la nave de los locos / OPINIÓN

Mirarse el ombligo

La caridad bien entendida empieza por uno mismo. No vamos a cargar con el dolor del mundo sobre nuestras espaldas. Tiempo habrá para el llanto y crujir de dientes, pero ahora toca pensar en nosotros. Seamos egoístas sin pensar en el qué dirán   

28/03/2022 - 

VALÈNCIA. Dentro de un año, cuando san Juan Roig presente los próximos resultados de Mercadona, podré presumir de haber engordado su facturación con 3,70 euros. Es lo que cuesta el gel reductor de abdomen de Deliplus. Con anterioridad adquirí su crema antiarrugas (5,50 euros) y su contorno de ojos (5 euros).

¡Quién me iba a decir que acabaría siendo, además de ultraderechista, un metrosexual de l’Horta Sud!

Llevo unos días aplicándome el mencionado gel. Después de hacerlo me pongo de perfil delante del espejo del cuarto de baño, y me miro y me palpo el ombligo con delectación. De momento no noto una disminución, ni sensible ni acusada, de mi barriga que, sin ser propiamente de la tipología cervecera, desluce el tipito que yo exhibía no hace mucho tiempo. 

Foto: EFE

Como tengo la disciplina entre mis escasas virtudes, seguiré aplicándome dos veces al día, por la mañana y por la noche, el gel reductor de tripa para estar presentable cuando haya que lucir palmito en El Saler o en otra playa cercana a València. El verano está a la vuelta de la esquina, así que no hay tiempo que perder, aun siendo consciente de que nunca alcanzaré los pectorales de Cris (Cris es Cristiano Ronaldo para los muy madridistas) o los de Vladímir el Terrible, que antes de lo de Ucrania acostumbraba a posar con el torso desnudo, montado en una jaca moscovita. 

Me siento menos bicho raro

Como a tanta gente, la pandemia me ha roto los esquemas. Antes tenía unas prioridades vitales y ahora tengo otras. Antes me preocupaba la cultura y ahora lo que me preocupa es el culto al cuerpo, que es la cultura a disposición de la mayoría inculta. Poco a poco me voy arrimando a los mejores, y de esa manera me siento menos bicho raro. De gente insegura como yo viven los gimnasios, las clínicas de cirugía estética y los salones de belleza, todo ese entramado empresarial que saca provecho de mejorar la chapa y la pintura de sus clientes. Junto con las clínicas dentales y las fruterías paquistaníes, son de los pocos negocios que no han cerrado todavía. 

En efecto, al mal tiempo (guerra, carestía de la vida, coronavirus, el regreso triunfal de Glez. Pons, etc.) le pondremos buena cara, a ser posible una cara limpia de arrugas, estrías y ojeras. No en vano, en situaciones críticas como esta, en la que aprovechamos las tardes libres para comparar alquileres de búnkeres, mis amigos y conocidos quieren verse guapos. En la I y II Guerra Mundial subieron las ventas de pintauñas y lápiz de labios, y en la tercera, que está al caer, probablemente ocurra lo mismo, con la salvedad de que a las adolescentes de nuestro tiempo les ha dado por ponerse las uñas policromadas de Rosalía. 

Tal como están las cosas, el cuerpo va a ser la única propiedad privada que les quedará a muchos. Los jóvenes, que no ven claro el futuro, han sido los primeros en entenderlo. Por eso se tatúan y pirsean. Y luego lo postean

Fervoroso creyente del cuerpo 

En vísperas de otro verano africano de calor, algunos nos veremos obligados a exhibir más centímetros de piel de los que quisiéramos, y eso nos ha obligado a tomar decisiones difíciles, como la que he mencionado. Cuando uno pierde la fe en las ideologías, la economía de mercado y en Sálvame, acabas siendo un fervoroso creyente de la piel propia y ajena. Ya lo dijo un ilustre pederasta, André Gide: “La profundidad es la piel”. 

“No nos importe que nos llamen insolidarios con los que sufren en el mundo. Seamos gozosamente superficiales”

Por tanto, va siendo hora de que nos hagamos un mario vaquerizo y añadamos unas gotas de frivolidad a nuestras vidas. Que todo sea juego y distracción. No nos importe que nos llamen insolidarios y carentes de empatía (horrible palabro) con los que sufren en el mundo. Seamos gozosamente superficiales; si es necesario, pintémonos las uñas de negro como el envidiado Bad Bunny, y llevemos el pelo cardado a lo Robert Smith, el cantante y guitarrista de The Cure. 

Todo esto, por extravagante que pueda parecer, será más sensato, conveniente y preferible a tomarse el mundo el serio, un mundo —que no hace falta recordarlo— saltará por los aires un día de estos, más pronto que tarde, cuando se haya consumado el último ataque preventivo de la ex–URSS.

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