MÚSICA FOLCLÓRICA  

Maria Do Ceo: "Ni en el fado ni en el flamenco se puede fingir; hay que tener duende"

18/11/2021 - 

VALÈNCIA. Hay muchas razones que explican por qué el fado, la canción urbana de Lisboa convertida en estandarte de la música tradicional portuguesa, está considerada como Patrimonio de la Humanidad. Aunque los detalles exactos de su origen histórico se perdieron en la bruma de la tradición oral, sí parece claro que surgió en el siglo XIX en barrios populares de la capital portuguesa. Del mismo modo, existe un gran consenso con respecto a la influencia que recibe este género musical de las antiguas colonias portuguesas, sobre todo de Brasil y África.

Inicialmente se cantaba de forma espontánea, en ambientes marginales, tabernas y casas de prostitución. Los intérpretes eran personas corrientes que relataban sus vivencias utilizando jerga callejera. Fado significa “destino” y eso, claro está, imprime carácter. Son canciones que hablan de amores que vienen y que se pierden; de oportunidades no aprovechadas. Son canciones que se modelan en directo, sobre la marcha, con el barro de la melancolía y la tristeza. 

En su dramatismo, personalidad y origen nada académico, el fado está irremediablemente hermanado con el flamenco español. Tanto es así que Maria Severa, la primera fadista famosa de la historia -debido en parte a que era amante del Conde de Vimioso-, tenía orígenes gitanos. El ritual de acudir a casas de fado a escuchar tocar y cantar a profesionales mientras se bebe y se degustan tapas de cocina tradicional lusa tampoco está lejos de la liturgia pagana de un tablao flamenco. 

Amália Rodrigues, la más grande

La época de oro del fado empieza en los años cuarenta, aunque las primeras compañías profesionales se configuran una década antes. A partir de esa época y hasta mediados de los sesenta, surgieron grandes estrellas del género. Entre todas ellas destaca Amália Rodrigues, un nombre esencial para comprender la popularización internacional del fado y su apertura a nuevas letras. Fue ella la primera que empezó a cantar a grandes poetas portugueses.

Rodrigues es el primer y mayor referente musical que tuvo María do Ceo desde niña. “Mi padre era un fadista amateur, lo que en Portugal se llama fadista amador. Cantaba cuando era muy joven en las casas de fados que había en los años cincuenta y sesenta en Oporto. Él trabajaba como pintor industrial, y cuando terminaba la jornada se ponía elegante y acudía a esas casas de fado que había en la Ribeira. Cuando cantaba, me transmitía tanta melancolía que ya desde muy niña quedé enamorada de este género musical. Cuando tenía cinco años escuché por primera vez en una emisora de radio a la gran Amalia Rodrigues, y ahí ya me convertí en una apasionada absoluta del fado”.

Hablamos con la cantante portuguesa con motivo del concierto que ofrecerá este sábado en el Ateneo Mercantil de València, que se produce además solo una semana antes de la celebración del Día Internacional del Fado. La actuación, en la que irá acompañada de José Salgado a la viola y Alex Salgado a la guitarra portuguesa, incluirá en su repertorio canciones de fado tradicional, de fado canción y poemas gallegos.

Estilo minhoto

María do Ceo es una fadista singular, debido en parte a su larga vinculación con Galicia. Vive en esta región desde los diez años, cuando sus padres emigraron a España. Este hecho la ha llevado a desarrollar un estilo propio. “Igual que existe el fado de Coimbra y el de Lisboa, yo canto el fado miñoto (minhoto), ese fado galego-portugués, o luso-galaico, que nace en Porto y llega a Fisterra

A pesar de demostrar cualidades vocales desde bien niña, Maria do Ceo no pudo cumplir su sueño de ser cantante profesional hasta que rozó los cuarenta años. “Cuando tenía diez años, en el colegio le recomendaron a mis padres que me metieran en un conservatorio de música; me veían muchas posibilidades. Pero mis padres no podían sufragar esos gastos. Durante mi adolescencia y juventud seguí pensando en cantar profesionalmente, pero eran otros tiempos, y esa idea era descabellada. Me llamaron para participar en varios grupos de música, pero mis padres no lo permitían porque en aquella época estaba mal visto”.

'O Fado', del pintor portugués José Malhoa (1910).

Empezar tarde en una profesión de por sí precaria y compleja es un obstáculo que muchos no hubieran podido superar. En su caso, sin colchón económico y con dos hijos, la dificultad se convirtió en una proeza. Quién le iba a decir que veinte años después contaría con una discografía de quince títulos y varias bandas sonoras para películas, entre ellas la producción española-mexicana De chumbo a verba, sobre la vida del escritor y político gallego Castelao. Quién le iba a decir que un día actuaría para José Saramago o el papa Juan Pablo II, y que pisaría escenarios insólitos, como la Sagrada Familia de Barcelona o las Piramides de Gizeh en El Cairo. 

“Mis inicios fueron difíciles porque pasé de trabajar de cajera de un supermercado a cantar en los cafés de mi ciudad, Ourense. En menos de un año estaba dando conciertos en teatros de toda Galicia. Yo no tenía detrás el apoyo de una discográfica, un buen manager o una empresa que tirara de mí. Todas estas funciones las tuve que asumir yo. Si a esto le sumas las responsabilidades familiares, pues no, no ha sido fácil, ni lo sigue siendo. Pero los artistas somos muy soñadores, y eso hace que cada día sea una ilusión”.

-¿Alguna vez sopesaste la idea de instalarte en Lisboa para desarrollar desde allí su carrera como fadista?
-Por supuesto que si, pero mis circunstancias personales no lo hacían posible. De todos modos, si me hubiese marchado a vivir a Lisboa, mi carrera hubiera sido diferente. Hoy sería una artista más de las muchas que cantan fado en Portugal. Yo no sería quien soy artísticamente si no bebiera de la cultura gallega. Gracias a ella tengo un estilo diferente de interpretar y de cantar; es un sello, una identidad artística, y eso es muy difícil de lograr.

-Fuiste una de las artistas invitadas a cantar en el homenaje póstumo a Amália Rodrigues en el Coliseo de Lisboa. ¿Cómo describirías el modo de cantar e interpretar de este mito del fado?
-Amália solo hubo y habrá una. Hace ya veinte años que nos dejó, y aún no nació quien le haga sombra. Tenía todo para ser la mejor: voz, dulzura, sentimiento, potencia, tesitura en graves, medios y agudos… Es de esas voces que escuchas en los agudos y no te molesta. Yo, si estoy feliz, escucho a Amalia. Y si estoy triste, también.

-Algunos críticos especializados te han comparado con ella.
-Eso es mucho decir. Puede que la comparación venga de mi manera de estar en el escenario; siempre de negro, con mi chal, siempre tan sobria. Tanto en su caso como en el mío, no hay cosas artificiales en la voz. A ella nadie le enseñó a cantar, y a mí tampoco. Para bien o mal, nos ha enseñado la vida. Pero reitero que para mí sería un privilegio tener aunque solo fuera un 1% del duende que tenia Amália.

-¿Hay que tener un poco de “duende” flamenco para ser fadista?
-Sí, hay que tener duende. Sobre todo, es esencial saber transmitir, dejar al que escucha completamente hipnotizado. Yo percibo eso sobre todo cuando canto en lugares donde tengo al público a un metro de mí, donde cada nota se escucha con claridad. Si logras eso, puedes hacer con el público lo que quieras, porque la entrega es muy grande. Pero para eso tienes que ser real, muy real. Aquí no puedes fingir.

-¿Qué otros grandes referentes musicales te han marcado?
-Me gustan mucho los fadistas Maria Teresa de Noronha, Ana Moura, Carlos Zel y Carlos do Carmo. Fuera del fado he escuchado mucho a María Dolores Pradera, Carlos Cano, Chavela Vargas y a grupos que se escapan a mi estilo, como Deep Purple, Pink Floyd y los Beatles. Ellos también han contribuido a mi desarrollo como artista, porque para aprender a cantar y componer música hay que beber de todas las fuentes que sea posible. 

-Tu concierto en Valencia forma parte de unas jornadas del Centro Gallego de València relacionadas con el Camino de Santiago ¿Qué significa para ti ser una de las embajadoras de la cultura gallega en el mundo?
-En su día me otorgaron un premio por esto, pero tengo que aclarar que ser embajadora de algo no significa no olvidar tus raíces. Es una gran responsabilidad y me siento muy honrada por ello. Llevo Galicia y la lengua gallega allá donde voy, porque si existo como artista es por el apoyo constante de los gallegos.

-¿En qué aspectos se asemeja la música tradicional gallega con la portuguesa, y en cuáles se diferencian?
-En la parte más al Norte de Portugal, llegando casi a la frontera con España, existen similitudes en algunas melodías populares, pero yo creo que cada país tiene un folclore distinto, y eso es lo que lo hace rico. En Portugal, de Oporto hacia el Norte, la música más tradicional se toca con concertinas, acordeones y percusiones y las voces son muy agudas para poder cantar en las tesituras melódicas. En Galicia se acompañan más con gaita y, aunque también se utiliza mucha percusión, es muy distinta tanto en la manera de tocar como en las melodías. Lo que tienen en común todas estas canciones es la melancolía, que en Portugal se convierte en saudade y en Galicia en morriña.

-Cuando trabajas con letristas contemporáneos, ¿qué tipo de letras son las que te atraen?
-Siempre poemas de amor y desamor. En general me gusta cantar a las pasiones. Es decir, a la vida. Suelo trabajar mucho con un poeta/letrista que se llama Armando González López. Entre los dos tenemos más de cien composiciones. 

-El 27 de noviembre se celebra el Día Internacional del Fado. ¿Con qué variante de este género te sientes más cómoda, con la más tradicional o con el fado canción?
-Me identifico con los dos estilos, y de hecho he grabado canciones con ambos. El tradicional es más puro, es el genuino; después vino el fado canción que, aunque lleva acordes y formas de cantar similares al tradicional, es diferente porque es mucho más receptivo a letras nuevas y permite la improvisación de acordes. El tradicional tiene compases y estrofas que no puedes variar. No puedes moverte de ahí, aunque sí puedes meter dentro de esa métrica el poema que quieras.

-¿Crees que es importante que este género evolucione para que perviva en el tiempo?
-Yo siempre estoy a favor de la evolución. Si pensara de otra manera estaría tirando piedras sobre mi tejado, puesto que la fusión que yo hago entre Galicia y Portugal es en sí un estilo nuevo. Hace veinte años, el fado no era conocido masivamente como ahora. Gracias a las aportaciones contemporáneas y las fusiones ha llegado muy lejos, y sobre todo a un público diferente. Un público joven que no se acercaba al fado por desconocimiento, y porque le resultaba muy arcaico. Por supuesto, el fado tradicional siempre va a estar ahí, pero abrir las puertas a la improvisación, a nuevos instrumentos y a otras voces ha engrandecido al género. Puede que a los puristas no les agrade mucho, pero a mí me parece grandioso que se cante fado en japonés, francés, inglés, italiano, árabe y ruso.

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