Durante la guerra civil española, Alicante fue una ciudad de retaguardia. Pasó la guerra con cierta tranquilidad, alterada por las incursiones de la fuerza aérea italiana, aliada de las tropas franquistas, que bombardeaba la capital alicantina desde sus bases en Baleares con hechos tan lamentables como el bombardeo del mercado el 25 de mayo de 1938, uno de los ataques aéreos más sangrientos de toda la guerra. Los pilotos italianos se ensañaron con Alicante lanzando sus bombas desde sus aviones, al parecer en venganza por el asesinato de Jose Antonio Primo de Rivera en una cárcel alicantina por un pelotón republicano. En uno de esos, bombardearon con flores, según cuenta Enrique Cerdán Tato en una de sus crónicas que escribió en La Gatera.
En los últimos meses de esa guerra Alicante fue una ciudad de acogida, se fue llenando de quienes querían huir por mar - a través del puerto de Alicante - de este conflicto bélico y social, personas que lo perderían todo con esa elección, pero lo que no querían era perder la vida. Junto a ellos, militares de diversos frentes se iban concentrando en la ciudad. Era un trasiego de gente de toda condición que querían escapar de la barbarie, el hambre, o la muerte, circunstancias estas que se dan desgraciadamente en todas las guerras.
Cuando Manuel Azaña, Presidente de la II República, se exilió en París (Francia) en febrero de 1939 la guerra civil española aún no había terminado. Azaña era partidario de rendir el ejército republicano y terminar la guerra. Pensaba que una vez ocurriera la inminente pérdida de Barcelona, y con ella de toda Cataluña, el fin estaba cerca.
En cambio, Juan Negrin - Presidente del Gobierno – opinaba lo contrario que Azaña. Negrín quería resistir a toda costa desde el centro y sureste de España con el convencimiento de ganar la guerra y – además – que si estallaba la II Guerra Mundial los aliados que combatieran a Hitler serían los mismos que ayudarían al ejército republicano a ganar la guerra en España.
No fue como Negrín predijo. Al final de la guerra, el gobierno de Negrín se instaló en pueblos cercanos a Alicante y Juan Negrín se hospedó en un chalet en la huerta de Petrer rodeado de frondosos y altos pinos que casi lo ocultaban desde el aire. A este traslado lo llamaron Posición Dakar y Posición Yuste, nombre en clave para que el enemigo no supiera exactamente donde se encontraban los ministros y el Presidente del gobierno republicano.
El final de la contienda fue una acelerada concatenación de fechas. Vean. El 5 de marzo de 1939, mientras el gobierno republicano estaba reunido en la finca El Poblet en Petrer, se produjo y se enteraron del golpe de estado del Coronel Casado contra la República. Casado quería terminar con la guerra rindiéndose al ejército franquista. Cuando Negrín consiguió hablar con Casado este le manifestó que no reconocía ni su autoridad ni su gobierno. “Me he levantado contra ustedes”, y le colgó el teléfono. Este golpe de estado precipitó la decisión de dejar España, de exiliarse, por lo que desde el gobierno republicano empezaron a organizar los preparativos. Pero ¿por dónde’. Por Alicante ya no podían porque las autoridades alicantinas se habían sumado al golpe del Coronel Casado. Tenían otra opción, un plan B. Había un pequeño aeródromo, llamado del Fondo, en Monóvar, un pueblo muy cercano a Petrer, y por ahí verían de escapar de la guerra.
Acompañaban al gobierno republicano políticos, intelectuales, poetas, … Pero no había aviones para todos. Entre ellos estaban Dolores Ibárruri y Rafel Alberti. Este narró su peripecia para salir de Monóvar rumbo a una nueva incertidumbre. El 29 de marzo había en la pista del aeródromo de Monóvar tres bimotores de origen soviético. El primero despegó con el Presidente Negrín y su séquito.
Por su parte, Rafael Alberti temía ser detenido por los casadistas Pero no sabía a donde ir. "Con María Teresa eché a andar por un camino - cuenta Alberti - pensando huir hacia Granada. Allí no habíamos estado nunca. De pronto, mientras caminábamos a la aventura, se paró un automóvil en el que iba el General Hidalgo de Cisneros". Cuando le dijeron que iban para Granada, este General les dijo "estáis locos, subir aquí conmigo". Les llevó al aeródromo del Fondo donde encontraron al Coronel Antonio Cordón y a Núñez Maza, Ministro del Aire, ambos militares de carrera. Estaban junto a un Dragón, un avión francés en el que sólo cabían 6 personas. Les invitaron, casi obligaron, a subir al avión. Iniciaron el vuelo con lo puesto, ligero de equipaje. "Yo no sabía a dónde íbamos – cuenta Alberti – Al piloto lo conocían los militares". Ya en el aire, después de volar un buen rato el avión empezó a descender sin motivo aparente. Todos se miraron las caras, ¿qué estaba pasando? "Núñez Maza echó mano a la pistola preguntándole ¿qué haces?, estás bajando?, y el piloto respondió: miren no es que baje, es que ahí, en esas casas, vive mi familia, y sé que no la voy a ver más, me despedía de ella, quizá pensaran que era yo. Perdonen". Y dicho esto el avión volvió a tomar altura y, de momento, respiraron aliviados. "En el Mediterráneo – cuenta Alberti - nos estaba esperando la flota de Mussolini, que nos circundó el avión con balas luminosas". También superaron este escollo tan peligroso. "Íbamos volando a ciegas – sigue contando Alberti – Queríamos ir a Argelia pero el piloto sabía menos que nosotros. De pronto dijo: aquello debe ser Melilla. Y pensamos que si caíamos ahí nos fusilaban inmediatamente. Cuando sólo quedaba gasolina para no muchos minutos de vuelo, vimos una playa y cerca un aeródromo donde se destacaba el nombre de Orán". Iban armados, por lo que temieron ser detenidos al llegar a tierra. Un oficial francés les quitó las armas, los invitó a acompañarle y los encerró en un hangar. Aún no sabían si estaban a salvo, temieron ser devueltos a las tropas de Franco del África española. "De repente las pesadas puertas se abrieron – sigue Alberti con su relato – y apareció Dolores Ibárruri, la Pasionaria, con su secretaria Irene Falcón, que habían llegado en otro avión". Los oficiales franceses los reconocieron, los trataron bien, les pidieron autógrafos y les facilitaron la estancia mientras estuvieron bajo su custodia. Desde Orán consiguieron volar a París, estaban a salvo de la guerra española y de sus consecuencias después de haber pasado mucho miedo y no pocas incertidumbres. Muchos no podrían decir lo mismo.
En Alicante quedaba el drama de los refugiados pendiente de que un barco los recogiera para emprender una nueva travesía que los condujera mar abierto hacia un nuevo porvenir. El 28 de marzo salieron del puerto de Alicante los últimos barcos cargados de refugiados rumbo a Orán: el Stanbrook y el Marítime. El capitán del primero, Archibald Dickson, cuenta que después de ver en que malas condiciones se encontraban los refugiados en el muelle, desobedeciendo a sus armadores, decidió "desde un punto de vista humanitario, subirlos a bordo, ya que anticipaba que en breve serían desembarcados en Orán". Sobre las 22:30 h, después de subir a bordo cientos de refugiados durante la tarde, Dickson calculó que "había a bordo 2000 refugiados, mas tarde me enteré de que eran 1835". Ya rumbo a Argelia, vieron cómo la aviación italiana bombardeaba el puerto y la ciudad de Alicante. Eran tantos los refugiados que iban a bordo que la mayoría tuvo que pasar toda la travesía de pie. Unos junto a otros, casi sin poder moverse. Imaginen las horas que pasaron así sin ninguna comodidad. "A medida que avanzábamos – sigue contando Dickson – teníamos muchas dificultades para mantener la quilla equilibrada ya que cuando era avistado un barco muchos refugiados se desplazaban por cubierta para verlo por lo que mi barco escoraba para ese lado. Los refugiados debían de pensar que era un barco de Franco que venía a apresarlos". A las 8 de la mañana del día siguiente llegaron a Orán. Había otros barcos en el puerto con refugiados españoles. Tardaron varios días en desembarcar porque las autoridades francesas no permitieron que desembarcaran antes. Unos tan bien y otros tan mal, como siempre pasa.
Pero el drama continuaba. El 29 y 30 de marzo el puerto de Alicante seguía lleno con miles de personas que veían con tristeza y resignación que no llegaban los barcos que la República les había prometido para marcharse de España. El 30 de marzo entraron de forma triunfal en Alicante las tropas del ejército italiano, aliado del franquista. El 1 de abril se difundió desde Burgos el último parte de la guerra civil firmado por Franco anunciando su final. Decía así: "En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las fuerzas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado".
Hace un par de semanas leí varios artículos de opinión de distinta orientación ideológica que manifestaban que la crispación política en España estaba cerca de un ambiente guerra-civilista. Qué disparate. Pensar sólo en volver a hechos como los narrados en este artículo, sean sus protagonistas del color político que sean, me producen escalofríos. Nunca más tiene que haber una guerra fratricida en España, ni una revolución social que quiera conseguir en la calle lo que no consiguen en las urnas. Aunque no todos opinan así, lean sino las escalofriantes manifestaciones del podemista Adolfo Ranero en su cuenta de twitter: "Pues si quieren guerra, la tendrán. Ahora, que va a ser sin piedad. Si se desata una guerra civil debemos exterminar sistemática y totalmente a todo miembro y votante de Vox, Cs o PP". Manifestaciones denunciadas por Toni Cantó, de Cs, en su muro de Facebook. Inquietantes palabras de Ranero, que ni suman nada bueno ni casan con el sentir democrático de la mayoría de los españoles y puede que incurra en un presunto delito de odio.
Afortunadamente no estamos hoy en el escenario de 1936 por mucho que la extrema izquierda quiera generar una excesiva inestabilidad; no me cabe ninguna duda que la impedirán los partidos políticos democráticos, y no tendrán el respaldo de la mayoría de la sociedad española. Que así sea.