Las ruedas de una camilla de tanatorio. Líquido de embalsamar. Un ataúd. Flores que se marchitan. La magistral cabecera de A dos metros bajo tierra no dejaba lugar a dudas acerca de la temática de la serie
VALÈNCIA. Las ideas transgresoras no suelen llevarse bien con la televisión, aunque siempre hay excepciones, como bien demostró en su día Twin Peaks. Lo que jamás se debió esperar Alan Ball, cuando se reunió con la entonces presidenta de HBO Carolyn Strauss para discutir el piloto de A dos metros bajo tierra, es que le pidiera que subiera el tono perturbador de la trama. De este modo, la serie, que ya era turbia de por sí, pudo romper unos cuantos tabúes. A dos metros bajo tierra cuenta la vida de los Fisher, una familia que regenta una funeraria en Los Ángeles. La muerte era el tema estelar en unos guiones que la utilizaban para hacernos entender el gran valor de la vida mientras esta dura. «Tenía mucho sentido situar la acción en Los Ángeles, una ciudad que es en sí misma la negación de la muerte», dijo Ball, que recibió el encargo de escribir un piloto sobre este tema después de que Strauss leyera el libro Los seres queridos de Evelyn Waugh. Su propuesta llegó justo el día después de que le dieran el Oscar por el guion de American Beauty, y HBO no solamente le compró el piloto. En una operación poco habitual, compró también la serie.
La historia arranca con la muerte del patriarca, Nathaniel Fisher, en un absurdo accidente de tráfico, en la víspera de Nochebuena. Ball, cuyo padre falleció cuando él tenía trece años, perdió también a su hermana mayor, en unas circunstancias similares a las que expone el capítulo de arranque. A partir de ahí, la serie muestra sus cartas. La reunión familiar para las Navidades se convierte en un sepelio. Nathaniel Jr. (Peter Krause), que se fue a Seattle para eludir un futuro embalsamando cadáveres, se ve en la tesitura de tener que ayudar a su hermano pequeño a llevar el negocio. David Fisher (Michael C. Hall) es gay, pero en el armario, y tiene una relación con Keith (Matthew St. Charles), un agente de policía que espera con paciencia a que su pareja asuma su homosexualidad. Claire (Loren Ambrose), la hija pequeña, es una adolescente en pleno aprendizaje sexual y hedonista. Y, por último, Ruth (Frances Conroy), la madre, que al enviudar descubre que le queda toda una vida por disfrutar, decisión que emprende con más ganas, a partir de que se toma, por error, un éxtasis que su hija guarda en la cocina.
A dos metros bajo tierra era un drama familiar con momentos sobrecogedores —la muerte del hermano pequeño del novio de Claire, al dispararse accidentalmente con la pistola—, mucho humor negro —la erección, por efecto reflejo, de un cadáver desnudo en la mesa de disección— y bastante realismo mágico —las apariciones imaginarias del difunto Nathaniel, para hablar con su primogénito—. Debido a esto último, varios de los capítulos fueron dirigidos por el cineasta Rodrigo García, hijo de Gabriel García Márquez. Cada episodio se abría siempre con un prólogo, que explicaba la muerte del difunto que los Fisher tenían que amortajar. Dicha defunción y sus consecuencias cruzaban como una espina dorsal la temática del capítulo correspondiente: un bebé que fallece de muerte súbita, una madura estrella del porno que se electrocuta por culpa de su gato, una mujer que, harta de escuchar a su marido, le atiza con la sartén y lo mata... Como contrapunto a la muerte, estaba el sexo, tanto el que mantiene David con su novio, como el que practican Nathaniel Jr. y Brenda, la hija de un matrimonio de psiquiatras tóxicos. El sexo y la muerte, las dos caras de la misma moneda. «¿Por qué tenemos que morir?», pregunta un personaje en un momento dado. «Para que la vida tenga sentido», contesta Ruth.
Con estos y otros elementos más se construyó una de las mejores series que han existido nunca. Sus giros de guion eran tan imprevistos como la vida misma. Su atrevimiento a la hora de mostrar genitales masculinos y femeninos marcó un hito. Pero, por más brutal que resultara su realismo, A dos metros bajo tierra siempre brindaba un motivo para la esperanza, un recordatorio de que nuestra principal obligación, mientras podamos hacerlo, es disfrutar de la vida. Después de cinco temporadas triunfales, en las que vimos crecer y madurar a los Fisher y a quienes les rodean, llegó el momento de ponerle fin a la saga. Durante una reunión de trabajo, un guionista argumentó que la mejor manera de acabar era matar a todo el reparto. Los allí presentes se rieron a carcajadas pensando que era un chiste, pero Ball se dio cuenta de inmediato de que la propuesta iba en serio. La única forma de concluir de manera consecuente era crear un epílogo que nos avanzara las muertes de sus protagonistas. El capítulo final de A dos metros bajo tierra está considerado un final maestro, aunque también hay quien lo critica por ser excesivamente lacrimógeno. Pero es que, tal y como rezaba uno de los eslóganes de la serie, todo termina siempre de alguna manera. Y, cuando esto ocurre, es inevitable que derramemos lágrimas por ello.
Juliette Davis se presentó para el papel de Brenda. Jeremy Sisto y Peter Krause optaron al papel de David, pero al final fueron elegidos para encarnar a Billy Chenowitz y Nathaniel Fisher Jr. respectivamente. Uno de los grandes descubrimientos fue Frances Conroy, a la que hemos visto, desde entonces, tanto en películas de Jarmusch como en American Horror Story.
La serie en datos:
* Este artículo se publicó originalmente en el número 104 (junio 2023) de la revista Plaza