometió grandes errores ni grandes aciertos. Fue un soplo de aire fresco tras el enrarecimiento insoportable de la última etapa del PP; pero no acabó de asentarse nunca, y la prueba es que consiguió su mejor resultado al llegar, con el 55% de los votos y 55 escaños en 2015. Perdió casi siete puntos y tres escaños en 2019, y ahora ha perdido otros tres puntos y seis escaños y, con ello, el poder. Algo que probablemente no habría pasado sin el lastre del sanchismo. Pero en esta segunda legislatura había sido un Gobierno con cimientos frágiles, que les hacía muy vulnerables a cualquier contingencia negativa, como así ha ocurrido.

En el plano nacional, con estos resultados, va a ser muy complicado para Pedro Sánchez y Yolanda Díaz recomponer el panorama de aquí a diciembre. Porque el suyo también es un Gobierno frágil, en situación precaria prácticamente toda la legislatura, y porque los dos dirigentes salen particularmente debilitados de esta noche electoral. Pedro Sánchez es un presidente odiado por muchísimos votantes, con una imagen pública muy negativa, que moviliza al electorado conservador. También le pasaba esto a Felipe González, pero Sánchez no tiene el carisma que tenía González para movilizar a los suyos. Si no conociéramos su personalidad y su afán por resistir (o por agarrarse al sillón, como prefieran ustedes), pensaríamos que tal vez debería retirarse y buscar a otra persona que le sustituyera, como hizo Zapatero. Pero no parece que haya tiempo para eso, y el presidente se ha encargado de que no hubiera nada parecido a un delfín o un aspirante a su alrededor, y los que había en las comunidades autónomas ya vemos cómo han quedado.

Foto: EP/ALEJANDRO MARTÍNEZ VÉLEZ

Lo más parecido a un delfín o una alternativa de Pedro Sánchez es la vicepresidenta Yolanda Díaz. Ésta lleva dos años en lo que ella ha denominado un "proceso de escucha" para forjar un espacio político amplio, vinculado con diversos socios locales, y en el que faltaba integrar a la formación que le otorgó en primera instancia la candidatura: Unidas Podemos. La estrategia de Díaz, debilitar a Podemos para a continuación apropiarse de su espacio a un coste muy bajo, ha sido por ahora todo un éxito: ha debilitado tanto a Unidas Podemos que esta formación apenas tiene ya espacio alguno. La cuestión es que no parece que los votantes estén muy ilusionados con Sumar, que por ahora sólo ha servido para dividir y restar: para que la izquierda pierda poder a espuertas y salga de estas elecciones debilitada y dividida. En particular, la izquierda a la izquierda del PSOE.

Los socialistas pueden consolarse, al menos, con la clara vuelta al bipartidismo que suponen los resultados. El PSOE ha perdido fuelle, pero muchos de los partidos que suponían una alternativa han perdido más. Ha perdido Compromís, por ejemplo, y no sólo en las elecciones autónomicas; también mucho poder municipal, comenzando por la alcaldía de València, y otras alcaldías importantes. No digamos lo que ha perdido Unidas Podemos, o cómo ha quedado ERC. Casi el único partido de izquierda que sale fortalecido de esta noche electoral es... Bildu.

Vuelve el bipartidismo, pero es un bipartidismo escorado a la derecha. El PP es el principal partido de España hoy mismo, que va a concentrar la mayoría del poder autonómico y municipal, y muy probablemente el más votado si las elecciones generales se celebrasen mañana. Además, cuenta con un socio en "la derecha de la derecha", Vox, que ha demostrado también la solidez de sus apoyos, aunque sean minoritarios. Todo ello son muy buenas noticias para Alberto Núñez Feijóo, el triunfador de estos comicios que desde el principio el PP intentó leer y jugar en clave nacional, y que ahora llega a las inminentes Elecciones Generales con un viento de cola que difícilmente desaparecerá. Mala suerte para su antagonista, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que tendrá que esperar como mínimo cuatro años para desvelar sus máximas ambiciones.

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