Dicen que año nuevo, vida nueva, pero ésta es mera una forma de hablar, vacía de contenido y testimonial. Si no le ponemos un poco de ímpetu y compromiso a esto, seguiremos en las mismas del año pasado. ¡No, por favor, qué aburrido! Les aseguro que lo que no pongan en marcha este mes de enero tiene escasas posibilidades de triunfar durante el año, así que no tiren la toalla tan pronto, por favor, y échenle candela. El empujón de los compromisos que adquirimos en el cambio de año con nosotros mismos es potente y nos puede impulsar “hasta el infinito y más allá”, que diría Buzz Lightyear. Madre del amor hermoso, a lo que hemos llegado, ya no cito a filósofos, sino a personajes animados de Pixar. Pa’ lo que hemos quedao. Piensen en grande y no sean modestos, que lo que no sueñen es difícil que acontezca. Yo, por ejemplo, sueño con elecciones generales en 2024. Por soñar, que no quede, oigan, y me lo están poniendo a huevo, como dirían algunos y con permiso de Federico Trillo, dueño del copyright de los huevos en España, desde su desliz microfónico en el Congreso. Se lo ganó a pulso y mucho que lo añoramos. Ya saben: otros vendrán, que bueno me harán.
Digo, y me quedo más ancha que larga, que algunos parecen haberse sacado el título de graduado en Derecho (el de licenciado, imposible) por la universidad de la señorita Pepis. Los que tengan más de 45 no sabrán quién era la mentada muñeca, lo que supone un modo de selección poblacional como otro cualquiera. Ni se lo voy a explicar a los demás. Los recién graduados tendrán que sudar sangre para entendernos a los viejos del lugar, que conocemos la gramática parda del Derecho, como juristas “pata negra” que somos. Cualquier tiempo pasado, fue mejor, dicen, pero en este caso es indudable y no quiero pecar de casposa.
Madre del amor hermoso, cuántas burradas jurídicas dicen algunos con total impunidad, es para cortarse las venas o cortárselas a ellos, mejor. Me hago cruces. Ahora, Puigdemont y Sánchez pretenden obligar a los empresarios que se marcharon de Cataluña en 2017, huyendo de la quema independentista, a regresar a esta Comunidad Autónoma, por las malas. Sánchez no sabe qué genuflexión hacerle al catalán, con tal de poder perpetuarse en el asiento monclovita, lo que me lleva a aquella oportuna frase, que me dijo en una ocasión la madre de mi amiga Carmen Montes: “Cuanto más te agachas, más se te ve el culo”. Perdonen, no lo verán fino, pero expresivo es, no me lo nieguen.
Lo cierto es que esta medida supone tal vulneración de las más elementales normas jurídicas que creo que hemos llegado al límite del retorcimiento del Derecho. Aunque algunos hayan demostrado tener tal inventiva que todo es posible y puede que sigan reventando los principios esenciales del Derecho con su imaginación desbordante.
Dice mi amigo Carmelo que no aguanta mis artículos, pues él es de los fieles sanchistas hasta la muerte, haga lo que haga y diga lo que diga Sánchez. Claro que ni Carmelo, ni muchos de los asesores de Schz, saben ni papa de Derecho, y creen que las normas jurídicas son un corsé que es preciso abrir y quitarse para sentirse más libres-obvio, pero a qué coste-, o bien que hay que pasárselos por el mismísimo forro de salva sea la parte. Y yo digo: y si nos las cargamos, ¿qué aplicamos a cambio? ¿Es aceptable para alguien que el principio de legalidad sea reemplazado por un “yo sé lo que os conviene y tomaré por vosotros las mejores decisiones”? Eso tiene nombre y es el de absolutismo, dictadura y todos los sinónimos que quieran añadir a continuación. Busquen en el diccionario, es divertido.
No es aceptable, y me dejaría matar por ello. No todo vale, nadie está por encima de la Ley, por guapo que sea o se crea, ni Sánchez, ni Carmelo, ni siquiera George Clooney. Ene-o ¡No! Señores y señoras, no todo vale. El principio de legalidad tiene un motivo, una razón de ser, así como el principio de irretroactividad de la norma penal o sancionadora menos favorable. Y con estos acuerdos se pueden conculcar algunas normas jurídicas supranacionales, a las que España se adhirió. Me refiero a los Tratados de la UE, que imponen la libre circulación de personas. Y también la Constitución Española, que decreta la libertad de empresa. No pueden hacer de su capa un sayo para que ajuste con el tamaño de su ambición. Esta medida está llamada al fracaso, y estoy segura de que los empresarios no van a transigir con este dislate. Queda partido.
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