ALICANTE. Los artistas de hogueras hemos sufrido, junto con otros muchos sectores, una de las más duras y complicadas épocas que se recuerdan. La pandemia ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad de una fiesta que, a priori, parecía indestructible, en plena expansión, llena de futuro y proyección. Pero la realidad dista mucho de esta utopía. Desde que años atrás el epicentro y elemento fundamental de esta fiesta, la foguera, haya ido perdiendo fuelle y protagonismo, los artistas de hogueras hemos tenido que adaptarnos a las circunstancias que nos tocaban en relación con lo cotidiano de cualquier profesión: sus alegrías y sinsabores, sus dificultades añadidas, competencias internas y un largo etcétera.
El coronavirus trajo consigo una enfermedad paralela para la que todavía no hay vacuna, y es la de la desilusión y la frustración. A partes iguales, reparamos en los grandes errores cometidos y en cómo ha afectado esta crisis sin parangón en nuestro quehacer diario. Los patrocinadores, los pequeños comerciantes y el mundo fogueril en general se ven resentidos por toda esa larga cola de residuos que, a su paso, ha ido abonando esta otra pandemia a lo largo de los años en la fiesta.
Quisimos ver con optimismo la vuelta de cualquier celebración popular porque, de ese modo, volverían a brillar con todo su esplendor nuestras obras de arte efímero que, ancladas en unos obsoletos presupuestos contratados en el ejercicio 2019-2020, han ido sufriendo la aún peor puntilla que nos faltaba por sufrir, la incesante subida de precios de las materias primas que utilizamos, ya sean derivadas del petróleo o no.
Tenemos que abandonar la idea de que las hogueras del futuro van a ser más espectaculares y vistosas porque ni los presupuestos que se vislumbran ni los precios de hoy en día van a permitir tal circunstancia. Sin embargo, sí se debe analizar este hecho y debe ser objeto de los debates que corresponda para que el peso y la responsabilidad de las hogueras venideras no sea exclusivamente de los artistas como hacedores de una obra de arte efímera.
Ha llegado el momento de frenar, antes de pasarnos de frenada. De analizar, antes de que sea demasiado tarde. De que las generaciones venideras de artistas vean un futuro próspero dentro de nuestro maravilloso oficio. De dignificar de una vez por todas aquello que no hemos sido capaces nosotros mismos de hacer por nuestra cuenta. Si esto no ocurre, el sector de los artistas de hogueras no será viable, no será posible y, por lo tanto, seremos una profesión en vías de extinción.
Hoy en día es más fácil cerrar un taller de hogueras que abrirlo con toda su legalidad. Es más fácil tener pérdidas económicas que beneficios. Y yo pregunto: ¿merece la pena quemar nuestro oficio? Esperemos que la respuesta provenga de la empatía de todos y todas. Esperemos las hogueras venideras.