Arma de los poderosos, recurso para la supervivencia cotidiana, fuente de ficciones… El 11 de diciembre L’ETNO acoge una jornada que tiene a la mentira como protagonista absoluta
VALÈNCIA. Miles de estudios inventados por la arriba firmante coinciden en que usted, lector o lectora de Culturplaza, ha soltado unas cuantas mentiras en el día de hoy antes de tropezarse con este texto (a no ser que se acabe de despertar y aún no haya tenido ocasión de mantener contacto con otros seres vivos). No es nada personal: las patrañas están presentes desde siempre en nuestro día a día y vehiculan parte de las relaciones sociales. Es más, la farsa constituye un elemento fundamental de la condición humana. Ya sea en esas pequeñas falsedades con las que surfeamos la rutina o a través de los grandes engaños que pueden definir una existencia. Enredos caseros o manipulaciones colectivas. Mentirijillas sin importancia con las que salir del paso o calumnias que acarrean terribles consecuencias para una misma o para los demás.
Tan presentes están las trolas en nuestra existencia, que conforman también un subgénero propio en la creación cultural. Así, el engaño articula películas como Good Bye, Lenin!, El show de Truman, Vacaciones en Roma o El Mago de Oz. Scott Fitzgerald bebió de él con El Gran Gatsby y Shakespeare hizo lo propio en Otelo, Cómo gustéis y otras tantas de sus obras. “Mal oficio es mentir, pero abrigado: eso tiene de sastre la mentira, que viste al que la dice”, lanza Quevedo en Valimiento de la mentira. Por otro lado, ¿qué son las ficciones sino una mentira que aceptamos creernos? ¿Qué es abrir una novela o darle a ‘siguiente episodio’ sino sumergirse con goce en un rato de suspensión de la incredulidad?
Todos estos recovecos del embuste y algunos más serán abordados el próximo 11 de diciembre en Miento, luego existo, organizado por el narrador oral Vicente Cortés. Una jornada en torno al noble arte de edificar falsedades que, tras celebrar sus primeras entregas en el Centre del Carme (2017) y La Nau (2019), recala ahora en L'ETNO- Museu Valencià d'Etnologia.
“Hace más de diez años, leí un cuento llamado El concurso de mentiras y empecé a interesarme por el asunto. Desde entonces me he dedicado a investigar sobre la mentira y las expresiones culturales de la que forma parte: cine, teatro, canciones, poesía… Y también sobre el trabajo teórico de reflexión que existe alrededor del acto de mentir y sus efectos”, fabula Cortés. En este sentido, el evento pretende, desde el humor, abrir un espacio en el que, por un lado, explorar el sentido de las falsedades y sus efectos y descubrir la influencia que tiene en lo cultural, pero también, dar espacio al fingimiento como espectáculo. Este anhelo por construir farsas comenzará en el minuto cero, pues el precio para entrar al recinto será contar una patraña breve, la que cada uno quiera. Y tendrán que reincidir en esto de faltar a la verdad para poder participar en la degustación de mentiras, la bebida originaria de Cocentaina que combina licor-café y agua limón. “Hay gente que viene con su historieta preparada y otros que la van confeccionando sobre la marcha, lo cual es también una característica de la mentira: el componente de improvisación”, trama Cortés.
En esta época en la que tantas vueltas damos alrededor de las fake news y la posverdad, la programación acogerá conferencias como El poder de las mentiras y las mentiras del poder, a cargo del psicólogo Manuel Ramos y el arquitecto y escritor Rafael Rivera. Y también repasará grandes infundios en torno a versos y versadores con Poesía y mentiras, del actor, rapsoda y director de teatro Luis Felipe Alegre. “Las personas tenemos una capacidad enorme de mentir y de mentirnos, de engañar y de engañarnos. Y una de las herramientas que utilizamos para conseguir el poder, es decir, para lograr dominar a los demás (de forma más o menos consciente), es el engaño. Las instancias del poder cuando quieren manejar a grandes grupos, recurre a menudo al engaño, entendido como la distancia entre la realidad y lo que se cuenta”, cuenta Rivera. En la misma línea, Ramos relata que “la proliferación de noticias falsas está fomentando una sociedad de la desconfianza, lo cual puede ser muy peligroso. Me parece interesante profundizar en ello, aunque lo hagamos desde el humor y con espíritu lúdico”.
Si abandonamos las altas esferas y nos centramos en nuestro portal, el psicólogo señala que “en muchas ocasiones nos contamos a nosotros mismos y al mundo narraciones muy alejadas de la experiencia auténtica. En los vínculos humanos existe mucha fantasía, un elemento que nos permite soportar los aspectos menos agradables de la vida”. Pero nadie quiere considerarse un mentiroso: “vemos la paja en el ojo ajeno y no la viga en el nuestro. Y a veces nos quejamos de que los poderosos mienten y, en cierta manera, nos sirve para dejar a un lado la idea de que nosotros también lo hacemos. Para mí el antídoto contra las mentiras del poder es reconocer que todos mentimos: nos ayuda a mantenernos en contacto con la realidad y nos obliga a comprobar si la información que recibimos es cierta”.
De hecho, según Rivera, el ser humano es portador del embuste “desde que empezó a elaborar palabras. Está presente en nosotros desde que adquirimos la capacidad de abstracción: el bisonte dibujado en una pared no es un bisonte, el mapa que elaboramos de África no es África. En el momento en el que realizamos una abstracción estamos creando una mentira. Lo importante es distinguir con qué finalidad lo hacemos: una mentira puede servir para enriquecer la creatividad de las personas o para controlarlas y hundirlas. Y muchas veces, necesitamos de la mentira para sobreponernos a un mundo tan cruel como el nuestro”. Al respecto, Cortés defiende que “todos mentimos, niños o adultos, aunque la mayoría lo hagamos con mentiras piadosas. De hecho, la mentira más extendida del mundo es aquella de ‘yo no miento nunca’. La mentira es una convención social, la vida sería insoportable si nos dijéramos todas las verdades a la cara”.
“La mentira está mal vista, pero, como en la realidad todos la empleamos, en cierta manera nos autoconvencemos de que estamos mintiendo ‘en defensa propia’ porque creemos que si explicamos la verdad no se va a entender en toda su dimensión o porque la consideramos poco presentable. Por ejemplo, cuando un conocido te pregunta cómo estás, a menudo contestamos “bien” de forma automática por decir algo rápido, pero si profundizáramos en nuestro estado genuino no sería esa la respuesta”, expone Ramos. Y aquí introduce una nueva derivada: “la naturaleza está mintiendo sin cesar, la simulación y el camuflaje reinan en la caza y el apareamiento: las presas intentan engañar a los depredadores, despistarlos; el pavo real ensancha sus plumas en el cortejo… Hay que desmitificar la mentira”.
Este encuentro en torno a la farsa acogerá Mentir y ganar, el I Concurso Internacional de Mentiras, una competición que enfrentará a los cuentistas La Trolera de Marxalenes, Doctor Liendres y Patraña Falacia de la Bola. “A través de ocho pruebas diferentes, los participantes tendrán que demostrar lo bien que mienten pero también su ‘cultura mentirosil’. Es decir, se les pedirá que inventen refranes o de falsas experiencias personales, pero también que demuestren sus conocimientos sobre obras de ficción que hablen de la mentira”, finge Cortés. El galardón entregado al vencedor del evento será una estatuilla de Pinocho con una nariz tan larga como el nivel de embuste conseguido.
En Culturplaza defendemos que para abordar cualquier asunto es necesario consultar con los máximos especialistas de ese campo. Por ello, nos ponemos en contacto con La Trolera de Marxalenes: “como mentirosa profesional, mi especialidad es contar verdades narradas de tal manera que la gente cree que son mentiras. Es decir, coger anécdotas vitales y ficcionarlas. Un poco al estilo de Big Fish. A veces la realidad es tan burda que es necesario disfrazarla, exagerarla para convertirla en un cuento interesante”.
Turno ahora para abordar las creaciones culturales como simulaciones que nos permiten vivir múltiples vidas, experimentar fragmentos de mundos imaginados, los engaños a los que nos entregamos consciente y gozosamente. En ese sentido, Rivera apunta que la ficción “es una mentira que admiramos porque nos toca casi como si fuera real: lloramos con una película triste y pasamos miedo con una de terror”. “Puede que lo que cuentes no sea verdad, pero la emoción con la que lo cuentas y la emoción que suscitas en los demás, la que transmites, sí que lo es. Así que se trata de un juego de doble cara, ‘¿es verdad lo que siento cuando escucho una mentira?’. Sobre un escenario, se nos permite mentir sin pecar, se nos da esa licencia porque existe un acuerdo tácito con el espectador. Y lo que es importante ahí no es que sea cierto o no, sino que sea verosímil, que desde tu asiento te lo puedas llegar a creer”, inventa La Trolera.
Según Ramos, con la literatura y el cine “jugamos a creernos narraciones que sabemos que son falsas, a sugestionarnos con ellas durante un rato. También hay muchos juegos infantiles que se basan en averiguar ante varios supuestos qué es verdad y qué es mentira”. “Sin las mentiras de las novelas o las películas, ¿qué sería del ser humano? Pero creo que es importante diferenciar entre esas mentiras, creadas para el deleite y el placer, de las mentiras que buscan, deliberadamente, hacer daño por acción u omisión”, relata Cortés.
Pessoa rimaba que “el poeta es un fingidor”. Aquí, Miento, luego existo extrapola el verso a la humanidad en su conjunto y nos señala a todos, poetas o no, como fingidores por naturaleza.