VALS para hormigas / OPINIÓN

La prosa de la administración

22/05/2019 - 

La política es el reverso oscuro de la ciencia ficción. Plantea siempre un presente apocalíptico a partir de un futuro posible. En eso se parece a la economía, que también se convierte en historia una vez que ya no se puede hacer nada para remediarlo. Quizá por eso, tres meses de relatos cortos, llámenlos campaña, llámenlos lírica consistorial, con poca consistencia narrativa no hay quien los aguante, salvo que el autor sea Raymond Carver, que defendió la gran idea de no acabar nada de lo que publicaba para que el cuento se prolongase más allá de los límites del volumen impreso. Con la política sucede justo al revés. Como se ha podido percibir durante esta interminable campaña doble, los candidatos suelen contarnos lo que sucede al margen de las páginas para no tener que imprimir nada de lo que no pueden prometer. Ni defender. Ni solucionar.

No hay libro que supere la obligación de leerlo. Ninguno. El mayor grado de tolerancia que alcanzan incluso las obras maestras es el de la sugerencia. La recomendación, de hecho, es un factor clave para saber si andas con buenas compañías o no. Porque nada hermana más a dos personas que compartir los mismos gustos literarios. O que estar en el extremo opuesto. Eso, con lo que cada uno considera que es buena literatura. Así que esta imposición de tener que soportar cada mañana un poemario de promesas sin armonía, un haiku mediocre pensado para Twitter o las historias cercanas y curiosas que utilizamos los medios de comunicación para desengrasar sus páginas electorales no se sostiene por ningún lado. Urge una cuesta abajo que dé velocidad al paso de los días y nos estampe en la cara cuanto antes el amanecer del domingo. Hoy no será. Quizá mañana jueves comiencen a rodar las cosas.

Que no solo es por desconfianza y cinismo. Es por hastío. Una vez acabadas las ocurrencias, una campaña electoral se convierte en un culebrón que se alarga demasiado, como los folletines decimonónicos de autores sin gracia ni talento que cobraban a tanto la pieza, y que casi siempre acaba como quieren los demás. Esta tortura que, con suerte, concluirá esta semana padece el síndrome de las películas con demasiados guionistas, algo de lo que siempre hay que desconfiar a la hora de elegir en la cartelera. A más asesores, menos consenso, como ha demostrado toda la vida la izquierda. Por lo menos la española.

Dado que no van a atreverse a narrar historias de unicornios ni van a poder armar una buena novela de principios de siglo, al menos, como hemos dicho, hasta que no se conozca el final, uno echa de menos un Quijote o, en su defecto, un Ignatius J. Reilly, que animen el cotarro y nos diviertan. Necesitamos reír otra vez, que la cosa se pone demasiado seria cuando se trata de hablar de Democracia. Sentir un pellizco durante un discurso, vernos en la necesidad de subrayar unas declaraciones, compartir una frase que nos ha tocado la aorta. Qué se yo. Carver escribió una vez que una mujer de espaldas le recordaba un vaso de agua. No se pide un fogonazo así. No hace falta la metáfora perfecta. Basta con que sepan contar lo que dicen. Y que vayamos a votar otra vez, que la prosa de la administración es insoportable. 

@Faroimpostor

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