tribuna libre / OPINIÓN

La falsa transición

10/09/2020 - 

El otro día, visitando una librería de Alicante me sorprendió ver que nada más entrar en ella me topé con una pila de libros relacionados con la Guerra Civil y el franquismo. En la sesión de control al Gobierno de esta semana Santiago Abascal aseguraba que el Gobierno de Sánchez era peor que la dictadura de Franco. Ojeando lo que pasa en el mundo minutos antes de escribir estas líneas me doy de bruces con un artículo de Francisco Marhuenda en La Razón titulado Contra Franco viven mejor. Tenemos al caudillo hasta en la sopa, menos mal que lleva 40 años muerto…

Les voy a ser franco. Estoy algo cansado, hastiado de invocar siempre al mismo fantasma, un dictador que no hay semana en la que no sea TT en Twitter o en la que alguno de nuestros políticos trasnochados le mencionen. Siempre digo que el que no avanza retrocede, y quizá por eso en España estamos estancados y no tenemos un proyecto de país. Plan patriótico inexistente desde el 78, como refleja fabulosamente Javier Cercas en su libro Anatomía de un instante. Estudiando los acontecimientos pasados en los que los españoles nos emprendimos a la aventura de una democracia uno se percata del parche que significó la transición. Se habló mucho de reconciliación, de perdón, de unión entre todos los españoles, pero no se nombró en ningún momento un proyecto de país. De manera logística se creó un camino democrático sin destino con el que dar sentido a la lucha emprendida para hacer de nuestra nación un sistema liberal. Pretendimos cimentar un plan sin responder a las preguntas trascendentales de ¿Quién soy? ¿Para qué estoy? ¿De donde vengo? y ¿A dónde voy? Desconocíamos nuestra propia identidad, -solo hay que ver el lio que se hacen los gobernantes de hoy en relación a la dicotomía territorial española o el trampantojo autonómico concebido por el Gobierno de Suárez en el que algunas regiones consiguieron su autonomía sin contar con los galones necesarios-, ignoramos nuestra función en la geopolítica extirpando de la memoria colectiva demonizando nuestro historia gloriosa, olvidamos precisamente esa hemeroteca histórica respecto al resultado que había traído a nuestro Estado ciertos regímenes políticos, -lo digo por todos estos iluminados evocadores de una III República-, y lo más importante, caímos en el conformismo de la reconciliación obviando la necesidad de trazar una ruta común como país. A lo mejor ese es el motivo por el que mientras los estadounidenses coronan el porche con su enseña nacional en España tachamos de facha a todo aquel orgulloso de la rojigualda.  

Precisamente esta semana se está celebrando el juicio al antisistema Rodrigo Lanza que maltrató hasta su muerte a Víctor Laínez por llevar unos tirantes con la bandera de España. Se me ponen los pelos de punta solo de escribirlo… Ni me imagino lo que debió de ser contemplar a aquel fascista, -me refiero al agresor-, golpear a la víctima hasta que se ahogó con su propia sangre. Desgraciadamente el ambiente da pie a actitudes como esas, comportamientos sectarios erosionadores de familias rotas por asuntos ideológicos extrapolando la situación vivida en Cataluña al resto de España. 

Esto es lo que provocó José Luis Rodríguez Zapatero, el ahora tesorero del régimen de Maduro encargado de blanquear al régimen bolivariano, con su revisionismo propiciado por la Ley de Memoria Histórica. Norma diseñada para desterrar a los fantasmas del pasado y socavar todo consenso democrático construido durante la transición. Concordia ausente que ha dejado al descubierto las carencias de nuestro proyecto común y ha reflejado el apaño que constituyó la transición. Por eso ahora estamos así, con nuestro sistema renqueante como consecuencia de los intentos destructores del Gobierno de España y sus socios. Tándem demoledor para nuestra democracia que anhela destruir el régimen del 78 haciendo olvidar lo único que nos hace permanecer unidos, el perdón y el olvido de lo que ocurrió a mediados del siglo XX cuando los españoles nos matábamos entre nosotros y los amigos pasaban de intercambiar palabras en el bar a disparos en el frente.

Llevan ya tiempo trabajando en ello. Empezó ZP con su desmemoria, continuó Sánchez con la absurda exhumación de Franco, -díganme que impacto ha tenido en la vida de la ciudadanía este episodio-, y prosiguen con el descredito a la corona además de perseguir a la oposición a través de la Fiscalía General ocupada por una socialista de carné además de eludir el investigar a Podemos por su presunta financiación irregular. El PSOE pretende lo mismo que Iglesias, liquidar nuestro Estado. A la par que Pedro Sánchez apoya la figura de Felipe VI de manera sibilina atenta contra la democracia dejando que algunos de sus socios como ERC planteen la ilegalización del Partido Popular por la trama Kitchen, -me parece mucha casualidad que la fiscalía reprenda contra el partido de la oposición a la par que exime de culpa a Podemos de su caja B en contra del criterio del juez instructor-. Miedo me da el cuadro democrático que nos puede quedar. España dantesca la representada por el ejecutivo central, uno que emplaza a todas las formaciones a negociar los Presupuestos menos a Vox, la tercera fuerza parlamentaria con 52 escaños. ¿Es eso ser un liberal defensor de la tolerancia? Esta presunta progresía adolece la fraternidad. Ese ataque frontal a lo construido años atrás en base al respeto hacia el diferente es lo que cimenta su estrategia viciosa de terminar con España tal y como la conocemos.

A ver si se enteran todos estos ingenuos empeñados en ver en el PSOE de Sánchez al del 83 de Felipe González, lo cierto es que cualquier tiempo pasado fue mejor para el socialismo español. Socialismo sustituido por un sanchismo intolerante y desagradecido que del mismo modo que tiende la mano a Ciudadanos es capaz de esta misma semana de señalar la perpetuación de la formación naranja en la foto de Colón. Recuerdo de aquel día en el que miles de españoles abarrotamos Madrid para defender nuestra democracia. Una cada vez más diezmada por el despertar del rencor de los que viven en la trinchera en la que nunca combatieron y por la muerte de los que si lucharon y supieron perdonar.         

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