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La república independiente de Galiana

26/03/2023 - 

Puede que solo quienes desde pequeños vivimos la mascletà de cerca, en la calle, entendamos la trascendencia de una decisión política, estas Fallas de 2023, que marca un preocupante precedente en el uso y abuso de la plaza del Ayuntamiento de València los días en que hay disparos. Una decisión incomprensible de la que ha venido informando Valencia Plaza en exclusiva y prácticamente en solitario: la cesión a una empresa privada de un espacio público privilegiado que desde hace décadas estaba reservado a la ciudadanía.

Quienes tenemos una edad tuvimos ocasión de asistir a la mascletà municipal pegados a la valla entre los puestos de flores, una valla que recuerdo, y quizá me traiciona la memoria, blanda y no muy alta, como de malla de gallinero sostenida por mástiles de metal. Eso era en los años ochenta del pasado siglo y las mascletaes, que solo se disparaban en la semana anterior a San José, no estaban tan masificadas como ahora. Excepto el día de San José y los fines de semana, la plaza no se llenaba. Había más espacio y menos turistas.

A finales de esa década se dispuso una zona de seguridad y se retiró al público detrás de los puestos de flores. Hubo cierta polémica y creo que fue la alcaldesa Clementina Ródenas la que adujo que no iba a ser tan insensata de desautorizar a Protección Civil, los Bomberos o quienquiera que recomendara por escrito desplazar la valla de seguridad hasta el segundo carril de la calzada, que es donde estuvo durante algunos años más. Posteriormente, y ante el estupor de los aficionados a ver los truenos desde la barrera, se fue ampliando el perímetro y ya en la primera década de siglo, con el calendario alargado del 1 al 19 de marzo, la valla llegó a la acera reduciéndose notablemente el aforo mientras aumentaba la afluencia de público por el creciente número de turistas. El alquiler de balcones empezó a ser un negocio, muy boyante en la actualidad.

Foto: EFE/JC CÁRDENAS

Lo mejor de la mascletà es el fuego bajo, así que, habituado a verlo desde las primeras filas, dejé de acudir a la plaza cuando necesité abrirme paso a codazos y estar una hora al sol para tener una buena perspectiva. Igual que Ródenas, no seré yo quien critique las medidas de seguridad, y menos este año que gracias a ellas ha quedado en anécdota un accidente pirotécnico que podía haber sido grave. Pero ya no me merece la pena y solo acudo cuando me invitan a algún balcón. Me he aburguesado, como Carlos Galiana, presidente hasta el pasado viernes de la Junta Central Fallera (JCF), quien hace al menos ocho años que no ve una mascletà entre el público. Lo mismo que sus compañeros de Compromís, el partido que presume de recuperar la calle para los ciudadanos.

No obstante, a diferencia de ellos, no he olvidado lo que es el caloret fallero que a veces acaba en lipotimia. Por eso me sorprendió y me indignó, como a muchos habituales de la mascletà, que la JCF cediera del 1 al 19 de marzo 84 metros cuadrados de espacio público a la multinacional Ikea para que montara un balcón privado a pie de calle en el único lado de la plaza donde hay sombra a la hora de los disparos. Lo del precio irrisorio y las habituales irregularidades en la tramitación del bautizado como 'Saloncito Ikea' es lo de menos, lo relevante es el alquiler de un espacio en la plaza en detrimento de la gente de a pie.

Esto lo hace Rita Barberá y habríamos tenido a Compromís, con Grezzi como agitador principal, manifestándose a diario debajo del balcón contra la "privatización" de la plaza. Esto lo hacen en Francia y les queman el saloncito. Uno no está a favor de la violencia, pero produce cierta envidia ver a los franceses peleando por sus derechos mientras en España la resistencia se ha acomodado en Twitter. Dirás que esto no es tan trascendente como lo de las pensiones por las que combaten los franceses mientras los españoles nos resignamos a tener una peor jubilación. Cierto, pero es importante, marca un precedente y, si nadie dice nada –y casi nadie ha dicho nada–, igual el año que viene nos encontramos con dos o tres terrazas privadas con vistas a la mascletà.

Foto: EFE/MANUEL BRUQUE

"La plaza del Ayuntamiento se convierte en un salón Ikea durante los días de Fallas", tituló la JCF su nota de prensa para difundir la acción comercial de la multinacional sueca. Puestos a mimetizarse con la estrategia publicitaria de la empresa, habría sido más apropiado parafrasear su viejo eslogan: "Bienvenido a la república independiente de mi plaza".

Porque eso, una república bananera, ha sido la Junta Central Fallera durante el mandato de Galiana, igual que la Concejalía de Cultura Festiva que dirigía también hasta este viernes cuando fue sustituido por Pere Fuset. En sus tres años como responsable de fiestas, Galiana ha hecho caso omiso de las numerosas advertencias de la Agencia Antifraude por contratación irregular con amigos y conocidos, lo mismo que el alcalde, Joan Ribó, que le ha dejado hacer de su capa un sayo.

Ha actuado, además, con total opacidad de cara a los ciudadanos, hasta el punto de que, como el reloj parado que acierta la hora dos veces al día, el portal de Transparencia de la JCF vuelve a estar 'actualizado' desde este viernes en lo que a la presidencia del organismo se refiere: desde 2019 figuraba como presidente Fuset –quien dejó el cargo en enero de 2020 al ser procesado en el caso del accidente de Viveros, del que salió absuelto– y durante los tres años de su sustituto no se modificó este apartado y apenas se subieron documentos al portal.

Foto: ROBER SOLSONA/EP

Galiana, que no repetirá como concejal de Compromís la próxima legislatura, ha rematado su breve pero intenso mandato en la JCF emulando a los peores falleros, esos que cortan la calle sin avisar porque van a hacer un concurso de paellas o a poner un castillo hinchable. En su caso, un salón privado. De traca.

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