Puede que solo quienes desde pequeños vivimos la mascletà de cerca, en la calle, entendamos la trascendencia de una decisión política, estas Fallas de 2023, que marca un preocupante precedente en el uso y abuso de la plaza del Ayuntamiento de València los días en que hay disparos. Una decisión incomprensible de la que ha venido informando Valencia Plaza en exclusiva y prácticamente en solitario: la cesión a una empresa privada de un espacio público privilegiado que desde hace décadas estaba reservado a la ciudadanía.
Quienes tenemos una edad tuvimos ocasión de asistir a la mascletà municipal pegados a la valla entre los puestos de flores, una valla que recuerdo, y quizá me traiciona la memoria, blanda y no muy alta, como de malla de gallinero sostenida por mástiles de metal. Eso era en los años ochenta del pasado siglo y las mascletaes, que solo se disparaban en la semana anterior a San José, no estaban tan masificadas como ahora. Excepto el día de San José y los fines de semana, la plaza no se llenaba. Había más espacio y menos turistas.
A finales de esa década se dispuso una zona de seguridad y se retiró al público detrás de los puestos de flores. Hubo cierta polémica y creo que fue la alcaldesa Clementina Ródenas la que adujo que no iba a ser tan insensata de desautorizar a Protección Civil, los Bomberos o quienquiera que recomendara por escrito desplazar la valla de seguridad hasta el segundo carril de la calzada, que es donde estuvo durante algunos años más. Posteriormente, y ante el estupor de los aficionados a ver los truenos desde la barrera, se fue ampliando el perímetro y ya en la primera década de siglo, con el calendario alargado del 1 al 19 de marzo, la valla llegó a la acera reduciéndose notablemente el aforo mientras aumentaba la afluencia de público por el creciente número de turistas. El alquiler de balcones empezó a ser un negocio, muy boyante en la actualidad.