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TODO DA LO MISMO

La revancha de Kiko Amat

3/10/2021 - 

VALÈNCIA. Este verano vi el documental Belushi sobre John Belushi -impagable su imitación de Joe Cocker en Saturday Night Live-, y me entraron unas ganas tremendas de seguir viendo más cosas de Belushi. Alguien me recordó en Facebook una escena de Granujas a todo ritmo en la que Jake y Elwood -Belushi y Dan Aykroyd, alias los Blues Brothers- arrollan a un grupo de nazis que se manifiestan en Chicago. Eso, sumado a la posibilidad de dejarme contagiar de nuevo por el número musical de Aretha Franklin, me empujó a revisar la película. Volví a sentirme como si estuviera en 1980 -mi año favorito por muchos motivos es ese, y eso que por aquel entonces seguía siendo virgen- y volví a reírme de los nazis, cuando, en medio de una de las caídas más exageradas de la historia, un subordinado le declara le declara su amor al jefe dentro del coche que se precipita al vacío.

De nazis está también plagado el último libro de Kiko Amat, que salió en marzo pero que me reservé para las vacaciones, que para eso están. En una entrevista que le hizo Marta Moreira para CulturPlaza, Kiko declaraba que no le interesaban los escritores “estilistas, buenos observadores y muy dados a las florituras, pero que carecen de violencia”. Revancha es una formidable consecuencia de esa actitud. La novela cuenta la historia de un joven que forma parte de las brigadas mafiosas de un grupo de skinheads, Amador, que ha de vivir su homosexualidad en secreto a pesar de haberse liado con el capo de los ultras. El otro protagonista de la historia es César “Jabalí” Beltrán, un exjugador de rugby cuyo trabajo consiste en ajustarle las cuentas a indeseables que no han pagado sus crímenes o que, aunque lo hayan hecho, siguen en deuda moral con sus víctimas. Ambos personajes están destinados a encontrarse a lo largo de uno de esos relatos que te llaman a voces en cuanto lo dejas para dedicarte a otras cosas, haciéndote experimentar el perturbador placer que es dejarse absorber por algo o por alguien y no pensar en otra cosa más que en eso, aunque solamente sea durante unos días. En el caso de Revancha, la relación entre libro y lector no termina cuando se llega a la última página. Uno acaba de leer y está lleno de adrenalina y emociones contradictorias pegándose de leches. Pero no es ese el único motivo por el cual sientes que Revancha continúe cerca de ti, aunque hayas empezado otro libro. Lo mantienes visible y a mano porque en esas páginas palpitan verdades que no conviene olvidar.

Al principio recelaba un poco de la novela. Ultras enseñoreándose por esa Barcelona que no tiene nada que ver ni con Gaudí ni con Gil de Biedma ni con Tàpies ni con Astrud, la parte demacrada de ciudad, la que se va degradando a medida que aparecen sus cinturones industriales. La parte del área metropolitana en la que nadie lee a Don de Lillo y la única poesía que se escucha es la de las canciones de reguetón. Esa Barcelona que yo jamás he pisado, pero que existe. Revancha es necesaria nos pone delante de las narices la realidad que filtramos a través de las noticias. Los que están eternamente jodidos, los condenados a la fealdad y a la violencia porque la vida no les quiere dar otras cartas, son los que nos saludan -dedicándonos un corte de mangas- a través de la novela de Kiko. La voz narradora expresa muy bien lo que son esos personajes cuando le dice al propio Amador cómo sienta “que en tu calle vosotros seáis la familia que las otras familias se alegraban de no ser”.

Para contar esto bien y hacerlo creíble y literario a la vez, hace falta un talento que trascienda la mera capacidad de observación. Kiko administra esa violencia verbal -ahora sabemos exactamente a lo que se refería cuando habló con Marta Moreira- porque lo que nos quiere contar solamente se puede contar bien así. Hiriendo al lector. Su manera de narrar que hace que uno sienta que la sangre le salpica cuando alguien es golpeado con saña, casi puedes escuchar algún hueso romperse. Pero en su escritura también hay belleza, aunque quizá no sea del tipo que esperamos. Los dos protagonistas, incluso cuando están sumidos en las acciones más viles, protegen aquello que aman, o lo vengan con toda su rabia por haberlo perdido. La belleza de Revancha palpita entre un sinfín de metáforas abrasivas que caen como granizo, que no dan pie a imaginar nada más que una devastadora realidad. En medio de la jerga de los matones que a veces ni siquiera saben por qué son nazis, en medio del recelo ante un mundo que es inmisericorde con los más vulnerables, Kiko escribe cosas como que “se le quedó un corazón diminuto, encogido, estrecho, como un ascensor para dos; si subía un pasajero extra se iba todo al carajo”; y luego escribe también: “Allí empezó todo, si alguien quiere saberlo de verdad, allí empezó lo que eres hoy, en lo que te convertiste, lo que veis ahora, lo que teméis, hijos de puta”.

Revancha es una novela sobre Barcelona, pero a su vez habla de muchas otras urbes. Es un libro imprescindible para cualquier ciudad y para cualquier momento de la historia. En este país en el que los nazis amenazan, golpean y se exhiben sin ningún tipo de temor, con impunidad, Revancha es esencial. Por lo que cuenta y por cómo lo cuenta. El huevo de la serpiente está ahí, la cáscara ya se ha roto. Es amargo, es real y no nos es en absoluto ajeno. Después de leerlo conviene tener cerca algo de Belushi, o de Aretha Franklin, de alguien que nos ayude a redimir esa pestilente realidad que nos acecha y de la cual también somos responsables. La mierda no aparece de repente, siempre sale de algún agujero. Sale cuando alimentamos el protofascismo permitiendo que las redes sociales nos tapen los pezones o los genitales de las fotos que publicamos y nos digan lo que podemos y no podemos expresar (es curioso cómo ese mismo comportamiento no lo toleraríamos en otro ámbito, pero aquí lo damos por bueno con tal de seguir publicitándonos a nosotros mismos). Sale cuando justificamos discursos antidemocráticos porque claro, es que la izquierda… Sale cuando evitamos al mendigo que huele mal, cuando nos reímos en voz baja de la pluma que tiene ese chico que acaba de pasar por nuestro lado, o cuando nos molesta que una mujer tenga esos ademanes tan masculinos. Sale cuando nos compadecemos del maltratador y ninguneamos a la maltratada. Sale y nos salpica, porque así como hay gente que es vil por naturaleza, hay personas que tienen que  aprender a serlo, y eso último lo cultivamos nosotros sin darnos cuenta.

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