¿Se puede cambiar la primogenitura por un plato de lentejas? Esta pregunta de ascendencia bíblica, que hace referencia al famoso rifirrafe entre Esaú y Jacob, contiene más valor por su formulación que por la multiplicidad de sus posibles respuestas. La recuerdo como si fuera ayer y ya han pasado décadas. Mi profesor de filosofía la incluyó en un examen de 3º de BUP. Algunos compañeros se quejaron porque la respuesta no figuraba en ningún apartado del temario de la asignatura. Para responderla había que aplicar conocimientos previos sobre conceptos como la libertad, la fatalidad o el libre albedrío del ser humano para modificar los designios de Dios o de cualquier otro poder terrenal. No era sencillo pero sí apasionante porque te invitaba a pensar, a preguntarte los porqués de las cosas y a dudar de lo previamente establecido. Creo que mi profesor de filosofía me convirtió en periodista. Sin embargo, siempre eché en falta que alguien me enseñara la utilidad de saber que el logaritmo neperiano de 1 es igual a 0. Aprendí a resolver ecuaciones pero sin saber para qué. Me faltó aprender la filosofía que rige las matemáticas, la que puede llegar a explicar el universo en números, ese lenguaje ecuménico que desconoce barreras idiomáticas. Con esos mimbres, seguro que yo también habría suspendido los exámenes del PISA.
Me pregunto si las evaluaciones del informe PISA no esconden una representación interesada, o por lo menos sesgada, de lo que los estudiantes deben o no conocer. Quizá habría que fijarse no tanto en las respuestas obtenidas como en las preguntas formuladas. ¿Los sistemas educativos sirven solo para adiestrar personas productivas para el mercado o también para forjar personas capaces de replantearse los engranajes de la sociedad en la que viven? Nos rasgamos las vestiduras porque no alcanzamos el nivel suficiente en la resolución de problemas financieros pero poco importa si luego esos conocimientos los aplicamos para realizar complicadas operaciones de ingeniería fiscal para evadir impuestos a paraísos fiscales. Nos avergonzamos si nuestros estudiantes tienen déficits en comprensión lectora pero los estamos entrenando en sistemas de comunicación donde hay que explicarse en no más de 140 caracteres o en notas de voz de un minuto de duración. La productividad ha contaminado también el lenguaje. Lo importante es decir mucho con poco, a veces incluso sin nada que para eso están los socorridos emoticonos, sin reparar en la belleza ni la veracidad que contienen las palabras. Dame pan y dime tonto. Este refrán resume mejor que nada el rumbo educativo que se premia en las escuelas y en los gobiernos. Resultados, resultados. Y si no que le pregunten a esos ricos ignorantes que gobiernan el mundo.
Sin embargo, aún quedan resquicios fuera del mundo PISA. En las universidades catalanas este curso ha aumentado un 25% el número de matriculados en filosofía, en grados dobles y triples donde se estudia junto a economía y/o política. La filosofía también es la última moda de los negocios en Estados Unidos o Francia donde muchas empresas reclutan filósofos para sus departamentos de recursos humanos. Una serie de TV3, Merlí, cuyo hilo argumental gira en torno a un profesor de filosofía al estilo de El club de los poetas muertos, arrasa en audiencia en prime time y en televisión a la carta a la que se conectan miles de adolescentes valencianos (casi 100.000 reproducciones la semana pasada procedentes del País Valencià). Y encima, Ada Colau, la política-filósofa, es la quinta persona más influyente de Europa según la revista estadounidense Político. Parece que no todo está perdido. @layoyoba