ALICANTE. Fue la primera bicicleta en entrar en la capital alicantina, en 1880, o así se manifiesta en el segundo tomo de la Memoria Gráfica de Alicante que editó la desaparecida Caja de Ahorros Provincial de Alicante conmemorando el 5º Centenario de la Ciudad. Sánchez hizo una foto para inmortalizarlo y ahí está Juan Parreño subido en su velocípedo con mirada seria, quizá porque mantener el equilibrio en semejante artilugio cuando estaba quieto no debería ser tarea fácil.
A finales del siglo XIX en Alicante nació una gran afición por este medio de transporte tan curioso. Primero por esa burguesía inquieta que todo lo investigaba. Después por aquellos amantes de la competición, deportistas de estos biciclos en continua transformación.
Estos velocípedos tenían una gran rueda con pedales, junto con otra mucho más pequeña, y un sillín sobre la primera. ¿Se imagina pedalear desde ahí arriba por calles y plazas, ante la sorpresa de los transeúntes? Y por muchos otros espantados por su pedalear. Ya verá los muchos detractores que se granjeó este velocípedo.
Uno de ellos fue Pepe Dal, quien escribió con ironía en “El Independiente” el 1 de abril de 1895, en la edición de Orihuela, que “desde que han puesto un depósito en esta de velocípedos sin temor a las catástrofes, que sólo tememos los tímidos, se han lanzado con sus máquinas muchos seres sportísticos”. Y añadía que “esta afición crece súbita, da un resultado magnífico, sobre todo al farmacéutico que ha vendido ya un grandísimo número de metros de árnica, y de malvas otro no ínfimo, y a botellas los apósitos, …”.
Nos quejamos ahora de los patinetes eléctricos que invaden las aceras, por lo que los Ayuntamientos ya se han puesto manos a la obra para regular su tránsito. Entonces también tuvieron que hacerlo. Otra vez se repite la historia, aunque no sea exactamente por lo mismo.
En 1896 había ya muchos velocípedos y bicicletas en la ciudad por lo que desde el Ayuntamiento tuvieron que poner orden. Así, el Alcalde Barón de Finestrat se vio obligado a publicar un bando el 8 de marzo de ese año para regular su tráfico. No tiene desperdicio. Decía así al referirse a los velocípedos “que a todas horas circulan por las vías y paseos públicos con peligro muchas veces de los transeúntes y paseantes”, marcando unas normas: “1º Hasta las ocho de la mañana podrán pasearse los velocípedos y bicicletas por las calles y paseos, siempre que los que lo hagan vayan provistos de cornetas o timbres de avisos”. Había que ser precavidos para avisar de su paso y no atropellar a nadie ni a nada. Seguía el bando afirmando en su 2º punto que “durante el resto del día sólo podrán circular por las calles en velocípedo o bicicletas, pero siempre con corneta o timbre de aviso, esperándose de la cultura de los aficionados a la velocipedia que excusen cuanto puedan el paso por las calles céntricas y más frecuentadas de la población y, cuando lo hagan, que sea con moderada velocidad”. Ya ve, recuerda lo que pasa con los patinetes eléctricos y sus veloces conductores. Seguimos. El bando manifestaba como 3º que “no podrán circular por la noche velocípedos y bicicletas sin llevar la correspondiente luz que acuse su presencia”.
No bastó este bando para acallar las críticas. Así, “El Nuevo Alicantino” publicaba en su edición del 16 de abril de 1896 que “no tienen bastante esos señores con estar hablando en cada momento y en cada lugar de la bicicleta, sino que llevan sus arranques hasta atropellar a la gente”. Para algunos eran un peligro, incluso nos dice el historiador Vicente Ramos que “para muchos vecinos, los ciclistas se convirtieron en individuos abominables”.
A pesar de las normas y de las restricciones, la moda y la afición por los velocípedos y las bicicletas sería imparable, sobre todo entre los jóvenes. A ellos se sumaron los atrevidos, los aventureros y los emprendedores.
Tanta afición despertó el asociacionismo a través primero de la denominada “Peña Ciclista”, después por el “Club Velocipédico Alicantino”, entre otros. La Junta Directiva de este Club Ciclista estuvo formada – según el cronista Vicente Ramos – por las siguientes personas aficionadas a este deporte: Juan De Mesa de León, presidente; Thomás M. Rosser, vicepresidente; Alfonso Mas, vicepresidente segundo; Ricardo Guillén, tesorero; Luís Pérez Bueno, contador; Federico Madrid, secretario; Agustín Macarrón, vicesecretario primero; Mariano Bonanza, vicesecretario segundo; y los vocales: Luís de Rojas, Francisco de Alba, Lorenzo Antoine, Artemio Pérez, Tomás Tato, Vicente López y Juan Salmón.
Además de estas asociaciones, muchos aficionados se reunían en el Café Santías donde intercambiaban impresiones entre chato y chato de vino, hablaban de concursos y de qué carreras podían organizar por las carreteras de Alicante, Elche, Crevillente o Torrevieja. Y todos, asociaciones y aficionados, organizaban estos eventos con ruedas a pedales.
Si hubiera que poner un nombre al deportista que inició esta andadura ciclista en la capital alicantina, este es Carrasco. Le siguieron Julio Parreño, Carlos Pobil, José Domínguez, Juan Guillén, José Gamarra, Fernando Carbonell, Tomás Tato, entre otros. Esta relación la recoge Vicente Ramos en su “Historia de la provincia de Alicante”.
La primera competición de bicicletas – muy parecidas a las de ahora - se organizó el 4 de junio de 1896 entre Alicante – Elche - Alicante, en la que el empresario Thomás M Rosser participó activamente en su organización y como uno de los ciclistas participantes. Los primeros en llegar a la meta fueron Carbonell, con 1 hora, 37 minutos; Antoine, 1:41; y Bellod, 1:48.
Con la afición cada vez más creciente, era necesario hacer unas instalaciones por donde pedalear sin temor, incluso donde entrenar y realizar competiciones. Para esto, el empresario Francisco Martínez Pereda solicitó al Ayuntamiento – y se la concedieron – una autorización para construir un velódromo entre los barrios de San Blas y Benalúa. Este tuvo mucho éxito entre la vecindad alicantina. Se inauguró el 21 de febrero de 1897 con capacidad para dos mil personas.
A su vez, el 15 de abril de 1897 salieron desde Madrid con destino a Alicante los ciclistas Luís Mauricio y un jovencísimo Viso que ya apuntaba maneras. Pasaron la noche en Pedroñeras, siguiendo ruta al día siguiente para pernoctar el 16 en Albacete, el 17 en Villena, entrando triunfales en Alicante el 18 de abril.
Por su parte, el 11 de octubre de 1897 Tomás Tato sumó a su palmarés recorrer la distancia entre Alicante y Murcia en 4 horas y 37 minutos, nada menos.
Ya ve que la afición por la bicicleta era imparable en la capital alicantina y en otras poblaciones de la provincia. Y lo sigue siendo tantos años después. Pues eso.