Caminando por Alicante vemos como habitual el continente o el contenido público urbano que ha ido haciendo y construyendo cada calle, plaza o paseo. Nos hemos acostumbrado a verlos expuestos como si hubieran estado ahí siempre y no es así.
Los leones de Canalejas, así titulo este escrito, aunque me perdonarán ustedes porque ni fueron de Canalejas, ni sólo hay leones donde se ubicaron a estos. Esta afirmación me recuerda aquel dicho popular sobre Montealegre de Campos por el que se dice que ese pueblo ni tiene monte, ni es alegre, ni es de Campos. Así lo menciona también Carolina-Dafne Alonso-Cortés en su novela “Sota de copas, reina de espadas” (1986). No es para tanto, ya se lo digo yo, es una exageración, como la mía, porque Montealegre de Campos es un pueblecito de Valladolid, hoy de poco más del centenar de habitantes, con un imponente castillo sobre un monte en el que Doña Urraca de León y de Castilla se refugió de intrigas y desde donde ambicionaba las suyas. Pero permitan que vuelva a la senda de nuestro relato, que si no me voy por las ramas y ya saben lo que pasa.
Hoy los protagonistas son unos leones, dos mastines y un niño con una flauta. Parece el inicio de un cuento en la poesía de Miguel Hernández. Aunque sólo lo parece, que emular a este poeta oriolano no es tarea fácil. En estas líneas también mencionaré el por qué llegaron hasta aquí, que tiene miga, así como el motivo por el que están donde los podemos observar con su majestuosidad, sus gestos y la mirada fiera de unos y dulce del otro, ya verán.
A finales del siglo XIX, Hugo Prytz, sueco con ganas de emprender y hacer fortuna, se estableció en Alicante con treinta años (1870). Sus intereses los dirigió al comercio de la almendra. Su empeño, su trabajo y su ilusión le hicieron amasar una gran fortuna. Casó con la alicantina María Luisa Antoine Larrea y tuvieron varios hijos. En los años 80 de ese siglo compraron una finca en la huerta alicantina de San Juan (pueblo) donde construyeron un palacete al que llamaron “Buena Vista”. Desde sus plantas más altas se veía la playa de San Juan y el mar. Por allí pasaba lo más granado de la sociedad, entre ellos asistieron a sus veladas Emilio Castelar, Presidente de la I República; Isaac Peral, inventor del submarino; el escritor Benito Pérez Galdós; Maisonnave, alcalde de Alicante;… En verano disfrutaron de las noches estrelladas en su inmenso jardín entre parterres, templetes imitando los de la antigua Grecia y esculturas de leones y mastines imitación romana, así como un niño tocando la flauta, todas de mármol de Carrara. Ya ven la conexión de los Prytz con los protagonistas de este escrito. En 1932 Manuel Prytz, hijo de Hugo, donó al Ayuntamiento de Alicante este palacete para que albergara a autoridades y personajes ilustres como residencia de verano. Posteriormente, el palacete pasó a depender de la Diputación de Alicante siendo antes muchas cosas, incluso el hospital psiquiátrico provincial. Desde 2009 es el Instituto Alicantino de la Familia Dr. Pedro Herrero dependiente de la Diputación. La generosidad de Manuel Prytz fue más lejos. También donó - a través de su testamento (1942) -, entre otras cosas, su chalet de la calle Foglietti en el barrio alicantino de Benalúa para que la Cruz Roja hiciera un hospital y 500.000 pesetas de entonces para transformarlo en esta nueva instalación, pero no fue viable y dicha asociación empleó ese dinero para su hospital de Alcoy.
Sigamos. En 1940, dichas esculturas se ubican en el parque de Canalejas de Alicante puestos allí por este Ayuntamiento, acompañados de lo que después son altos y enormes ficus de hoja grande. El paseo lleva el nombre del gallego José Canalejas, que fue diputado regeneracionista liberal por Alicante y presidente del Gobierno de España durante los años 1910 a 1912 con un bagaje político extraordinario habiendo sido Ministro de varios ministerios antes que Presidente. Un anarquista, llamado Manuel Pardiñas Serrano, que quería atentar contra el rey Alfonso XIII, vio a Canalejas caminando sin escolta por la Puerta del Sol de Madrid y no se lo pensó dos veces, cuando le vio mirando el escaparate de la librería San Martín le pegó un tiro que le produjo la muerte allí mismo (12 de noviembre de 1912). Se truncó la larga y fructífera carrera política de Canalejas y las reformas con las que quería transformar el régimen en una verdadera democracia acabando con el caciquismo. Alicante quiso rendir homenaje a Canalejas por su interés por esta ciudad por lo que construyó un conjunto escultórico en una plaza. También este paseo. Ambos llevan su nombre.
El paseo se hizo en lo que entonces se llamaba “la Explanada del Varadero”. Con anterioridad a dicha explanada estuvo el Baluarte de San Carlos, batería de cañones que miraban al mar para defender la ciudad desde sus murallas y, posterior a su demolición, era donde se almacenaban mercancías para cargarlas en el puerto. Ya saben que de las murallas de Alicante, y sus puertas, no queda ninguna construcción salvo restos arqueológicos y algunos grabados que las recuerdan. No pensaron entonces que preservarlos pudieran tener algún valor histórico y turístico, sólo primó - con su derribo - el desarrollo y avance urbanístico de la ciudad.
Los alicantinos tenemos que agradecer a la familia Prytz que estas esculturas que estuvieron antes en su jardín, hoy están en el de todos.
Ya saben que al león se le identifica con determinados valores como el del poder, la lealtad, el coraje … En estas esculturas están representado esos valores. Desde su pedestal, frente a la avenida del Doctor Gadea, los dos leones miran orgullosos de soslayo, objeto de tantas miradas. Están caminando por su territorio dominando el horizonte, lejos de los mastines que abren el paseo por la plaza Canalejas. Mientras el niño con la flauta, a mitad camino de leones y mastines, toca su melodía con el rumor del agua de su fuente y amansa las miradas de las fieras con las que compartió jardín y familia hace más de un siglo y ahora comparte con nosotros.