He llegado a la conclusión de que ante cualquier circunstancia de la vida se pueden tomar básicamente dos posturas, o bien ir a favor o bien en contra de la corriente. Si vas a favor, menos sufrido para ti, más apacible será tu camino, pues si vas en contra es muy posible que padezcas e incluso puede que hasta perezcas en el intento. Como esta semana me coge de buen humor, con ese ánimo voy a tomarme lo del permiso para juntarnos con allegados durante las Navidades. Es unas de las últimas ocurrencias de nuestro Gobierno, que no puede dejar indiferentes ni a propios ni a extraños.
Ante la confusión causada por este singular término y el hecho de que el ministro Illa no lo haya aclarado precisamente con sus explicaciones –qué raro ¿verdad?–conviene echar un vistazo al diccionario de la RAE, para saber lo que significa. Y dice esto en su segunda acepción: “Dicho de una persona: Cercana a otra en parentesco, amistad, trato o confianza”. Dejando aparte el hecho de que la palabra en sí sea un adjetivo en cualquiera de sus acepciones y no así un sustantivo, diremos que para que una persona sea calificada de allegada basta con tener con ella un trato cercano. Así, me pregunto, ¿podríamos incluir en el término a ese vecino con el que tanto charlamos en el rellano de nuestro edificio?, ¿a la amante para los que la tengan?, ¿o, en el peor de los casos, al jefe?
El ministro de Sanidad ha reclamado a los ciudadanos españoles que se queden en casa durante el período navideño, en lugar de realizar desplazamientos a otras comunidades autónomas, pero a renglón seguido ha defendido la pertinencia de la introducción del término “allegado”, en las excepciones relativas a las personas que podrán desplazarse entre los territorios. Como habrán posiblemente apreciado, la segunda parte del mensaje echa por tierra la primera parte, pues lo de “quédense en casa” parece como una mera recomendación, susceptible de ser borrada de un plumazo con toda facilidad. Groucho en estado puro.
Resumiendo: quédense en casa, pero tienen barra libre para moverse, con tal de que puedan presentar una excusa cualquiera sin pestañear, como que van a ir a visitar a su antigua compañera de colegio, allegada suya, a Granada, donde casualmente hay unas pistas de esquí fantásticas. Porque hecha la ley, hecha la trampa y aquí lamentablemente no nos destacamos como pueblo sensato que presta atención a las recomendaciones precisamente. Es más, por lo general pasamos bastante de los consejos.
Para muestra de ello, los terribles anuncios de la DGT sobre los accidentes de vehículos a motor, que herirían la sensibilidad de cualquiera si aún nos quedara, so pretexto de tocarnos la fibra y que hagamos caso de lo de la velocidad, el alcohol y demás recomendaciones sensatas que ya sabemos al volante; o los de la Tabacalera, esa gran parafernalia a través de la que el Estado se hincha a ganar dinero en impuestos con una mano, mientras con la otra pretende lavar su culpa, a base de poner fotos repugnantes en las cajetillas de tabaco, con mensajes enmarcados a modo esquela. Qué mal gusto.
Retomando el hilo, pero apoyándome en estos dos ejemplos, lo de que no se muevan si no es que tienen la excusa de un allegado, en este país de los nefreguistas o, lo que es lo mismo, de los pasotas parece un auténtico chiste. Lo peor de la pandemia creemos que pasó y esto puede tener mucho peligro, dado que con los meses hemos ido integrando al bicho entre nosotros. Bueno, mejor dicho se ha integrado él solito, el jodío, que de momento no hay quien acabe con él. Lo bueno del caso es que ya existe una teoría para explicar lo que nos pasa, de la creo que me voy a hacer ferviente seguidora: el menefreguismo conductual.
Perdónenme el italianismo, pero creo que es más justificable, por cercanía, que los anglicismos. Pues bien, un tal Itzaacs Mianeg es el creador de esta escuela de pensamiento, orientada al estudio de la conducta humana, que tiene postulados tan brillantes como: “Si algo te molesta demasiado, es porque todavía no aprendiste a ignorarlo”. Por fin lo he entendido, los españoles somos menefreguistas profesionales, por eso cada vez nos importa más un pepino lo del dichoso virus, con el peligro que puede tener tal actitud para todos nosotros. Lo de los allegados, ahora en serio, parece una incitación a la despreocupación, lo que me trae tristes recuerdos, de cuando en verano se lanzaron campanas al vuelo diciendo que esto del coronavirus estaba superado, se volvieron a abrir las discotecas y después ya saben: vuelta a empezar a la casilla de salida. Esperemos que reine la paz, pero también la sensatez en estas fiestas.