A veces es un placer asistir a una conversación entre jubilados extranjeros; un diálogo relajado, divertido, lleno de inteligencia y puertas abiertas. Más aún si uno de los conversadores es David Letterman y el otro Barack Obama. Para evitar un silencio incómodo por favor que nadie compare la escena con la entrevista de Bertín Osborne a Aznar. De hecho que nadie cite a Aznar en abosluto, que el hombre anda ocioso y por menos de eso se te cuela en el artículo y a ver qué cara pones.
El vídeo está disponible en Netflix y es el primer capítulo de una serie de entrevistas del veterano humorista norteamericano bajo el título No necesitan presentación. En un momento de la charla, inquirido el ex presidente sobre la posible injerencia rusa en las elecciones que ganó Donald Trump, Obama responde algo parecido a esto: la mayor amenaza a la que se enfrentan las democracias desarrolladas es la falta de un estándar común sobre los hechos, un pacto sólido acerca de la realidad con independencia de la interpretación que hagamos de ella. Para ilustrar su tesis refirió la disputa entre Daniel Patrick Moynihan, senador de Nueva York, y un colega suyo que, viéndose acorralado, se defendió diciendo: "Oiga senador esa es su opinión y yo tengo derecho a tener la mía propia". Daniel Patrick respondió: "En efecto, usted tiene derecho tener su propia opinión pero no sus propios hechos".
La diferencia es clave. Los nuevos recursos de información y las redes sociales iban a acabar con el monopolio del discurso y nos iban a hacer más libres, más críticos y mejor informados. Pero eso solo fue un espejismo a la espera del gran salto: la creación de realidades alternativas. Ya no es que sobre un mismo hecho dos fuentes hagan interpretaciones opuestas (que es lícito si están fundamentadas), sino que cada una construye su propia realidad irreconciliable con el resto. A partir de ahí cualquier intento de diálogo es una ficción naíf castigada por electores y clientes. Preferimos a los hooligans porque nos movemos en la categoría verdad / barbarie y el otro no puede tener razón. Frente a cualquier mensaje complejo echamos mano preventiva de la pistola de Göring (¿o era de Millán-Astray?) no vaya a ser que nos estén liando. No manejamos ideas, sino consignas. Grite, grite más, hombre, que parece usted alelado.
En el siglo de las luces del móvil andamos mudándonos a nuestra realidad digital exclusiva, decoramos la burbuja ideológica con tapetes de ganchillo, nos rodeamos de gente que piensa como nosotros y volamos entre tarareos felices todos los puentes. Nuestras redes sociales y los resultados predictivos que ofrece Google son más fiables que cualquier encuesta de voto. La mercancía es perfecta y el negocio está asegurado. Los engranajes del cuñadismo funcionan con contundencia militar. Más allá cuelga un vistoso letrero: hic sunt dracones.
Solo queda un pequeño problema por resolver... el paso definitivo sería eliminar la áspera realidad física. Esa obstinada y estúpida fuerza de los hechos que desmiente nuestro perfumado sistema de creencias. Se mire como se mire es un incordio: usted – con la autoridad que le da sentirse reforzado por los suyos – cree que España ha salido de la crisis y que generamos empleo a velocidad de vértigo, que gracias a la reforma laboral la economía crece a razón de tropecientos puntos anuales y que la prima de riesgo ha vuelto a su pueblo acogotada y con el rabo entre las piernas. Bien. Honda satisfacción. El emperador va hecho un pincel. Alegría. Pero por algún inexplicable desajuste resulta que usted gana 600 euros por once horas de trabajo diario y tiene los mismos derechos que un campesino del siglo XII. Vaya por Dios. Como resultado usted está doblemente jodido: por la situación objetiva y por el disloque entre el cuento y los hechos. Triplemente si añadimos que además no puede compartir lo que le pasa (la duda al menos) a riesgo de ser expulsado de la tribu y tener que mudarse a otra burbuja.
Admitámoslo de una vez. Sería más cómodo vivir en Facebook; flotar desnudos y umbilicales en un líquido conservante y nutritivo mientras a nuestros oídos llega, como suave melodía, la frase de Patiño al Doctor Francia, dictador perpetuo del Paraguay: "Frente a lo que vuecencia dice, hasta la verdad parece mentira". El privilegio de dictadores que imaginó Roa Bastos ya está al alcance de cualquiera. Para que digan que no estamos bien.