Esta vez le contaré otro recuerdo de la infancia. Todo pasó cerca de donde vivía, alrededor del Complejo Vistahermosa. Hoy es una zona urbanizada pero entonces había solo esta gran urbanización, de las primeras que hubo en Alicante, algunos chalets dispersos uno aquí y otros más allá, un colegio privado y campo donde siglos atrás hubo una fértil huerta y en tiempos del contenido de este relato era tierra baldía ideal para corretear y jugar al aire libre.
Muy cerca de esta urbanización, había una casa solariega grande con vegetación salvaje en su terreno, además de pinos de altas copas. Se entraba al jardín, si así podía llamarse por el desorden y la frondosidad de aquellos matojos, por una puerta que siempre estaba abierta. Imaginen que significaba eso en un espíritu aventurero y juvenil. Parecía que animaba a entrar y perderse entre la maleza. Lo rodeaba una verja de ladrillo, no muy alta, pudiendo ver desde la calle el interior de esa parcela. Todo esto bien podría ser parte del guion de una película de suspense. Seguro que Hitchcock hubiera tenido material para su cine. Piensen - por un instante - en música de Penderecki, un poco de niebla y una escena llena de misterio. Porque este jardín y su entorno lo tenían, ya verán.
Este casoplón, como se diría ahora, era de una familia adinerada de Alicante. La usaban para pasar largas temporadas, sobre todo en verano. Su propietaria se llamaba Margot Bendicho, según cuenta Pablo Reig Cruañes en uno de sus relatos cortos. Este apellido me llama la atención de otro Bendicho, de nombre Vicente, que escribió el libro “Crónica de la M.I. a M.L. ciudad de Alicante”, que además fue Dean en la Colegial de San Nicolás y falleció en 1642, por lo que no tuvo nada que ver directamente con una de las protagonistas de este artículo. A su vez, Margot se acompañaba de una dama de compañía que llamaban la Pastorcita.
La curiosidad de un grupo de niños sobre esta casa y lo que allí pasaba, fue satisfecha. Unos de esos días que jugaban cerca de la verja salió a su encuentro una mujer menuda, desdentada, con largos y grises cabellos, vestida con un hábito oscuro, y con un crucifijo colgado del cuello. Era la Pastorcita. Una voz dulce invitaba a entrar en ese jardín tan particular. Le hicieron caso, con más miedo que vergüenza. Les invitó a ver a los animalitos de su granja. En un pequeño establo había conejos, pollos, cabritos, … Y un olor que espantaba a cualquiera. Y esto es lo que hicieron, se les quitaron las ganas de aventura y se fueron, en contra de las palabras de desaprobación de aquella mujer por marcharse tan pronto.
Pero eran curiosos y volvieron, pero esta vez con más cautela. Desde la calle vieron varias veces una escena que les llamaba la atención. La Pastorcita, esa mujer menuda de largos cabellos grises, aparecía en el jardín con otras personas, todas vestidas con ropas oscuras, algunos con alzacuellos, rezando al aire libre. No hacían daño a nadie. Aunque desde la valla las veían con un aspecto tenebroso. Imaginación infantil, ya saben. Su edad menuda seguro que lo magnificaba.
Se trataba de una comunidad religiosa dirigida por Margot Bendito (había transformado su apellido de esta manera), según cuenta Reig, quien manifiesta que Margot era seglar, propietaria de esta casona, que había participado de una congregación conservadora en Francia. De vuelta a España, quiso montarla en una ciudad castellana y al no conseguirlo lo hizo en Alicante teniendo su base de ejercicios espirituales en esta casona de Vistahermosa.
Esta comunidad religiosa veneraba a una imagen de la virgen de Fátima que – decían – lloraba milagrosamente. Tal fue la conmoción que ocasionó este acontecimiento religioso que iba gente local y de otros lugares a admirarla, a rezarle, a contarle sus penas y a solicitarle sus inquietudes. No podía haber mejor sitio para este milagro. Esta finca colindaba con el Camino Cruz de Piedra por dónde se recorría el vía crucis desde Alicante al Caserío de la Santa Faz el día de la peregrina.
Una de las actividades que se realizaban en esos jardines eran las "procesiones infantiles" en la que participaban niñas del vecindario acompañadas de Margot y de la Pastorcita. Era como un juego. Hasta que pasó lo inesperado. Como cuenta Reig en uno de sus relatos, "casi todos los días había ensayo, preparación de disfraces, cánticos y demás. Lo que era una diversión para las menores, empezó a ser aprovechado por aquellas mujeres para llevar adelante lo que ellas debían considerar su misión evangelizadora. Así pues, impartían doctrina, enseñaban modales y corregían malas costumbres, todo ello con tintes conservadores y una gran carga de la más estricta moral religiosa". Hasta que un día – sigue contando Reig - Margot sacó de su interior su fuerte carácter, se enfadó con varias de aquellas niñas de 8 años que participaban de esa procesión, les recriminó que sus faldas colegiales eran muy cortas, y les soltó el dobladillo con una tijera. Al volver a sus casas y enterarse sus padres, entraron en colera, recriminaron su comportamiento a Margot y se quejaron a la jerarquía eclesiástica. No eran tiempos para tonterías en aquellos años de finales del franquismo. Esta jerarquía sancionó ese comportamiento y fue el principio del fin de lo que allí hacían. Margot desapareció del lugar, quedando al frente de su casa la Pastorcita quien montó un colmado como medio de vida, en un pequeño local que daba al Camino Cruz de Piedra, donde vendía de casi todo.
Desde entonces la Pastorcita de los Ángeles, como así la llamaban en el vecindario, se hizo popular por su forma de ser, por su fe incuestionable en Dios, por su manera de vestir y de hablar. Un buen día le dijo a una niña que había ido al colmado con su madre: "Mira, niña, ¿sabes quién me ha peinado estas trenzas mientras dormía? La Virgen María". Lo decía con tanta naturalidad que esa niña, ya adulta, me contó que quedó impresionada.
La Pastorcita, la de Margot, la Margot, así es recordada por quienes la conocimos. Unos la pusieron en un pedestal, otros la denigraron, fue víctima del carácter de su señora con la que entró a su servicio. De ellas sólo quedan los recuerdos de aquellos niños y niñas, ya adultos, y la imagen de la virgen de Fátima que se sigue venerando en la iglesia de la Santísima Cruz de Vistahermosa, yendo personas de cerca y de lejos para rezarle y darle gracias por sus milagros.