El 'talent show' en el PSOE para ver quién es más 'sanchista'
El 'talent show' en el PSOE para ver quién es más 'sanchista'
VALÈNCIA. Pedro Sánchez se queda. Y lo hace sin ninguna medida adicional ni planteando una cuestión de confianza en el Congreso. El presidente del Gobierno y líder del PSOE sigue al frente de sus cargos tras las muestras de cariño recibidas por parte de los militantes socialistas estos días: unos gestos que han "influido decisivamente" en su continuidad. Así, miles de simpatizantes -mediante autobuses fletados por el partido desde toda España- acudieron el sábado a la puerta de la sede situada en la calle Ferraz para dar apoyo a Sánchez, quien no acudió al Comité Federal del partido por encontrarse en este periodo de reflexión. De la misma manera, federaciones autonómicas como la valenciana organizaron concentraciones el domingo para pedir la continuidad del dirigente, mientras este mensaje era insistente y reiterado a modo individual y colectivo en todas las redes sociales.
Un despliegue poderoso que, tal y como informó este diario, se asemejaba más a una carrera para ver quién podía ser más 'sanchista' durante los días de encierro del presidente del Gobierno. Mientras, en los grupos de Whatsapp se desplegaba casi un 'talent show' de muestras individuales de afecto y respaldo a Sánchez -aunque él no pudiera leerlas- de cargos intermedios o militantes con aspiraciones, ya fuera por amor sincero al líder o por el deseo de exhibir ese respaldo incondicional ante el foro correspondiente para sumar puntos.
El 'talent show' en el PSOE para ver quién es más 'sanchista'
De la misma manera, el contexto del comité federal del sábado agregaba más dramatismo a la escena generada. Según distintas fuentes socialistas, los rostros circunspectos de los más cercanos a Sánchez, e incluso la verbalización de la posible marcha como teoría más extendida, acabaron de crear el ambiente necesario para la movilización y la llamada a la resistencia.
Una atmósfera que este lunes se diluyó en apenas unos segundos durante la comparecencia ofrecida por el presidente del Gobierno. En los últimos días, el pensamiento generalizado dentro del PSOE, según las distintas fuentes consultadas por este diario, apuntaba a algún tipo de medida concreta y poderosa: dimisión o adiós en diferido, permanencia pero con una moción de confianza... lo que menos se barajaba era la continuidad sin ningún aditivo, dado que esto podría dejar en entredicho la propia credibilidad del presidente en su órdago.
Pues exactamente es lo que hizo el presidente. Mediante un discurso más bien poco apasionado y lacónico, Sánchez aseguró que, pese a los sinsabores del cargo para él y su familia, seguiría al frente del PSOE y del Gobierno. Un desarrollo de los hechos que, de algún modo, podría llevar a la reflexión del militante clásico de la formación socialista: un partido con 143 años de historia atraviesa ahora una dependencia -al menos aparente- al líder que se asemeja a la de las fuerzas políticas con un carácter mesiánico.
Los escenarios que se le abren a Pedro Sánchez sobre su futuro
Y es que en estos días, se ha apreciado la falta de liderazgos sucesorios detrás de Sánchez. Si el presidente, por sus circunstancias personales, debía dar un paso a un lado, no existía una percepción unánime sobre quién debería relevarlo. Es más, ni siquiera se encontraban nombres de consenso que aglutinaran un respaldo territorial global: prueba de ello es que llegó a sonar como relevo José Luis Rodríguez Zapatero.
Quizá esta situación debería llevar al PSOE a un proceso de reflexión. El escenario de pánico desatado por la hipotética marcha del presidente evidencia que un partido histórico y de referencia sufre la carencia de voces discrepantes y visión autocrítica que permita afrontar un panorama excepcional como el que Sánchez había dejado entrever.
Un aviso que debería servir para que en el partido del puño y la rosa se revise su nueva -o excesiva- tesis del culto al líder, y se abogue por un regreso a las esencias de la marca, lejos de los personalismos y de los liderazgos repentinos impuestos por un presidente y secretario general que, como todo el mundo, tiene una fecha de caducidad.