ALICANTE. Un mantra que escucho con frecuencia, sobre todo de propietarios de obra de un artista recientemente fallecido, lugar común que hay que desterrar de forma bastante categórica, es que una vez desaparecido el artista, sus obras, como por ley natural, se revalorizan porque, claro, ya no va a producir más y el más allá, al parecer, le otorga un halo santificador. Deben saber que en la mayoría de los casos no sucede así, sino más bien al contrario, por muchas y diversas causas: lo cierto es que en cierto número de casos el artista y su memoria va languideciendo sino cae en el olvido más absoluto, bien sea porque fue hijo de un tiempo muy determinado con sus filias, modas y tendencias. Sus cuadros estuvieron en boca de todos, sus exposiciones en las galerías del momento se vendían a pares, y, en definitiva, se puso de moda, pero, como las modas, su estilo no supo trascender el paso del tiempo y este, y su ley implacable, cayeron como una losa.
En otros casos la cotización se mueve en unos términos parecidos a los que tenía en su última etapa de producción, lo que no es poco, y esta valoración económica y crítica por especialistas y coleccionistas se mantiene en el tiempo. En ciertos casos, que suelen ser los menos, el tiempo va revalorizando la obra como consecuencia de una apreciación crítica a través de exposiciones, publicación de catálogos o estudios y en el mejor de los supuestos por la creación de una fundación o la inauguración de una casa-museo que preserve la memoria de nuestro artista. En el ámbito español no son pocos estos últimos supuestos, y quizás las más importantes iniciativas se han llevado a cabo respecto a artistas que se significaron a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, principalmente en momentos históricos y políticos complejos, formando parte de grupos que hoy ya podemos denominar históricos: Millares, Saura, Chillida, Tapies, Genovés, y algo más tarde, por ejemplo, Equipo Crónica.
Aunque sea paradójico, una fase importante, incluso decisiva, en la “carrera” de los artistas se inicia una vez fallecidos. La lucha, en este caso, es por la memoria y contra el olvido, y aunque el protagonista es nuestro creador, sin embargo, son terceras personas la que la continúan por él. Así es, el devenir de su obra, la cotización de esta, o el reconocimiento de crítica y público inicia una nueva andadura cuando el artista cesa su producción de forma definitiva por causas “naturales”. Ha habido y hay muchas y variadas formas de darle continuidad a la memoria: en algunos casos la labor se ha llevado a cabo de forma verdaderamente admirable con la creación de fundaciones con el legado del pintor, escultor, arquitecto… y en otros no ha tenido igual suerte con los sucesores o legatarios, iniciándose un periodo que va desde el silencio y el “poco ánimo” o escasez de medios para prolongar la memoria del finado, el abandono de la obra o la salida al mercado de forma indiscriminada de esta, produciéndose una saturación y como consecuencia la depreciación en su cotización, debido a la inexorable intervención de las leyes mercantiles. Quien o quienes se encargan de todo ello, sus conocimientos y del buen hacer de estos depende en gran medida la carrera post mortem de muchos artistas.
En muchas ocasiones, cuando la iniciativa esta respaldado por capital privado y en ocasiones público, con relevante material artístico tanto original como documental, se constituyen fundaciones con el nombre del artista que se encargan de no pocas tareas: organización de exposiciones en torno al creador, la gestión que conlleva la cesión de obras propias o depositadas por terceros en la fundación con destino a ser expuestas en museos o en muestras temporales. Les corresponde también a estas fundaciones la labor de velar porque las obras que circulan por el mercado reúnan la autenticidad que se les supone, y en su caso, denunciar legalmente la aparición de obra falsa.
Las fundaciones llevan a cabo también una labor de estudio y catalogación de la obra del artista con la publicación, en el mejor de los casos de estudios, catálogos razonados etc, y en su caso emitir certificados de autenticidad a solicitud de terceros que tienen obra en su poder, o por el contrario, certificar la falsedad de la pieza que se le remite a consulta, con la consecuencia en muchas ocasiones de la destrucción de esta o mediante la impronta en la misma obra de un rótulo enunciativo de su carácter de copia o falsificación.
En nuestro país existen importantes fundaciones dedicadas a estos fines (Tápies, Chillida, Miró…) o en el extranjero como es el caso de la fundación Antonio Saura en Ginebra. La próxima semana la dedicaremos a hablar de las principales fundaciones de nuestro entorno más próximo, o museos dedicados a la memoria de nuestros artistas desde artistas nacidos en la segunda mitad del siglo XIX Sorolla, Pinazo o Benlliure (en el caso del primero la fundación se encuentra en Madrid, lugar donde residió en la última parte de su vida), artistas cuya producción se centra en el siglo XX como Segrelles, Renau o Anzo, hasta artistas más cercanos temporalmente como el escultor Alfaro. Muchas fundaciones o proyectos se han quedado en meras intenciones bienintencionadas de sus sucesores, propietarios de parte de su obra, y de poderes públicos como los ayuntamientos de las localidades natales, que nunca han encontrado momento para hacer realidad las palabras de recuerdo y elogio que se pronunciaron como despedida.