Uno se asoma a los titulares del viaje de los 200 alcaldes catalanes a Bruselas para tomarse unos gofres con Puigdemont y no puede evitar pensar en Chiquito de la Calzada, quien nos tiene a todos preocupados por su ingreso en la UCI de un hospital. Al humorista malagueño le basta con un "van doscientos alcaldes catalanes a Bruselas" para grabar del tirón toda una casete de las de 60, que en tiempos eran la cumbre de la piratería cuando aún no se llamaba así y que siguen oyéndose mejor que el mp3. La jerga de Chiquito es la mayor contribución a la cohesión social del último siglo, un monumento de mármol bien consolidado para un país que siempre se ha reído a destiempo y de los demás. No corren buenos tiempos para el humor si hay que blindar la risa ante los ataques de todo tipo que últimamente ha llevado los chistes al juzgado o, lo que es peor, a las páginas de sucesos, como en Francia. Solo falta que a Chiquito se le estropee el fistro diodenal y estamos todos más jodidos de lo que podríamos llegar a pensar. Así que, ánimo. Ponte bueno. Te necesitamos, pecador, jarl.
La vida es un chiste mal contado. Por eso los mejores humoristas de este país han evitado el chiste -a excepción de Eugenio, estratosférico y catalán- y han preferido deslizarse por el absurdo, donde tampoco hay finales felices, pero sirven mejores coñás. Podemos comprobarlo en el Ayuntamiento de Alicante, donde los integrantes del cuatripartito gobernante -la mitad del PSOE que está con el alcalde, la otra mitad del PSOE que no lo puede ni ver, Compromís y Guanyar- imitan a Tip y Coll y tratan de convencernos de que la próxima semana, hablarán del Gobierno. Todo, a cuenta del auto de procesamiento de Gabriel Echávarri, por, supuestamente, fraccionar contratos y repartirlos como quien deja la tarjeta en el mostrador de los bares. Enfrente tenemos al PP de Luis Barcala, quien pide enérgicamente y cargado de razón que el consistorio actual deje de imitar lo que su bancada ha perfeccionado en legislaturas anteriores. Se le está poniendo al Ayuntamiento cara de comedia de Rafael Azcona, de esas que dirigía el mejor Berlanga y que te despiertan la carcajada mientras buscas dónde meterte.
La lista es tan larga como uno quiera. Quevedo, Gila, Martes y Trece, Mihura y Tono, Gomaespuma, Buenafuente y Berto, Faemino y Cansado, Ivà, Polònia. El humor en este país y sus repúblicas está tan bien representado y, en ocasiones, defendido, que sorprende que luego votemos a Mariano Rajoy y al PdeCat. Y que nos descarguemos las sagas de Torrente y la filmografía completa de Pajares y Esteso, que sacian la eterna adolescencia de una población a la que le cuesta salir de casa de los padres, salvo si es para agitar una bandera, fenómeno que siempre ejercemos contra los otros. Conviene la risa. Conviene porque hace pensar, porque libera endorfinas, porque molesta a los que no tienen ni puta gracia. Por eso, más que nunca, conviene que Chiquito se recupere y vuelva a hacernos la vida ininteligelible. Hay demasiados graciosos que se están esforzando en explicarnos su chiste. Y no es que no lo entendamos, es que nunca han sabido hacernos reír.