Anda el foco puesto en Andalucía por cómo es el encaje de Vox en el acuerdo bipartito entre PP y Ciudadanos que garantice la investidura de Juan Manuel Moreno Bonilla. Escucharán y leerán estos días opiniones de todos los tipos y colores acerca de las excentricidades de la formación de Santiago Abascal. La apuesta de la ultraderecha por romper el consenso en la lucha contra la violencia de género no es más que la punta del iceberg del postureo que vamos a ver de aquí hasta mayo de 2019 por intentar golpes en el pecho que después no se podrán traducir en cambios sustanciales porque siempre habrá una ley superior que lo impedirá. Es decir, que vamos a ver mucho postureo, y gestos de quién tiene desesperación por volver al poder.
Sucedió con los días previos y posteriores a la moción de censura. O al inicio de las elecciones generales de 2015, que ganó Mariano Rajoy, pero que Podemos estuvo a poco más de 300.00 votos de superar a los socialistas. En su momento, Pablo Iglesias también se puso machito y prometía liquidar el sistema constitucional de 1978. Hoy, visto con perspectiva, aquellos gestos de postureo que auguraban una pequeña revolución han quedado en poco más que firmar una moción de censura -por necesidad ante su electorado- y con una considerable rebaja de las condiciones que se cacareaban en enero de 2016, con una vicepresidencia y listado de ministros incluida.
Está claro que Vox busca una foto, la foto de que ellos son necesarios para el cambio en Andalucía, algo que el PP está dispuesto a realizar, pero que a Ciudadanos le chirría. Ahora bien, cualquier gesto que en el que el PP ceda -con el placet o no de Ciudadanos- está claro que tendrá algunas consecuencias en el ámbito nacional. Es como si le dejas caer a Quim Torra que algún día pueda celebrarse un referéndum de autodeterminación, aunque después no se celebre porque esa competencia es exclusiva del Estado.
Pero vayamos a la Comunitat Valenciana, donde a partir del lunes también veremos mucho postureo que difícilmente la realidad podrá corresponder. Con Vox acechando por accender a los principales ayuntamientos y a las Cortes Valencianas, oíremos a aquello de limitar o condicionar la obligatoriedad del valenciano; la libertad educativa, el requisito lingüístico, el reprivativación de servicios sanitarios o incluso la liquidación de À Punt, por un lado, y la desaparición de las diputaciones, la reciprocidad con TV3, la municipalización de servicios, por el otro.
Y ojo con el postureo que después puede generar muchos chascos. Además de que nos encontraremos un parlamento y muchas corporaciones muy fragmentadas, al final sólo podrá haber gestos, y muchos chascos. Los grandes cambios necesitan de mayorías o consensos amplísimos para ser efectivos. Y en la mayoría de ellos, a veces, se topa con una ley superior que lo hace imposible. Pongo un ejemplo que algún día caerá por su propio peso: el sistema de recogida de envases, el famoso SDDR, cuya implantación en la Comunitat Valenciana no ha sido posible por la falta de consenso y las dificultades para lograr un sistema que contara con el respaldo de los empresarios. Pues hoy en día, la legislación estatal -y la europea-, con la prohibición de los envases de plástico en 2021, acabarán imponiendo un sistema de recogida y depósito de envases de cristal. Con Vox, o sin Vox.
Y este mismo ejemplo se podría llevar a otros casos. Ni los propósitos por centralizar algunas competencias es tan fácil como se promete. Puede haber gestos, cambios de gestión en el desarrollo de algunas materias, bajada de impuestos -aunque en el caso de la Comunitat, con la infrafinanciación que sufre son difíciles de justificar-, pero lo sustancial es muy difícil de llevarlo a cabo. Y si no, acudan a la realidad de estos últimos años. ¿A caso ha conseguido Compromís cambios significativos, por ejemplo, en los símbolos de la Comunitat? ¿Y las diputaciones, no siguen en su sitio? Inclusive, la gran inversión comercial que supondría Intu en Paterna se puede aprobar si cumple con todos los preceptos legales? Pues eso, cuidado con los postureos, que son un cosa en precampaña electoral y en las negociaciones, pero otra muy diferente en la realidad del día a día institucional. Pueden generar más chascos que otra cosa. En este terremoto político que vivimos, primero tenemos que ver a Ciudadanos gobernar. Lo otro, o lo conocemos, o está por venir.