Los trapos sucios se han dejado de lavar en casa y se ventilan en la plaza pública. Así lo manifiesta el documento firmado por la vicealcaldesa Maricarmen Sánchez entre otros cargos de Ciudadanos en el que piden la dimisión inmediata de Inés Arrimadas. Estoy totalmente de acuerdo, la lideresa de Ciudadanos debería haberse ido hace un año cuando su partido desapareció de la Asamblea de Madrid. Discrepo, sin embargo, en las formas con las que muchos interesados están librando esta guerra abierta.
Resulta curioso como se le echa toda la culpa a Inés Arrimadas cuando tiene menos poder institucional que muchos de los que le reprueban. La gestión orgánica de la líder ha sido un desastre, tanto que parece haber puesto el motor automático, pero, ¿es que acaso está ella sola en el partido? ¿Qué pasa con las vicealcaldesas de Alicante y Zaragoza? Me llama la atención que ambas han firmado el manifiesto pero no han hecho nada por dar visibilidad a las políticas que Ciudadanos ha llevado a cabo en sus ciudades bajo su mandato. Lo más destacable que deja Maricarmen Sánchez para la política alicantina es aquel famoso ”me aburro” en el confinamiento. Quizá si los cargos públicos con responsabilidades de Gobierno hubiesen hecho más, Ciudadanos no estaría al borde de la extinción. Estoy seguro que Begoña Villacís sacará representación en Madrid si su partido sigue vivo en las municipales. De la misma forma que Francisco Igea consiguió un efímero escaño en las Cortes de Castilla y León. Los castellano leoneses premiaron consoladamente la gestión que la consejería de Sanidad controlada por Cs hizo de la pandemia. Si se estudia, se aprueba, no hay más. Si se gobierna bien, se consiguen votos, y si no que se lo pregunten a Abel Caballero en Vigo o a Alberto Núñez-Feijóo en la Xunta de Galicia. Sólo un hiperliderazgo como el creado en base a Juanma Moreno Bonilla en Andalucía puede romper la ecuación.
Si Ciudadanos está destruido no es solo por la pasividad de Inés Arrimadas sino también porque muchos de los gobiernos de los que forman parte no han estado a la altura. Cargos reencarnados en una marmota que deambulan pasivamente por los enmoquetados despachos, vividores de lo político, disfrutones de los privilegios de la clase dirigente. Paco Igea escribió la semana pasada en El Confidencial que su partido era necesario para combatir el nepotismo y la corrupción, le invito a que venga a Alicante y conozca al puñado de asesores que tiene Ciudadanos en la diputación provincial para únicamente dos diputados. Ese estilo de vida aburguesado por parte de algunos dirigentes afecta en cierta medida a la situación del partido, y más cuando ellos hace cuatro años criticaban a PP y PSOE por lo mismo.
Los que firman este manifiesto tienen una cosa en común: están pidiendo a gritos alevosamente un cargo en el Partido Popular. No les preocupa el partido sino su cabeza. Están acomodados en el sillón y no quieren levantarse. Mi novia me preguntó el otro día al pasar por el Congreso de los Diputados porque eran tan irresistibles las mieles de la política, le dije que había dos tipos de perfiles: los que no tienen donde caerse más allá del cargo y los que aún teniendo una dilatada carrera profesional prefieren la comodidad de la vida pública de hacer mal tu trabajo y que sigas en tu puesto sin que te despidan. Algunos no durarían ni una semana en la empresa privada, por eso se agarran y se resisten a claudicar. Son capaces de montar cualquier circo para llamar la atención de sus próximos señores.
Si hubiesen hecho las cosas bien los que no votan a Arrimadas en las Generales quizá les habrían votado a ellos en las municipales y autonómicas.