Hace unos días leía casualmente una información de Carrefour sobre sus proyectos de optimización de envases y embalajes para reducir el impacto ambiental, enmarcados en su estrategia de Responsabilidad Social Corporativa.
Me pareció especialmente relevante la claridad con la que muestra la compatibilidad del compromiso con el entorno con la mejora de la eficiencia de la compañía mediante la eliminación del embalaje prescindible, la reducción de materia prima en envases y embalajes, o la optimización de embalajes para reducción del transporte y, por tanto, costes de combustible, contaminación y mejora de los tiempos de respuesta al mercado.
Es una forma evidente de romper aquella disyuntiva que planteaba Michel Porter ya en 1995 en el artículo que compartía con Van der Linde con el título “Verdes y competitivos; acabar con la disyuntiva” en el que defendían que la mejor forma de compatibilizar la protección del medio ambiente con los beneficios empresariales es lograr la máxima productividad de los recursos empleados en el proceso de producción, sin malgastar o utilizar incorrectamente esos recursos.
Y esto, que parecería obvio, aún no está completamente asumido por todas las empresas, muchas de las cuales todavía piensan que los beneficios empresariales y la gestión medioambiental son incompatibles, cuando en realidad se trata de buscar sinergias y potenciar simultáneamente ambos indicadores, lo que llevará al objetivo que, ese sí, tienen todas las empresas de conseguir un desarrollo individual sostenible.
Y si ya tenemos claro que el compromiso empresarial con el medio ambiente es no solo responsable sino también eficiente, la siguiente cuestión que debemos plantearnos es, ¿qué nos interesa más, prevenir o controlar?
El control, sin duda, es necesario siempre. Debemos comprobar sistemáticamente que las cosas se producen tal como las habíamos previsto. Pero no es suficiente. El control no aporta soluciones o, al menos, no en el momento en que se producen los problemas. Es cierto que no exige inversiones previas, pero cuando esas inversiones –costes, realmente, en este caso- son necesarias, en ocasiones ya no facilitan las soluciones responsables, incorporando costes reputacionales que pueden resultar insoportables para la empresa.
Es mejor el control que nada, claro, pero es preferible la prevención tanto desde un planteamiento de eficiencia social como económica, en tanto que permite reducir el consumo de materias primas, así como anticipar y evitar los problemas antes de que se produzcan, atendiendo a las presiones crecientes en materia de medio ambiente que incorporan la legislación, los clientes o el entorno social, mejorando simultáneamente la reputación de la empresa.
El compromiso social de las empresas, por tanto, no es solo una obligación que tenemos que asumir todos los empresarios sino que, abordado desde la convicción y con las herramientas adecuadas, también es rentable.
El planteamiento de Carrefour de compromiso con el entorno y lucha contra el desperdicio a través del ecodiseño de envases, con el que comenzaba este artículo, es un ejemplo claro de ese compromiso económico, social y medioambiental que, cada vez más, debería ser un valor entendido en todas las compañías con intención de continuidad en el tiempo.