Cuando miramos el callejero de Alicante a vista de pájaro nos olvidamos muchas veces de que la ciudad también tiene partidas rurales que forman parte de ella. En el extrarradio, esta es su virtud, y también son sus complicaciones. Porque están lejos de la ciudad y de sus servicios. Precisamente por esta lejanía le faltan medios para vivir con todas las comodidades que sí tiene el casco urbano. Pero aun así sigue siendo un lujo tener un terruño donde “plantar” allí una casa, además de algunos árboles de secano que den sombra y frescor en los días más calurosos.
Por citar a alguna de ellas deje que lo haga con el Moralet, entre la sierra y el mar. Aunque tan lejos de la orilla, no impide ver el Mediterráneo desde allá arriba. No se distinguirá una vela de otra de un gran velero o uno más chico, pero el azul del mar destaca desde varios kilómetros de distancia. También la sierra, esta está más cerca. Muchos de sus vecinos huyeron de la ciudad en busca de una vida más sosegada en contacto con la naturaleza y allí la encontraron.
¿Conoce la Cañada del Fenollar? Su nombre evoca una de las cañadas reales de la trashumancia ovina o ruta de la lana que pasaba por allí, nada menos. Esta ruta recorre caminos de otra ruta no menos importante como es la del Camino de Santiago del Sureste que parte de la plaza de la iglesia de Santa María en la capital alicantina y continúa por Orito, Novelda, Villena, ...
Considerada como la puerta de Alicante desde la Meseta, está la partida de El Rebolledo. Era paso obligado de los carruajes tirados por caballos antes de llegar a la costa y lugar de tránsito y de reposo de las diligencias. Sus vecinos mucho tuvieron que defender este cruce de caminos para mantener su identidad.
No pretendo citarlas todas. Ahora le toca el turno a la que da título a esta crónica: la Alcoraya. Por allí también pasa el Camino de Santiago desde Levante, pasando por la gruta de San Pascual Bailón en Orito. Tiene su ermita, la de Santa Ana, de gran devoción. Y evoca un pasado sino glorioso, sí destacable. En sus entrañas guardaba un tesoro. Cuesta imaginarlo viendo el secarral en el que se ha convertido a lo largo de los años. Así es, bajo tierra había una mina y un gran pozo de agua que palió la sed de la capital alicantina hasta que se llevaron las aguas desde Sax. Fue el Marqués de Benalúa quien canalizó estas aguas en 1884 para abastecer cinco fuentes de Alicante en aquellos años que la ciudad tenía unos 45.000 habitantes, según destaca el escritor Manuel Martínez López en uno de sus trabajos sobre las barriadas de Alicante. Aún quedan restos de estos depósitos y en pie aguardan el inexorable paso del tiempo muros y paredes de las casas que guardaban los aperos y que daban cobijo a los que allí dedicaban su tiempo para que otros saciaran su sed. Era un negocio, pero bienvenido para una ciudad sedienta. Cuando dejó de ser útil para Alicante, las aguas se desviaron hacia el embalse de Elche, si no servían para una población, serviría para otra también necesitada de caudales.
Hoy Alicante goza de recursos suficientes para que sus ciudadanos no pasen sed y para que los jardines de la ciudad se beneficien de las aguas recicladas para que aquella población sedienta hoy sea un vergel.