Miguel Hernández (Elche, 1934) es una de las figuras más poliédricas y polémicas del paisaje social y empresarial ilicitano y su solo nombre sigue despertando pasiones, encontronazos y adhesiones, en las distintas generaciones que lo conservan en su memoria, como magnate que fue de la industria zapatera, arrancado en la década de los sesenta y concluyendo con su declive en los ochenta. Acaba de escribir su autobiografía, Mi vida, mis empresas, bajo el auspicio de la Universidad de Elche y la cátedra Pedro Ibarra que dirige Miguel Ors Montenegro: y con el tesón del polifacético empresario Joaquín Quiles y de Marisa Hernández, hija de Miguel Hernández. A mí personalmente me parece un acierto que la UMH estampe su firma en este libro que protagoniza un gran heterodoxo que construyó un imperio de la nada (emotivos las 300.000 pesetas que le prestó su madre, los ahorros de toda su vida). De la nada: una especie de niño yuntero, como Juan Perán, nacido en una casa humilde en Carrús-Este, sin agua ni luz, y que llegó a construirse en los 70, en lo codiciados solares del palmeral de Candalix el ultra-chalé sobre el que más ríos de tinta han corrido en la Historia reciente de Elche.
Cuando yo aterricé en Elche de becario de periodista, a mitades de los 80, en el semanartio Baix Vinalopó de Juan Garrigós, Miguel Hernández era un mito viviente. El marqués de Carrús. Y conservo fijas en la memoria fotos suyas, abrigos ostentosos, collares vistosos, a caballo entre una estética deliberadamente rockera, provocadora, con un punto macarra. Siempre me ha perseguido esa imagen, lo mismo que la tira de veces que intenté entrevistarlo en Tele-Elx: no hubo forma. Me entero del libro por Joaquín Quiles y por Marisa, que hizo de mediadora en aquellas intentonas. Gracias. Y también veo una espléndida entrevista que le acaba de hacer Mayte Vilaseca en Onda Cero. Opto por merendarme el libro.
Sin pelos en la lengua, Mi vida y mis empresas, es un ajuste de cuentas con el pasado, incluido el suyo personal: se arrepiente de su divorcio, y de no haber jugado bien sus cartas en los embargos que le acuciaron cuando su declive, cuando se vio obligado a mal vender el chaletón, diseñado por Antonio Serrano Bru, y que él mismo valora en 5.000 millones de pesetas. Hay ajustes de cuentas con un juez, con medios de comunicación, no todos, que no lo trataron con equidad....y con algún que otro pata negra del establishment ilicitano, como Antonio Brotons Olver, que vetó su entrada en el consejo de administración del Banco de Alicante, básicamente por falta de pedigrí.
Nuestro marqués consiguió en 1968 un contrato anual de 1 millón de dólares para trabajar en exclusiva para los americanos de Caressa. Un millón del año 68. Miami Beach, Wall Street, un Lamborgini miura... la locura. La vie en rouge. Más de mil empleos directos e indirectos en sus fábricas. Emblema de un Elche prodigioso que siempre me ha fascinado: interclasista, bucanero, fashion. La ciudad de los prodigio que duplicó su población en 100.000 habitantes de 1965 a 1975, al calor del petróleo zapatero. El marqués suprimió los sábados como día laborable, “fue una revolución en Elche” e instauró uno de los índices salariales más altos del mercado. Cuando los despidos y las huegas salvajes del calzado, nadie se lo agradeció, se lamenta amargamente. Le hacían escraches por las esquinas. La crisis internacional del petróleo, 1973, y su ruptura con Caressa, 1976, fue el principio de un final muy dilatado que concluyó con una promoción inmobiliaria que acabó de aquella manera.
Abrevio por su interés un jugoso párrafo que escribe: “Como agravio comparativo a mi persona tengo que decir que muchos españoles importantes, políticos, actores, grandes empresarios han sido y son noticia por evasiones de capitales a paraísos fiscales, siendo motivo de reproche social port u conducta de anti-españoles, y hasta donde yo sé muchos no han devuelto el dinero. Otros montaron sociedades instrumentales, interpuestas, por si las cosas venían mal dadas y poder irse de rositas. Es evidente que en mi caso hice todo lo contrario”. El marqués imparte justicia.
En uno de sus viajes a Nueva York, con Miguel Pertusa, vestido con abrigo negro de visón, lo desnudaron en la aduana: “Nos tomaron por capos de la mafia siciliana”. Con contención, Miguel Hernández también es consciente de su propia caricatura, y de sus ansias por conocer mundo. Con 25 años, de visita a París, se plantó en Maxim's, coincidiendo con Onassis y Maria Callas. Ya en su palacete de Candalix recibió a todo lo recibible: generoso. Palabras entrañables para Antonio Martínez, Pin, recepción al embajador de Estados Unidos, Terence Todman (y el primer alcalde de la democracia, Ramón Pastor), veladas con la flor y nata del empresariado.
Palabras de elogio para Roque Calpena, impulsor de la Feria de Elda en 1960. Amigo de sus amigos: Diego Martínez Trives, Pascual Ros, Rigoberto Coves, Julián Méndez y su sociedad gastronómica Salvador Artesano. Guiños al PSOE ilicitano: su hermano mayor, Pepico, fue militante y tesorero del partido durante muchos años: al funeral, 1997, asistió hasta Joan Lerma. El libro se presenta el próximo 10 de marzo, a las 20 horas, en el Centro de Congresos de Elche, con el propio Hernández de protagonista. Una autobiografía confeccionada a la manera de Confieso que he vivido. Amoríos incluidos. Y desquites varios para aquellos por los que se sintió menospreciado, incluso ultrajado. Palabra de marqués.