VALS PARA HORMIGAS / OPINIÓN

MacGuffin

1/03/2017 - 

En el cine, casi todo lo inventó Hitchcock. Incluso lo que ya estaba inventado antes de que dejara los lápices para ponerse a dirigir. Entre las muchas aportaciones que legó se encuentra el MacGuffin, que es ese elemento que hace avanzar la trama a lo largo de una película pero que, en realidad, es irrelevante. El dinero que esconde el personaje de Marion Crane en Psicosis, por ejemplo. Es lo que la lleva al motel de Norman Bates, pero, en realidad, lo que cuenta la película no tiene nada que ver con el fajo de billetes. La figurilla del halcón maltés, por no quedarnos solo en su filmografía, es otro ejemplo. O casi toda la saga Bond, que es en sí misma un MacGuffin de primer orden. La anécdota del sobre de la última gala de los Oscar también vale. Es de lo que estamos hablando todos. Un gag explosivo que prolonga el argumento más allá del colofón, pero que no debería apartar la mirada del asunto verdaderamente importante: Moonlight, la película ganadora, es extraordinaria. Ríanse mucho con la torpeza de Pricewaterhouse, de la picardía de Warren Beatty o de la candidez de Faye Dunaway, pero no olviden ir al cine a verla. O La La Land o Manchester frente al mar o la que sea. Los premios de la Academia no son más que una excusa para intentar que los cines no desaparezcan. Que es lo realmente importante.

El día a día está lleno de MacGuffin. Son esas quimeras que perseguimos o esos botes de humo que abrimos para ocultar nuestras verdaderas intenciones. Todos inventamos de adolescentes algún pretexto estúpido para quedar con la chica que nos gustaba. Todos diseñamos un capricho caro al llegar a la madurez para aguantar en el trabajo que detestamos. Todos sabemos que el inmovilismo de Rajoy es un MacGuffin para esconder que los que nos gobiernan no están en la Moncloa. Incluso el juicio de Noos ha tenido el MacGuffin de la posible implicación de la infanta Cristina, cuando en realidad lo que se buscaba era minimizar el impacto de la condena en Urdangarin. Pese a los esfuerzos, y a falta de la ratificación final de la sentencia, no lo han conseguido.

El último gran MacGuffin de la política nos ha tocado de cerca. El alcalde de Alicante, Gabriel Echávarri, quiso vendernos un pasadizo subterráneo como el del Superagente 86 para desviar el tráfico por el entorno de la Explanada. La idea era pasear los vehículos por la bocana del puerto, de un muelle a otro. Y con un tramo bajo el mar señalizado por el cangrejo Sebastián. Fue un globo sonda al que, con las prisas, olvidó retirar el cartelito que solía colgar de las ocurrencias de Alperi. El invento resultó fallido porque, al día siguiente, la Autoridad Portuaria se lo reventó. Y un MacGuffin debe prolongarse más para que resulte efectivo. Dado que el proyecto se reveló inviable de inmediato, dado que la niebla de prestidigitador barato no tardó nada en disiparse y dado que ya sabemos que para Echávarri es imposible gobernar con criterio, lo que deberíamos preguntarnos es dónde nos lleva la verdadera trama de este artificio. Qué es lo que pretendía ocultar. Aunque conociendo sus capacidades, lo mismo pensaba que el MacGuffin era en realidad lo más relevante de su historia en el Ayuntamiento. Así de triste.

@Faroimpostor