vals para hormigas / OPINIÓN

La inauguración del verano

26/04/2017 - 

Un sol débil como el último de septiembre. Madrugadores con blusón negro. Efectivos de Protección Civil. Cortes de tráfico. Miles de desconocidos con zapatillas de deporte. Un alcalde capaz de querellarse con una compañera enferma terminal para salvaguardar el honor que no tiene. Un obispo. Semáforos que brillan por inercia. Cocineros con prisas. Devotos con el carné del paro en el bolsillo. Devotos con cargo público. Devotos que miran al cielo para pedir perdón por haber troceado contratos. Devotos que esperan al domingo para evitar aglomeraciones. Repartidores de periódicos. Una cola inmensa de gente en cada puesto en el que se reparten folletos publicitarios gratuitos. Asfalto tembloroso. Miembros de un partido considerado organización criminal por la Justicia. Defensores del laicismo. Un torero que pinta. La siempre inenarrable calma de una ciudad que está en otra parte. Ramas de olivo y cañas. Decenas de peregrinos descalzos por alguna promesa. Fotógrafos haciendo fotos a ras de suelo. Rotondas. Un radar que descansa por un día de fijar la velocidad a cincuenta kilómetros por hora. Miradas de reojo al club de alterne más conocido de la ciudad. El payaso de un restaurante de comida rápida. Despertar a mediodía. Un actor en decadencia. Futbolistas que firman autógrafos. Romería entre palmeras de avenida.

Políticos en busca de una portada. Políticos en busca de un contacto. Varios posts en las redes sociales de políticos que consideran que no deben acudir a la cita. Políticos con pinta de boy-scouts. Primer desvío hacia la playa. Adolescentes que esconden el bañador, adolescentes que ni lo esconden. Carritos de la compra. Una caravana de coches en la Cantera. Una caravana de coches a la entrada del Ikea de Murcia. El primer baño del año. Un campeonato oficioso de vóley-playa, otro de fútbol. Mesas de cámping, tarteras con tortilla, manteles de hule. Monas de pascua. Una avioneta con publicidad. Rollos y mistela. La ceremonia del camarín. La ceremonia de airear el apartamento en la costa con el fin de prepararlo para los próximos fines de semana. Ruido de feria y olor a algodón de azúcar. El roce de una mano. Una tómbola de muñecas y otra de movimientos en los pasillos del Consell. Cientos de miles de personas que llegan desde toda la comarca. Desnudos en el Cabo. Un hospital, un centro psiquiátrico, un tanatorio, varias naves dedicadas al sector del hogar. Cientos de peregrinos que salen cuando otros ya han vuelto.

Una oración por el paño de la Verónica. Citas a escondidas. Primeros besos. La inauguración popular del verano. Asadores que huelen a aceite quemado. Bocadillos desproporcionados. Estampas y estampitas. Un niño desaparecido entre la multitud. Una madre que nunca apareció. Autobuses de ida y vuelta. Una llamada a destiempo. Cañas de azúcar y caramelos. Grandes colas. Periodistas que vuelven pronto para redactar la crónica política y el reportaje de color. Móviles que lanzan canciones que no se escuchan bien. Basura. Una mano de pintura, una mesa que cojea. Puestos de cerámica y souvenirs. Una monja. Un grupo de discapacitados psíquicos que no paran de reír, de hablar, de vivir. Una comitiva de coches oficiales de vuelta a Valencia. Un concejal en bicicleta plegable. Una historia que jamás acabó. Cocas de Benimagrell. Camisetas del Hércules. Viseras con publicidad. Diputados autonómicos de Elche. Disputas familiares. Establecimientos cerrados. Una excursión que acaba en el sofá, que hay partido. La insoportable dejadez de una ciudad por hacer. Disfruten mañana de Santa Faz.

@Faroimpostor