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reflexionando en frío / OPINIÓN

La revolución de las mascarillas

28/12/2021 - 

Necesitamos esperanza. El ser humano, incluso cuando parece que ha perdido toda ilusión, siempre tiene el anhelo de recuperar la alegría. Se dice, que en el momento de que una persona decide poner fin a su vida, antes de hacerlo, cuando ya es demasiado tarde, se arrepiente de haber renunciado a la existencia. Aunque parezca que sí, nunca tiramos la toalla, por eso los libros de autoayuda ocupan siempre las estanterías más vistosas de las librerías. Buscamos la felicidad, pero no la encontramos porque precisamente cuando te obsesionas en dar con ella la ansiedad de conquistarla te impide saborearla. 

Estamos quemados. Paradójicamente, en la sociedad de la comodidad y en la que los derechos han doblegado a las obligaciones, somos más desgraciados que nunca. Toda sensación de ilusión despierta en nosotros un conjunto de emociones positivas de que todo puede ir a mejor. No nos resignamos a perder, a pesar de que cada vez nos decepcionamos más. Lo supo Iván Redondo en la pasada campaña de las elecciones generales cuando creó el eslogan de La España que quieres. Conocía el hastío social, jugó sus cartas alzando a Pedro Sánchez como el adalid de la modernidad y del progreso frente a los que querían teñir el país de blanco y negro. Desgraciadamente esa promesa fue una trampa y sus votantes han visto con el paso del tiempo como esa ilusión ha sido su perdición. Se evaporó el mito del sanchismo como consecuencia de las mentiras, las manipulaciones. La esperanza jamás puede ir acompañado del engaño porque es imposible mentir a todo el mundo todo el tiempo.

Ahora intentan despertar la ilusión con Yolanda Díaz, pero me temo que volverá a ocurrir lo mismo. Su andadura durará poco porque el populismo tiene las patas muy cortas. Es precisamente eso de lo que bebe el arte de lo imposible que representa la anti-política. Juego de ilusionismo encarnado también por Isabel Díaz Ayuso en la derecha. Manipulación de la que muchos se empiezan a dar cuenta, de que ser libre no es poder tomarse una cerveza, como dijo Luis García, director del Instituto Cervantes. Hemos llegado a un tiempo en el que necesitamos agarrarnos a clavo ardiendo porque no queremos ver que no tenemos cabezas pensantes al mando de las Instituciones.

No apreciamos a nuestros gobernantes como unas figuras de las que fiarnos. Lo ocurrido en la calle digital cohabitada por los twitteros lo manifiesta. La mayoría ha rechazado ponerse las mascarillas en exteriores ante la medida de La Moncloa bajo decreto de establecer su obligatoriedad. Estamos tan hasta las narices de nuestros dirigentes que incluso aunque tomen una medida descafeinada no rebelamos. La revolución de las mascarillas pone de manifiesto que no nos fiamos de los políticos. Estamos así, precisamente, porque nos han mentido, han jugado con nuestra esperanza, y además en lugar de proteger a la ciudadanía se han metido en nuestras casas, en nuestros estómagos y en nuestro garaje. Han ignorado su responsabilidad, de, como dijo el Rey Felipe VI en su discurso navideño “ser ejemplo de integridad pública y moral”. La clase política lo sabe, por eso en la conferencia de Presidentes de la semana pasada el presidente de Gobierno no se atrevió a tomar medidas más seberas como confinamientos o restricciones. Si hubiera hecho eso las revueltas en la calle hubieran sido monumentales y España podría haber entrado en un conflicto sin precedentes.

Cuando confías en tus gobernantes, obedeces sin rechistar sus imperativos porque sabes que lo hacen por un fin positivo. Es precisamente la prostitución del bien común por el interés general que en ocasiones no es tan virtuoso, lo que ha generado ese cisma entre la ciudadanía y sus dirigentes.

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