A Dani, un incondicional
Muere Margot Kidder y de repente todos nos damos cuenta de que tampoco sabíamos volar sin arneses. Es el mayor regalo que cada vez que entramos en una sala nos concede el cine, creer que podemos volar. Después, a la salida, cuando nos topamos con el grupo de señoras que comenta en voz alta el final de la película que aún no hemos visto, cuando nos cruzamos con el solitario que enciende un cigarrillo como aprendió de Humphrey Bogart, volvemos a esa realidad en la que nuestros pies apenas se levantan un palmo de suelo al dar un brinco. La gravedad como síntoma de que ya no estamos en el cine. Pero hay personajes, como la Louise Lane que interpretó Kidder en las cuatro entregas de Superman protagonizadas por Christopher Reeve, que nos demuestran que no hay que ser un superhéroe para volar. Y entonces nos reconciliamos un poco con Isaac Newton y su Ley de la Gravedad. Tan prosaica.
Margot Kidder éramos todos. Como Jack Lemmon. Como José Luis López Vázquez. Por eso se nos ha escapado un hilillo de luz con su pérdida. Era morena, una condición que en Hollywood te ubica en la clase media. No tenía un físico despampanante, una condición que en Hollywood te ubica entre los empollones con derecho a Oscar. Y, como canta Sabina, tenía más larga la lengua que la falda, una condición que en Hollywood te saca de foco en cuanto se apaga tu primer fulgor. Era como si cualquiera de nosotros hubiera pasado el casting de cualquier superproducción. La vecina mona y con talento que tuvo la suerte de que, en la frontera entre los años 70 y 80, las morenas tuvieran línea directa con el star-system. Margot, Carrie Fischer, Karen Allen o Sean Young merecieron sus papeles en la saga de Superman, en la de Star Wars, en En busca del arca perdida y en Blade Runner, respectivamente. Y tuvieron los arrestos de demostrar que fuera del plató, sabían reconocer al personaje que se escondía tras Clark Kent, liderar una revuelta intergaláctica, luchar contra cualquier tipo de nazismo o distinguir a los replicantes a primera vista. Y todas, de una manera u otra, se desvanecieron, se camuflaron entre la multitud que suda, sufre, se emborracha, enloquece o muere como todos, acabaron sucumbiendo a ese mundo de egos, mordazas y facturas pendientes que es el cine cuando se desenchufan las cámaras. A ese mundo en el que se castigan los méritos y en el que vivimos todos nosotros, tan clase media, tan sumiso, tan callado, tan sometido a la gravedad.
Afortunadamente, en los últimos tiempos andamos sobrados de margotkidders. Rubias, morenas, pelirrojas. Y contestatarias. Son las líderes de los movimientos sociales que están removiendo el caldero para que no se nos peguen las lentejas de lo establecido. Afilan el verbo cada mañana, dominan las redes sociales, brotan en el asfalto con cada injusticia y logran que hasta los productores de Hollywood como Harvey Weinstein acaben humillados e hinquen la rodilla en tierra. Puede que en unas décadas se apague el impulso que las mujeres están dando a la nueva revolución, que desaparezca como desapareció la estirpe de morenas de aquel Hollywood de los 80. Pero, de momento, deberíamos aprovechar el torbellino porque nada parece estar saliendo bien. Ni aquí, ni en ningún sitio con conexión a internet o reflejo en Google Earth. Volar, mientras podamos, como Margot Kidder en Superman. Y después, resistirnos a callar hasta que el sistema acabe imponiéndonos los efectos de la gravedad. Si puede.
@Faroimpostor