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vals para hormigas / OPINIÓN

Lluvia en los cristales

28/08/2019 - 

Terminamos agosto pegados a la cristalera del balcón. Observar cómo cae la lluvia desde el salón de casa, a resguardo del temporal, tiene en esta ciudad algo de deporte retransmitido por televisión. Puede que estemos en primera fila, pero en el fondo sabemos que no nos salpicarán la sangre ni el sudor del boxeo, el barro de los rallies o la inmadurez de los futbolistas. Fuera, en la calle desguarnecida, se derrama el aguacero, retumban los truenos y puede que hasta un rastro de granizo indique el rumbo que ha seguido la tormenta. En casa, en cambio, atendemos a un espectáculo que está fuera de lugar. Un reguero de gotas que impactan contra el cristal mes y medio antes de lo habitual. En el fondo, con el cambio climático, no lo digo yo, sino los expertos, hemos reemplazado a los dioses y las fórmulas de Einstein, que acaso sean lo mismo. Hemos trastocado la línea del tiempo. Hemos acelerado los relojes sin que sepamos percibirlo. Hemos jugado a los dados con nuestro destino.

La lluvia en los cristales es esa película en blanco y negro que ya hemos visto y que las nuevas generaciones no saben ver. Siempre nos lleva hacia atrás. A ese momento, antes del deshielo y los incendios, en que los veranos acababan una tarde de septiembre. Y desde entonces, solo quedaba un retal de calor que a veces era velo de novia y se alargaba hasta noviembre. También tiene, el juego gravitatorio de las gotas, algo de billete de tren, de ascensor de rascacielos, de teletransportador espacial, de viaje imaginario. Porque en Alicante nunca llueve, así que uno puede hacerse a la idea de que está en algún otro sitio que siempre se localiza más al norte. Da igual qué norte sea. Pero vivimos tiempos literales, la imaginación levanta sospechas. He llegado a estremecerme con la entrevista a un escritor al que le afeaban que solo leyera novelas. Que no dedicara parte de su tiempo al ensayo, la historia o el análisis. A los hechos. Como si la realidad hubiera servido alguna vez para aprender. Como si hubiéramos podido avanzar dando siempre el mismo paso. Como si los humanos no supiéramos ser más que una gota de lluvia en el cristal.

Termina agosto, que es el mes de la carne y los sueños que se esfuman. En breve volverán las horas fichadas, las clases de matemáticas y los periódicos con una cantidad suficiente de páginas con las que justificar su precio. Volverán la Liga y los calcetines. Volverá a llover y a hacer calor. Volverá el sol gelatinoso de septiembre. Los atascos en la justicia y el pago trimestral del IVA. Quienes odiamos el verano volveremos a respirar; los que lo adoran, contarán los días hasta el próximo puente. Y todos, mientras, asistiremos al primer otoño de los pactos entre derechas, que prometen sangre, sudor, barro e inmadurez. Aún no sabemos si llegará primero el desencuentro en Alicante, el descalabro en Madrid, el fuego amigo andaluz o el tiempo de las castañas asadas. Pero tras la lluvia en los cristales, ese momento que dedicamos a recordarnos en otras circunstancias o en otros lugares que jamás hemos vivido, se avecina un otoño lleno de historias que contar. Y la mayoría están aún por imaginar.

@Faroimpostor

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