Su primera novela, Historia de España contada a las niñas (Fulgencio Pimentel, 2018), la dio a conocer. Su siguiente obra, el libro de relatos No era esto a lo que veníamos (Candaya, 2021), ha confirmado que es una escritora fascinante y poseedora de una forma de pensar singular y genuina
VALÈNCIA. María Bastarós (Zaragoza, 1987) no es una escritora previsible. La vemos a menudo adentrarse en los “grandes temas” -que en el fondo son los únicos que existen-, pero por la puerta de atrás. La portada del libro de relatos No era esto a lo que veníamos (Candaya, 2021) podría ser un ejemplo de ello. Es la imagen de un bufé, y la autora es Alpha Smooth, una fotógrafa norteamericana de producto. “Me gustaba que apareciera comida, porque el libro trata sobre todo las relaciones familiares, y las reuniones en torno a una mesa funcionan a menudo como el disparador de una crisis. Además, que fuera una fotografía comercial, hiper saturada, que muestra una comida que debería parecer tentadora, pero en realidad resulta artificial, entraba en sintonía perfecta con los conflictos que trata el libro. El primer relato, “Cena de mayores”, trata de una niña que intenta reunir a sus padres gracias a una cena romántica que prepara para ellos, con el detalle, claro, de que el padre lleva varios meses muerto”, nos explica la escritora, gestora cultural e historiadora maña (y valenciana de adopción).
Hablamos con María en un momento crucial de su trayectoria profesional. Su libro de relatos No era esto a lo que veníamos (Candaya, 2021) ha lanzado ya su tercera edición y prepara su traducción al inglés de la mano de la prestigiosa editorial Daunt Books. Además, la plataforma Sonora de Atresmedia estrenará dentro de pocas semanas el podcast La historia en llamas, escrito, presentado y dirigido por Bastarós. Un espacio de reflexiones y entrevistas en el que se tratarán temas que han resultado conflictivos a lo largo de la historia, pero desde un punto de vista contemporáneo. Asuntos como la invención del concepto de pornografía a través de la censura, el encierro de las mujeres a lo largo de la historia, o los miedos que albergamos a lo largo de las distintas etapas de nuestra vida.
-Ahora que han pasado varios meses desde que empezaste la campaña de presentación de No era esto a lo que veníamos, me gustaría que me hablases de lo que ocurre cuando se pasa del proceso solitario de la escritura a la etapa en la que debes “soltar” el libro. El hecho de haber tenido que hablar tantas veces de él en público, de haber escuchado tantos análisis e interpretaciones externas del mismo, ¿cambia de alguna forma la relación o la percepción de la autora con su propia obra?
-La verdad es que, en mi caso, como había trabajado mucho cada relato y reescrito muchas veces hasta dar con lo que quería tratar en realidad, tenía muy claro el discurso sobre cada uno de los cuentos ya antes de publicar el libro. Podía comenzar escribiendo sobre una niña que prepara una cena -sin saber a dónde me iba a llevar eso-, y acabar con un relato sobre la tiranía de las hijas sobre las madres. Entre una cosa y otra hay muchas reescrituras, mucho reposo, mucha reflexión, así que respecto a lo que es el contenido de los relatos, yo tengo clarísimo lo que hay en el papel. Pero eso no impide que surjan diálogos muy interesantes con el público. En un club de lectura en la isla de la Palma, una mujer había interpretado algunos de mis finales abiertos como resoluciones “felices” -algo que difícilmente puede extraerse del texto-, y hablando y hablando llegó a la conclusión de que ella estaba tan bien en ese momento, veía la vida con tanto optimismo, que eso le hacía inventar resoluciones felices para los conflictos, hasta para los literarios.
Otro ejemplo: un hombre me dijo que en mis relatos veía una fascinación por la violencia sexual (fascinación en sentido erótico, cosa que no está sobre el papel en absoluto) y que de ahí interpretaba que me interesaba el bdsm y los role plays. Al final, todos acudimos a la literatura con nuestro bagaje, con nuestras experiencias y nuestro momento vital, y a partir de ahí interiorizamos los textos de un modo u otro. Sí que he descubierto algunos detalles que estaban ahí, pero en los que no había reparado gracias a las lecturas ajenas, como la presencia tan relevante de la comida. Además, me han acusado a menudo -la palabra es acusar jaja-, de que todos los hombres en el libro son malvados, y yo no lo creía así. Hay personajes masculinos buenos frente a mujeres egoístas y crueles -como el padre ausente del relato “Tan despacio para quienes esperan” o el marido de “Nunca sale gratis”-, pero no son los protagonistas. Y la dicotomía hombre malo / mujer buena es bastante falsa: es muy difícil encontrar una sola persona buena, BUENA con mayúsculas, en todo el libro.
Igual que en la vida real, todos tenemos nuestro reverso tenebroso, y el libro busca precisamente esos momentos en los que se apodera de la situación. El único personaje del libro al que le otorgaría el calificativo de bueno es, precisamente, el protagonista del último cuento, y se trata de un hombre con deseos terribles que hace un gran esfuerzo por contenerlos.
-El orden en el que el músico dispone las canciones en un disco es una cuestión crucial. Es casi más importante que el disco tenga un sentido global y un ritmo interno a que cada uno de los temas funcione “a tope” a nivel individual. ¿Dirías que ocurre algo similar con el orden que el autor otorga a los relatos en un libro? ¿Hay alguna razón concreta por la que decidiste empezar con “Cena de mayores” y terminar con “Los que mantienen el fuego”?
-El orden es importante, marca un ritmo, una cadencia. Al final un libro de relatos no es -o no debe ser, para mí- una compilación de textos escritos por separado, responde a una intención concreta, tiene un subtexto compartido, un ambiente. A mí me preocupaba sobre todo que se sucedieran alternando intensidad, para dar un respiro al lector. Por eso tras textos cortos y muy potentes como “Instrucciones para salvar a un grillo”, nos llega uno mucho más largo, más lento y denso, como “Ritual iniciático”. Lo de comenzar con “Cena de mayores” fue idea de mi editor.
Es cierto que, aunque no es mi favorito, reúne temáticas que marcan el libro en su conjunto: la infancia como cruel e inocente, la transformación física e identitaria, la necesidad de afecto, el miedo a la locura, cierto humor negro… y acabar con “Los que mantienen el fuego” fue cosa mía, es el único relato protagonizado por un hombre y yo quería que, mientras uno leyera el resto del libro, se quedara con la sensación -algo fácil- de estar ante un libro sobre mujeres, cuando en realidad se trata de un libro sobre el deseo, y eso se entiende al llegar al final, a ese cuento que trata de forma tan explícita el deseo y las pulsiones.
-Esta última historia, la única que no está protagonizada por una mujer, nos presenta a un pedófilo, no un pederasta, que despierta ternura en el lector. Es una buena persona que hace todo lo que está en su mano por huir de ese extraño dictado de su naturaleza. Los “apetitos que se desenroscan dentro de nuestra alma”, pareces decir, no nos convierten necesariamente en seres abyectos. ¿Es así?
-De eso trata precisamente este último cuento. Yo creo que el deseo es lo más poderoso que hay, lo que dirige nuestras vidas. Deseo de afecto, de venganza, de huida… el deseo conduce nuestros pensamientos sin piedad, y tal vez el deseo sexual sea el menos piadoso de todos, porque es muy difícil dialogar con él. Uno tiene deseos inscritos en el subconsciente, debidos a experiencias o emociones infantiles que ni siquiera recordamos, y puede contenerlos, pero difícilmente deshacerse de ellos (aunque en el caso de que sean deseos nocivos para los demás, desde luego debe poner en ello todo su empeño).
Por eso quería retratar a alguien con el peor deseo de todos, el deseo sexual por un menor -en este caso, además, por un bebé-, que dirige toda su vida a luchar contra esa pulsión, que se condena al ostracismo y se considera un monstruo por un deseo del que no es culpable, porque nadie tiene la culpa de sus deseos, sólo de lo que hace con ellos. Es una historia que debe conmover, quería que quien lee sintiera compasión por Oskar, que es una buena persona pese a albergar ese deseo tan terrible. La idea del relato surgió al leer una noticia sobre unas muñecas hinchables con forma de niñas que se comercializaban desde Asia, y que se supone iban dirigidas a pedófilos. Algunos psicólogos decían que podían ser beneficiosas como parte de un tratamiento terapéutico, mientras otros decían que solo eran un paso previo al abuso real.
Al margen de esto, sobre lo que evidentemente no tengo una opinión, en los comentarios a la noticia los lectores aseguraban que no debía haber terapia para quienes deseaban algo así, que no tenían derecho a esta, que deberían encerrarlos y tirar la llave, condenarlos a muerte, etcétera, etcétera. La verdad es que me sorprendió el abandono institucional y el rechazo del público al tratamiento psicológico de quienes tienen un problema de semejante magnitud. Creo que hay que sacar la compasión de nuestro círculo de confort y empezar a entender que las personas a veces albergan deseos o emociones de las que les gustaría deshacerse, y que mucho más importante que castigar hechos -y más aún, hechos no cometidos como se sugería ahí- es la prevención, la didáctica, la terapia, la compasión.
-Uno de los hilos conductores del libro es efectivamente el deseo. Lo difícil que puede llegar a ser identificarlo, y qué hacemos con él cuando le ponemos rostro y nombre. ¿Por qué nos resulta a veces tan complicado aislar nuestros deseos de la contaminación de expectativas externas y las autoimpuestas?
-Ese es otro de los problemas del deseo. Una vez identificado es difícil de sobrellevar, pero a menudo lo hemos construido de manera artificial, condicionados por expectativas sociales, y su consecución no nos hace felices. Nos preguntamos por qué no somos felices si tenemos un trabajo asalariado, una pareja estable, un embarazo en camino. Tal vez en realidad no quisiéramos nada de eso, tal vez esa fórmula, en un mundo sin normas sociales artificiales entendidas como naturales, nunca habríamos tomado ese camino. Diría que ahora -al menos entre las mujeres que yo conozco-, ya no es así, pero ¿cuántas mujeres han tenido hijos sin desearlo simplemente porque la idea de no tenerlos ni siquiera era una posibilidad, sino algo absolutamente antinatural? Y aún a día de hoy se sigue entendiendo que el aborto voluntario es algo de lo que una debe salir hecha polvo, es decir, que el deseo de no ser madre, aunque ya es legal, debe conllevar una especie de penitencia psicológica.
-Tanto en este libro como en tu primera novela, la tensión y el acecho de la violencia o lo siniestro se trenza con briznas de humor, sin que el tono literario caiga enteramente del lado del género de terror ni en el de la comedia. Hay un equilibrio impreciso que me resulta muy interesante. ¿Hasta qué punto buscas deliberadamente mantener este equilibrio y cuál es su función?
-En realidad, yo voy a la búsqueda de la tensión, de ese momento en el que lo familiar se revela como amenazante, como desconocido. Es a eso a lo que dedico las reescrituras. El humor negro me sale de manera natural, forma parte de mi identidad y creo que soy bastante incapaz de darle la espalda del todo a la hora de escribir. En este libro pensaba que no había humor, nada de humor, pero los lectores suelen llevarme la contraria, así que entiendo que siempre permanece, aunque sea de manera sutil.
-Los finales abiertos o ambiguos son otro rasgo característico de muchos de estos relatos. ¿Qué buscas, o que tratas de evitar, al aplicar esta fórmula en lugar de buscar cierres definitivos, como quien termina una pieza textil con pespunte y sobrepespunte?
-A mí me interesa mucho lo que no se dice, creo que el trabajo más importante de la escritura es deshacerse de palabras que están ahí y que entienden como buenas para ti -porque son una buena idea, o tienen una prosa lograda-, pero que son malas para el texto, para la emoción que quieres transmitir. En mi caso a menudo esa emoción es la incertidumbre, la inminencia de una amenaza que sabes que se aproxima pero aún no has identificado. Es una sensación que se da a menudo en la vida real, esa percepción de que hay algo que no funciona, ese aquí va a pasar algo.
Los finales cerrados pueden funcionar de maravilla pero en mi opinión lectora dejan menos poso, dan una sensación de descanso, de se acabó, aunque sean finales muy tristes, muy crueles, incluso muy inesperados. De todos modos, en algunos cuentos opto por ellos, cada texto es un mundo y va revelando lo que necesita -o lo que creo que necesita- conforme lo trabajo. A muchos lectores les molestan los finales abiertos, sienten que les dejan al borde de algo pero que no llegan a un clímax, que no hay una solución satisfactoria. Bueno, pues eso es precisamente lo que quiero transmitir.
-Afirmas en uno de estos relatos que “la infancia es el territorio de la incertidumbre”. ¿Podríamos decir que también es la “zona cero” de la perversidad?. En tus relatos conocemos a niñas que se meten en juegos peligrosos; niñas en las que conviven la precocidad y la inocencia.
-Para mí la infancia es un terreno literariamente muy interesante. Los niños de los relatos son aún inocentes, son niños al fin y al cabo, pero precisamente esa inocencia posibilita comportamientos muy crueles, muy perversos. Los niños no suelen entender las consecuencias de lo que hacen, y persiguen sus deseos sin atender a ellas. Esa honestidad, ese saber lo que uno quiere, que a menudo se pierde con la edad, resulta muy potente. También es el momento en el que más se experimenta, porque aún no hemos interiorizado los mandatos sociales, no nos hemos hecho una idea de esto bien, esto mal, y a la vez el momento en el que comenzamos a construir nuestra identidad. Y para construir nuestra identidad, debemos construir, inventar, al Otro. Por ejemplo, los niños de “Las chicas no” se configuran como un grupo de poder al rechazar a las niñas y también a los niños a los que consideran cobardes, y la chica del relato, sin embargo, se ve como ellos, quiere construir su identidad dentro de ese grupo. Ellos también ven algo en ella, quieren acercarse, pero ya comienzan a surgir tensiones de género que explotan y generan una crisis.
-Lo que no encontramos, por cierto, son niñas ni mujeres cobardes. Todas tiran para adelante como pueden, ya sea resistiendo, o huyendo hacia lo desconocido. ¿Planteas esa resiliencia como una virtud o también como una maldición?
-En realidad, creo que sí que hay algunas mujeres -no niñas, en realidad- cobardes. Tal vez cobarde sea una palabra un poco rotunda. Son cobardes en el sentido de que no se atreven, o no saben cómo, conectar con sus propias emociones y deseos, y mantienen vidas y decisiones con las que en realidad no están conformes, como la mujer embarazada de “La Marabunta” o la protagonista de “El día de la escopeta”. Eso no hace que, a la vez, no sean mujeres duras, que resisten en condiciones difíciles. Todos tenemos ciertas dosis de valor y de cobardía. Las niñas de los relatos, sin embargo, son más atrevidas, más arriesgadas, también por esa conexión más inmediata con sus deseos y por ese desconocimiento de las consecuencias. Hay niñas que se lanzan a la huida a través del desierto, no sabría decir si esto es valiente o sencillamente fruto de la inconsciencia.
-Además de tus proyectos como gestora cultural, llevas varios años impartiendo talleres de escritura creativa. ¿Qué se puede esperar de este tipo de cursos? ¿Qué tipo de cosas se pueden aprender y cuáles no? ¿Cuáles son los principales consejos que compartes con las personas que se apuntan a tus cursos?
-Sobre todo, lo que yo les recomiendo es leer mucho, escribir mucho, releer sus textos y reescribirlos hasta que comiencen a dialogar con ellos, hasta que sea el propio texto el que les guíe. Creo de verdad que tal vez haya cierto talento ligado a la capacidad para sentir determinadas sutilezas, para mirar el mundo percibiendo los grises, pero que la parte más importante del trabajo del escritor reside en la insistencia, en la revisión de sus temas, y que de ahí acaban saliendo también esos grises.
-Creo -corrígeme si me equivoco- que después de Historia de España contada a las niñas tu intención fue la de escribir una segunda novela, pero después de trabajar en ella durante un tiempo, lo que acabó viendo la luz fue este libro de relatos. ¿Es difícil superar la autoexigencia después de una primera novela que gusta y es reconocida?
-La autoexigencia siempre está ahí, pero no sabría decir si ese es mi problema. A mí la conciencia de que estoy haciendo algo dirigido a la mirada ajena me paraliza, me entra pereza, convierte la escritura de ficción en un trabajo al uso, cosa que me resta sensación de libertad. Odio los deadlines, las contingencias comerciales, que un editor me dirija en un proyecto que aún no está terminado. Prefiero tener mi primer boceto completo, ya trabajado, pensado, y entonces, comenzar a trabajar con un editor, poder explicar lo que quiero que transmita el texto, y que él o ella me ayude a conseguir eso, me de otras visiones, otras posibilidades. Pero cuando yo ya haya tenido suficiente contacto con mi texto.
Cuando me puse con mi segunda novela, llegó un momento en el que la escritura sólo se debía a la necesidad de continuarla para cumplir un contrato. Le dije que yo no quería publicar esa novela, que no me convencía, y que estaba haciendo unos relatos que creía que tenían mucho potencial. Pero ellos solo me dieron la opción de la novela. Era una editorial muy grande y con muchísimos medios, y entiendo que muchos lo vieran como renunciar a una gran oportunidad. Pero, ¿qué es una gran oportunidad? Una gran oportunidad está donde está el aprendizaje, donde hay un proceso en el que te nutres, un fruto -un libro-, que puedes defender. Eso es una gran oportunidad. Publicar algo que no te interesa en una editorial enorme es cobrar por un encargo realizado (que también es respetable, uno tiene que comer) pero de gran oportunidad, nada.
-Y por último, ¿has retomado ese proyecto de novela? ¿Has iniciado otro desde cero?
-Estoy trabajando un relato que me interesa convertir en nouvelle, (novela corta), pero de momento eso es todo lo que puedo decir. No quiero condicionarme. Esa anterior novela terminada, y otra de la que hice cien páginas antes de descartarla, reposan en mi drive con las manitas cruzadas sobre el pecho, y así van a seguir a menos que me apetezca despertarlas.