TQM / OPINIÓN

La responsabilidad social del empresario

23/09/2018 - 

Según definición de la RAE, el empresario es el “titular, propietario o directivo de una industria, negocio o empresa”, concepto que no puede entenderse aislado de la figura del emprendedor, la persona que diseña, lanza y pone en funcionamiento un nuevo negocio o una nueva línea (innovación en producto, en proceso, en comercialización, etc.). La innovación hoy es imprescindible no solo para avanzar, sino incluso para mantenerse en el gran escenario competitivo que es la actividad empresarial global.

Pero no solo la innovación. El compromiso con el entorno y con todos los agentes que se relacionan con la empresa conforma un conjunto de elementos que deben ser tenidos siempre en cuenta si se quiere estar en las mejores condiciones de competir.

Ya pasó el tiempo en que el empresario era el jefe omnipotente, controlador y único decisor; la persona incapaz de comprometerse con cualquier causa que superase el interés de los propietarios -aunque aún escuchamos en ocasiones a empresarios, incluso a grandes empresarios, decir que la única responsabilidad de la empresa es la creación de valor para el accionista- pero en realidad ese nunca fue el modelo de empresario capaz de construir un proyecto a largo plazo.

Hoy son necesarios todos los grupos de interés en la empresa (directivos, empleados, clientes, proveedores, administraciones, entorno general…) para que las decisiones empresariales sean las correctas. El empresario, así, pasa a convertirse en el primer servidor de la empresa.

Tenemos que empezar a ver la compañía como una pirámide invertida, con el empresario, la alta dirección, en la base, formando, motivando, delegando, coordinando, dando ejemplo, comprometiéndose con el entorno, siendo el principal soporte de la empresa.

Esto es, en definitiva, lo que promueven las teorías más modernas y eficientes de gestión y Responsabilidad Social Empresarial que en definición acuñada por la UE, debe entenderse como la integración voluntaria, más allá de la obligación legal, del compromiso económico, laboral, social y medioambiental en las operaciones ordinarias de la empresa, lo que implica un concepto ético de la función empresarial comprometida en la creación de valor conjunto y compartido con todos sus grupos de interés.

No se trata, por tanto, de hacer cosas distintas, sino de hacer de manera diferente lo que la empresa debe abordar, sin atajos que comprometan injustamente las aspiraciones de algunas de esas partes interesadas en el funcionamiento de la compañía sin que sea razonable esperar que esas partes “pongan la otra mejilla”.

Evidentemente, un objetivo irrenunciable de todas las empresas es obtener beneficio económico; de otra forma, nada es posible. Pero no vale todo. El beneficio es, al final, consecuencia de hacer las cosas bien, de contar con una plantilla comprometida, procesos bien ajustados, clientes que aprecien nuestro trabajo, proveedores a los que consideramos socios, entorno social que nos identifique como buenos vecinos. En resumen, comprometidos con la generación de valor compartido con todos nuestros grupos de interés.

Es nuestra responsabilidad como empresarios no solo ser justos en la distribución de resultados económicos, sino –y esto es aún más importante- en la forma en que se aborda la consecución de esos resultados. Ese es el fiel, en mi opinión, que diferencia a los buenos y malos empresarios, dando por supuesta, naturalmente, la capacidad técnica en ambos casos.