La obra de arte que robaría... Virginia Lorente

Atracador

Virginia Lorente

Botín 

Bañistas en Asnières, de Georges Seurat (1884)

Me genera una ansiedad terrible pensar qué hay después de la muerte, no por una cuestión religiosa ni espiritual sino porque no logro asumir la nada, una nada eterna. Cuento esto porque hace unas décadas soñé que me moría, era todo muy trágico, en medio de una tormenta, en el mar, moría ahogada. Tras la oscuridad comenzaba a sonar una música que reconocí más tarde después de pasarme el día entero tarareándola, 'Last Exit to Brooklyn'. Mark Knopfler compuso la banda sonora de aquella película.

Volviendo al sueño, yo aparecía en esa orilla, sentada, mirando al infinito sin mirar a nada, pensando, estoy muerta pero tampoco está mal. De hecho, me sentía muy bien. 

Seguramente el subconsciente eligió esta pintura porque me produce una calma extrema, no hay acción, tampoco hay comunicación, nadie interactúa. Comparten una mirada perdida en un punto en el infinito. El tiempo está congelado. La paleta de color es cálida, amable, brillante. La pincelada estática y mullida, sabes que ese césped huele bien, quieres tumbarte en él, acariciar al perro, porque su pelo es suave, y dejar pasar ese tiempo infinito. Los personajes, seguramente náufragos del mismo barco de mi sueño, se encuentran envueltos en un brillo, un halo que refuerza su soledad.

Al aproximarte, la imagen se desdibuja en pequeños trazos, como si pudiéramos adivinar la fórmula del color.

Cuando, años más tarde, visité la Sala 43 del National Gallery, la sensación fue totalmente hipnótica, efectivamente estaba delante de la que será mi eternidad, mi nada infinita.