vals para hormigas / OPINIÓN

Linchamiento generalizado

1/02/2017 - 

La semana pasada, en un instituto de la provincia, el padre de un alumno convocó alarmado a los profesores. Tras percibir algunos síntomas preocupantes, revolvió la habitación de su hijo hasta encontrar su diario. Después de un repaso somero al contenido, con la urgencia de quien busca el ingrediente alergénico en una receta de cocina, en una de las últimas páginas descubrió lo que no quería encontrar, una amenaza de suicidio. "La familia debe ser el primer confidente de los alumnos", cuenta una profesora del centro. "Si el padre tuvo que sumergirse en tal nivel de intimidad para descubrir los problemas de su hijo, ¿cómo vamos nosotros a descubrirlos?", sostiene. El pasado viernes, días después de que el estremecedor secreto del diario saliera a la luz, en otro instituto, el ataque con un cuchillo de un alumno de Villena a cinco de sus compañeros volvió a sacudir, desde el escandaloso neón de los titulares, la conciencia sobre el acoso escolar. Un asunto "muy difícil" en el que todas las partes implicadas deberían comenzar a ponerse de acuerdo y que no solo se reduce al ámbito docente. "Es una cuestión social", continúa la misma profesora, "se ha impuesto en todas partes un linchamiento generalizado".

El caso de Villena es paradigmático. El conseller de Educación, Vicent Marzà, todavía no sabía ayer, cuatro días después del suceso, si se podía englobar dentro del genérico bullying. Y sin embargo, en todas partes se daba por hecho que las buenas notas, un vestuario diferente y las bromas de sus vecinos de pupitre formaban el caldo en que se había cocinado la venganza del agresor. La investigación aún no ha desembocado en ningún sitio, pero la sociedad, dirigida por los atronadores altavoces de las redes sociales y los medios de comunicación, esperaban desde los primeros teletipos en la orilla del acoso escolar. "El bullying está en el escaparate", se lamenta la misma profesora, "y los profesores seguimos en el punto de mira, porque da la impresión de que no nos enteramos de nada". "Si algún alumno está sufriendo acoso, generalmente, será fuera de las aulas, en el patio, sobre todo", explica la docente. "Nos mantenemos vigilantes, en continua alerta, observando posibles indicios y tratando de resolverlos, pero los síntomas casi nunca son manifiestos". No es en los centros donde está la solución. O no solo. No hay una toma de posición común en los claustros de profesores sobre cómo abordar este fenómeno. Tampoco entre los responsables políticos, las fuerzas de seguridad, el mismo alumnado o las familias. "Al final, acabamos echándonos la culpa los unos a los otros" y no se resuelve nada.

Para encontrar la manera de que los jóvenes sepan acercar posturas para resolver sus diferencias, deberíamos ser todos los demás los que supiéramos acercar posturas para resolver las nuestras. Una auténtica escalera de Escher. Y en este intrincado laberinto es donde radica la cuestión. "Día a día alimentamos unas relaciones en las que nadie se pone de acuerdo", asegura la profesora. El insulto y las agresiones verbales están en la calle, en los medios, en las redes. Nadie debate, nadie argumenta, nadie escucha. "Nadie está dispuesto a conceder que el de enfrente pueda tener razón". Es en esta laguna enrarecida, embarrada y brumosa donde pretendemos encontrar a Kurtz para acabar con el horror. Para ganar la guerra. Y aquí no hay guerra alguna. Hay jóvenes perseguidos por otros jóvenes que precisan que sepamos llegar a acuerdos, que necesitan mediación y que merecen una atención que no siempre les prestamos, porque estamos ocupados en discutir con el vecino, en discutir con el jefe, en discutir con el seguidor de un equipo rival. En linchar, con diferentes grados de gravedad, a quien no es como nosotros.

@Faroimpostor

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