Alicante ha tenido los últimos años una Feria del Libro que más que a comprar libros, incitaba a reclamar daños y perjuicios. Con apenas dos casetas de librerías, y el resto repartido entre grandes superficies, librerías de lance y algunos establecimientos de dudoso encaje, aquello parecía un esperpento organizado por Ignatius Reilly, el protagonista de La conjura de los necios. Todo un despropósito destinado a escandalizar a los usuarios que solamente podía tener gracia cuando se miraba con catalejo y con las baldas de las estanterías bien cubiertas. Este año, el impulso de la Concejalía de Cultura -no lo digo yo, lo dicen los propios libreros- ha conseguido dar una vuelta de timón al asunto. Se ha integrado a todos los representantes del sector en la provincia, se ha convencido a otras instituciones, se ha eliminado (casi todo) lo superfluo y se ha organizado una nutrida agenda de actividades, con lo que se ha despertado una algarabía general.
Tanta es la algazara, que se ha apuntado hasta el presidente del gremio provincial, José Antonio López Vizcaíno, que en un comentario en una cuenta ajena de Facebook ha agradecido las felicitaciones, sin darse cuenta de que iban todas contra él. La cosa ha sido como si el premio a un edificio no lo recogiera el arquitecto, sino el dueño del solar que se negaba a construirlo para no perder subvenciones. Cada año. Afortunadamente, nadie repara en él, más allá de los que pensamos que es el típico ejemplo de lo que es capaz de aguantar esta ciudad sin inmutarse. La feria ha vuelto a cobrar sentido cuando por fin se ha arrinconado a Vizcaíno y sus acólitos en un extremo, se ha instalado a los disidentes en el otro y se ha interpuesto a las instituciones y grandes superficies como si fueran el árbitro de una pelea a doce asaltos. Uno miraba la disposición de las casetas y aquello parecía Cachemira, la región fronteriza entre India y Pakistán.
Después de tantos años criticando la mediocridad, parece sensato entregarse a la celebración general, como ese tío que asiste a la graduación del sobrino que no sabía hacer la o con un canuto. Los participantes están contentos, así en general. Las ventas no han resuelto el porvenir de nadie, pero eso casi nadie lo espera en un país con unos índices de lectura que tienden a cero. Afluencia de gente sí había, me sugieren que por efecto de las rebajas en los establecimientos circundantes. Y aparte de algunas consideraciones de intendencia y organización interna, apuntan a que se debe ajustar la organización de eventos, que tiene bastante margen de mejora. En concreto, la carpa habilitada para charlas y presentaciones ha sido la diana que ha recibido más disparos, sobre todo por las carencias técnicas y la escasa previsión -como ya les contó aquí Eduard Aguilar- para evitar que ciertos actos se solaparan con otros. Al parecer, los responsables han tenido poco tiempo y demasiada energía, lo cual indica que en la próxima edición afilarán mejor los lápices para perfilar una feria que mejore la anterior. Este año lo tenían demasiado fácil.
@Faroimpostor