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La política y los pactos entre caballeros

29/12/2022 - 

En 1998 la práctica totalidad de partidos políticos españoles suscribió el llamado “acuerdo sobre el transfuguismo”, pacto entre caballeros, en este caso entre partidos, dada la frecuente situación vivida desde las primeras elecciones locales de 1979 de concejales que, simple y llanamente, cambiaban de formación en medio de un mandato corporativo, saltando de su opción política original a otra distinta. Siempre por razones presuntamente “personales” sucedía que fulano se pasaba del partido A al partido B engañando a su partido y a los votantes que habían confiado en él. Pero no en fulano por sí mismo, sino precisamente por presentarse a las elecciones bajo el paraguas, las siglas, el programa político, y la estructura de ese partido A.

Cuando no solo los fulanos del partido A se pasaban al partido B, sino que los menganos del partido B empezaron también a pasarse al partido A, la situación devino insostenible por algo que afecta sustancialmente a las instituciones: su descrédito a causa de la hipocresía de las personas llamadas a encarnarlas, trabajar en ellas, y representar con su presencia como cargos elegidos democráticamente a los ciudadanos, sobre todo a los más próximos, sus vecinos de municipio.

Aquel pacto de 1998, que condenaba el transfuguismo como antidemocrático que quien ostentando un acta ganada en elecciones con un partido se pasara a otro partido sin devolverla, obligaba a los firmantes a rechazar tales deslealtades no aprovechándose de las mismas acogiendo tránsfugas. Se trataba, esto sí, y como digo, de un pacto entre caballeros, rara avis en esto de la política, desgraciadamente, por lo que su respeto escrupuloso nunca fue la norma, ya que, frente a la traición del tránsfuga está la doctrina constitucional, y con ello la excusa perfecta, que establece que el acta es de propiedad individual del electo y no del partido en cuya candidatura se integró. Nada como remitir así lo de mantener la palabra dada a algo tan subjetivamente interpretable como la ética política.

El pacto se renovó en 2000, en 2006, y en 2020. En la última ocasión, incluso, declarando los partidos políticos la ampliación de la denuncia y las previsiones iniciales para el transfuguismo en el ámbito local también a los ámbitos autonómico y estatal. Pero nada como una buena evasiva para romper y abandonar un acuerdo basado en la palabra y la mutua confianza. Y fue el Partido Popular quien, formalmente, abandonó el acuerdo político del que era fundador desde hacía más de veinte años el pasado verano de 2021, al asumir como necesario e inexcusable apoyarse en tránsfugas para mantener un gobierno autonómico, el de la Región de Murcia.

Y no, no es admisible ser tránsfuga. No lo es por una sencilla razón: en política se entra avalando tus compromisos con la evidencia de lo que has sido y lo que eres. Y con la promesa de lo que serás. Y en esa promesa se ofrece como garantía solo una cosa: tu palabra. Porque no hay nada más que pueda servir como prenda de lo que prometes. La cuestión es, por tanto, cómo se puede pretender seguir en política si ya has traicionado tu palabra al que ha sido tu partido y tus compañeros de viaje y programa, que es lo primero que se empeña, antes incluso de comparecer ante aquellos a quienes luego se pide la confianza en forma de votos. Difícil de explicar y más aún de comprender, si lo primero que acabas de demostrar es que no eres de fiar.

La respuesta es sencilla: el interés que con esa actitud se defiende no es el general, el de la colectividad, sino el propio, el de uno mismo, el de aguantar en el sillón a toda costa y engañando a quien haya que engañar. Y volverá a pasar si ya ha pasado una vez.

No les hablo de oídas: un servidor, sin ir más lejos, dejó un partido pequeño, local, para dar el salto a Ciudadanos en el momento en que el primero se agotaba y el segundo se extendía por toda España, en abril de 2015. Dimití de mi cargo de concejal en mi ayuntamiento y devolví el acta al partido. Porque así creía que hay que hacerlo. Y de ahí, y solo después de dimitir, me integré en Ciudadanos.

He convivido sin saberlo estos años con compañeros que resulta que no pensaban igual, pese a que, como yo, firmaron un documento donde decían que sí, que se irían antes de llevarse el acta a otro partido, porque no es ético aunque sea legal. Hoy afirman querer seguir en política, donde uno empeña nada más y nada menos que su palabra, con estos antecedentes. Una pena. Por ellos y por su dignidad. Y por el propio prestigio de la política. Esa política que nunca debió dejar de ser, aunque solo lo fuera un poco, un pacto entre caballeros.

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